La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Los fósiles nos dicen que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. Ningún hueso de dinosaurio más reciente se ha encontrado nunca en ningún lugar del mundo. Sólo sus descendientes, las aves, sobrevivieron a la gran extinción que puso fin al periodo Cretácico. Sin embargo, en 1906, el naturalista argentino Florentino Ameghino estudió ciertos dientes encontrados en yacimientos sudamericanos del Eoceno, con una antigüedad de sólo 50 millones de años, y los identificó como pertenecientes a dinosaurios carnívoros. Efectivamente, su aspecto era muy similar al de los dientes de aquellos animales; estaban curvados, aplanados lateralmente, y tenían forma de cuchillo y los bordes serrados. ¿Habían sobrevivido los dinosaurios en Sudamérica durante al menos quince millones de años? La respuesta tardó varias décadas en llegar. En 1937, el paleontólogo estadounidense George Gaylord Simpson publicó la descripción del animal al que pertenecían los dientes hallados por Ameghino, basándose en un cráneo fragmentado y una mandíbula inferior que había hallado en la Patagonia en una expedición del Museo Americano de Historia Natural, entre 1930 y 1931. Se trataba de un cocodrilo, que recibió el nombre de Sebecus icaeorhinus.
Hoy en día, todos los cocodrilos son animales semiacuáticos, de cuerpo aplanado y patas abiertas hacia los lados, y con el hocico ancho y los dientes cónicos, adecuados para capturar peces. Pero en otros tiempos, los cocodrilos fueron un grupo mucho más diverso, con especies terrestres, anfibias y acuáticas, carnívoras, omnívoras e incluso herbívoras. Sebecus era un depredador terrestre, con largas patas erectas que sostenían su cuerpo y le permitían moverse con agilidad en tierra firme.
Paradójicamente, Sebecus recibió su nombre de Sobek, el señor de las aguas, el dios cocodrilo de los antiguos egipcios. En la mitología egipcia, Sobek era el dios de la fertilidad, la vegetación y la vida; un dios benéfico, que había creado el río Nilo con su sudor.
Sebecus da nombre al grupo de los sebecosuquios. Estos cocodrilos se caracterizaban por su hocico alto y estrecho, con dientes largos, curvados, serrados y comprimidos lateralmente, separados unos de otros, de manera que los de la mandíbula superior se intercalan con los de la inferior al cerrar la boca. Los ojos, situados a los lados de la cabeza, son pequeños, y los orificios nasales se abren en el extremo del hocico hacia los lados o hacia delante, no hacia arriba como en los cocodrilos actuales. Los primeros sebecosuquios convivieron con los dinosaurios a finales del Cretácico, hace unos 90 millones de años, y no se extinguieron hasta mediados del Mioceno, hace unos 11 millones de años.
Así que no había dinosaurios en la Sudamérica del Eoceno, pero los sebecosuquios habían ocupado la plaza que aquellos habían dejado vacante, y estaban entre los grandes depredadores terrestres de la época. Sudamérica era por entonces una isla poblada por marsupiales; los grandes mamíferos carnívoros, como osos, lobos, pumas, jaguares, leones y tigres de dientes de sable, no llegaron hasta mucho más tarde, cuando emergió el istmo de Panamá, hace unos tres millones de años.
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