La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
La isla de Flores forma parte de las islas menores de la Sonda, una cadena de pequeñas islas indonesias situadas al este de Java. Es una isla alargada, de trescientos cincuenta kilómetros de largo por sesenta de ancho, con una extensión de unos catorce mil kilómetros cuadrados, el tamaño de la provincia española de Jaén o del lago Maracaibo, en Venezuela. Se encuentra en la región denominada Wallacea, un conjunto de islas que no han estado nunca unidas ni a Asia ni a Australia, ni siquiera durante los periodos glaciales, en los que el nivel del mar era mucho más bajo que hoy.
Se pensaba que sólo el hombre moderno, el Homo sapiens había sido capaz de atravesar los brazos de mar que separan las islas de Wallacea del continente asiático, que durante la última glaciación abarcaba Java, Bali y Borneo. El Homo erectus, que se extendió por Asia un millón de años antes que el sapiens, sólo había llegado hasta Java, de acuerdo con los fósiles conocidos.
Pero en 1998, el arqueólogo australiano Mike Morwood publicó el descubrimiento en una cueva de la isla de Flores de herramientas de piedra de 840.000 años de antigüedad, una época en la que el Homo sapiens aún no había evolucionado. Asumiendo que se trataba de herramientas fabricadas por Homo erectus, Morwood, con la colaboración del indonesio Radien P. Soejono, emprendió la búsqueda de los fósiles que confirmarían su hipótesis, pero en 2003 hizo un descubrimiento inesperado. Ese año, el equipo encontró huesos de homínidos en la cueva de Liang Bua, a cincuenta kilómetros del lugar donde se habían hallado las herramientas. Pero no se trataba de Homo erectus, sino de algo totalmente nuevo: un minúsculo humano, de sólo un metro de estatura, que fue bautizado con el nombre de Homo floresiensis.
El descubrimiento del “hombre de Flores” revolucionó el mundo de la paleoantropología y desató una polémica que aún no ha amainado. Según algunos investigadores, los restos encontrados no pertenecen a una nueva especie, sino que son humanos modernos aquejados de microcefalia, enanismo o hipotiroidismo. Uno de los escépticos, el influyente paleoantropólogo indonesio Teuku Jacob, llegó hasta el extremo de apropiarse en diciembre de 2004 de la mayor parte de los restos del hombre de Flores, que estaban depositados en el Centro Nacional de Investigaciones Arqueológicas de Yakarta, y que devolvió incompletos y dañados en febrero de 2005. También consiguió que las autoridades indonesias prohibieran el acceso a la cueva de Ling Bua, por lo que no fue posible volver a excavar hasta 2007, el mismo año de la muerte de Jacob. Un análisis de ADN zanjaría la disputa definitivamente, pero los intentos de extraer material genético de los dientes del hombre de Flores han sido infructuosos.
Hasta el momento se han encontrado los restos parciales de nueve individuos, entre los que se encuentra un cráneo casi completo de una hembra de treinta años de edad. Estos huesos, debido al microclima de la cueva, no están fosilizados, sino que tienen la consistencia del papel secante mojado; una vez expuestos al aire, es preciso dejarlos secar antes de extraerlos. Los estudios anatómicos comparativos realizados sobre el exterior y el interior del cráneo, el hombro, el brazo, la muñeca y el pie confirman consistentemente que el hombre de Flores no es un hombre moderno, sino que está más cerca de los grandes simios y los australopitecos. Los estudios más recientes indican que su pariente más cercano no era el Homo erectus, como en un principio se había supuesto, sino una especie más antigua, el Homo habilis o quizá incluso el Homo rudolfensis. Queda por explicar, entonces, cómo llegó a Indonesia el hombre de Flores: Por lo que sabemos, ninguna de esas dos especies salió jamás de África.
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