La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
El lobo marsupial fue el último representante de la extinta familia de los tilacínidos, un grupo de carnívoros marsupiales que apareció a principios del Oligoceno, hace más de 30 millones de años. Los tilacínidos se extendieron por Australia, Tasmania y Nueva Guinea. El propio lobo marsupial vivió en tiempos en esas tres islas, aunque despareció de Australia y Nueva Guinea poco después de la llegada del perro, introducido por el hombre hace varios miles de años. Para cuando el hombre occidental llegó a Oceanía, sólo quedaban lobos marsupiales en Tasmania.
Se han encontrado restos fósiles de lobo marsupial en las tres islas. El descubrimiento más espectacular, realizado en octubre de 1966, fue un grupo de animales momificados en una caverna en Australia Occidental. Uno de esos animales era un lobo marsupial, que se había conservado en tan buen estado que en un principio se creyó que había muerto hacía poco tiempo. Pero las pruebas de datación mediante radiocarbono determinaron que la momia tenía más de 4.500 años.
El último lobo marsupial
El lobo marsupial o tilacino era un marsupial con aspecto de lobo; su nombre científico, Thylacinus cynocephalus, significa “marsupial de cabeza de perro”. Del tamaño de un perro grande, tenía el dorso, desde detrás de los hombros hasta la base de la cola, cruzado por una serie de bandas oscuras transversales. Aunque tenía apariencia de lobo, del estudio de la anatomía de sus patas se ha llegado a la conclusión de que estaba más adaptado para la caza al acecho, como los felinos, que para la persecución de sus presas, como hacen los cánidos.
Desde el principio de la colonización inglesa de Tasmania, el lobo marsupial fue acusado, a veces sin razón, de atacar al ganado. Tras una intensa campaña de exterminio, a la que probablemente se unió la competencia de los perros asilvestrados y el efecto de una epidemia de moquillo en una población ya debilitada, el último lobo marsupial murió en el zoo de Hobart en 1936.
En 1999, el Museo Australiano de Sídney puso en marcha un proyecto, dirigido por el paleontólogo Mike Archer, para la clonación del lobo marsupial. El proyecto fue criticado por varios microbiólogos, para los que no era más que una operación de relaciones públicas. Aunque en 2002 se consiguió extraer ADN de varios ejemplares conservados desde principios del siglo XX, en 2005 se anunció que el proyecto se cancelaba, ya que el ADN estaba muy degradado. Meses más tarde, el propio Archer anunciaba que varias Universidades iban a retomar el proyecto. En 2008 se ha conseguido secuenciar el ADN mitocondrial del lobo marsupial, pero aun suponiendo que se llegara a secuenciar también el ADN nuclear, quedan muchos obstáculos para la clonación. Clonar una especie extinta es mucho más difícil que clonar una especie viviente como la oveja. Las células de las que se dispone, procedentes de animales conservados en alcohol, están deshidratadas; la maquinaria celular necesaria para la división celular puede estar destruida.
Además, aunque se pudiese llegar a formar un embrión, no existen parientes cercanos del lobo marsupial en los que implantarlo. Los parientes más próximos son los dasiúridos, una familia de marsupiales a la que pertenecen los gatos marsupiales, las ratas marsupiales y el diablo de Tasmania. Pero los tilacínidos y los dasiúridos se separaron hace entre 30 y 40 millones de años, y parece poco probable que exista entre los dos grupos la compatibilidad genética necesaria para llevar a buen término un embrión.
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