La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
En 1802, un niño llamado Plinius Moody encontró rastros de grandes huellas de animales impresas en la roca en el valle del río Connecticut, en Massachusetts. Eran las huellas de un enorme animal bípedo con tres dedos en cada pie. Como por entonces nadie había oído hablar de dinosaurios, la palabra ni siquiera se había inventado, estos rastros se interpretaron popularmente como huellas de aves, y así las identificó también mucho más tarde, en 1845, Edward Hitchcock, profesor de geología del Amherst College.
Poco después del descubrimiento de Moody, a partir de 1815, científicos como William Buckland y Gideon Mantell en Europa descubrieron y describieron las primeras especies de dinosaurios: Megalosaurus, Iguanodon… Pero en América, los descubrimientos de dinosaurios se hacían esperar.
Los primeros fósiles de dinosaurios americanos vieron la luz en 1838, cuando una cuadrilla de jornaleros de un terrateniente llamado John Estaugh Hopkins desenterró unos huesos enormes al extraer marga, que entonces se usaba como fertilizante, de un pozo junto a un pequeño afluente del río Copper, en Haddonfield, Nueva Jersey. Hopkins usó los huesos para decorar su casa, y allí llamaron la atención, veinte años después, de un visitante, William Parker Foulke, abogado, abolicionista, filántropo y, también, naturalista y geólogo aficionado. Corría el año 1858. Por entonces, en Europa, ya se habían descubierto varias especies de esos grandes reptiles, y el paleontólogo inglés Richard Owen había acuñado para ellos el término dinosaurio.
Foulke se puso en contacto con el paleontólogo Joseph Leidy, conservador de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia. Leidy había descrito dos años antes, en 1856, varios dientes de dinosaurio descubiertos en Montana. Foulke y Leidy excavaron en el lugar donde se habían hallado los huesos, y desenterraron el esqueleto casi completo del primer dinosaurio norteamericano. Cuando Leidy publicó la descripción formal del dinosaurio lo bautizó con el nombre de Hadrosaurus foulkii (“lagarto robusto de Foulke”), en honor de su colaborador.
Hadrosaurus era un dinosaurio bípedo herbívoro. Medía entre siete y diez metros de longitud, y entre tres y cuatro de altura, y pesaba siete toneladas. Con las patas delanteras se apoyaba en los troncos de los árboles para alimentarse de sus hojas, que arrancaba con un pico parecido al de los patos. Vivió en Norteamérica a finales del Cretácico, hace unos 80 millones de años. Aunque no se han hallado más restos de la especie, Hadrosaurus dio nombre al grupo de los hadrosaurios o dinosaurios de picos de pato, que fueron los dinosaurios herbívoros dominantes durante el Cretácico.
El descubrimiento de Hadrosaurus desencadenó una ola de dinomanía en los Estados Unidos que culminó en el último cuarto del siglo XIX con la llamada Guerra de los Huesos, un periodo de intensa búsqueda y descubrimiento de fósiles marcado por la encarnizada rivalidad entre los paleontólogos Edward Drinker Cope, de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, y Othniel Charles Marsh, del Museo Peabody de Historia Natural de Yale.
Cope y Marsh se conocieron en Berlín en 1864. Su relación, amistosa al principio, se fue tensando debido a su diferente origen social, a sus discrepancias en temas científicos y a sus fuertes personalidades. Tras una serie de malentendidos y sucias maniobras, las hostilidades comenzaron abiertamente en 1873.
Durante años, ambos paleontólogos usaron su fortuna personal y su reputación para organizar expediciones a los ricos yacimientos fosilíferos del oeste de los Estados Unidos, sobre todo en busca de dinosaurios. En su intento de conseguir la supremacía y de desacreditar y ridiculizar al rival, no dudaron en recurrir al soborno, al fraude, al robo, al espionaje, al sabotaje, a la destrucción de fósiles y a los ataques personales.Cope y Marsh acabaron arruinados financiera y socialmente, pero sus contribuciones a la paleontología fueron enormes. Además, la Guerra de los Huesos fomentó el interés del público por los dinosaurios, que no ha decaído desde entonces.
En números, Marsh “ganó” la guerra; descubrió ochenta nuevas especies de dinosaurio, mientras que Cope “sólo” descubrió cincuenta y seis. Esto se explica sin embargo porque Marsh tardó más tiempo en arruinarse y sólo buscaba reptiles y mamíferos fósiles, mientras que los intereses de Cope eran más amplios. Entre los dinosaurios descubiertos por Marsh están algunos de los más célebres: Triceratops, Allosaurus, Diplodocus, Stegosaurus…
La Guerra de los Huesos también tuvo efectos negativos; la animosidad entre los dos científicos afectó a la reputación de toda la paleontología estadounidense en Europa durante años, y con razón: se destruyeron fósiles para evitar que cayeran en manos del enemigo, se enterraron yacimientos para ocultarlos, e incluso otros paleontólogos más metódicos tuvieron que abandonar sus excavaciones ante la imposibilidad de competir con ellos… Uno de esos paleontólogos fue precisamente Joseph Leidy, el que había descrito el hadrosaurio con el que comenzó la dinomanía, y que había sido maestro de Cope.
En su afán por superar a su rival, tanto Marsh como Cope describieron muchas nuevas especies basándose sólo en fósiles incompletos y poco significativos; especies que al cabo del tiempo han resultado no ser tales, en una confusión de nombres que ha plagado la paleontología durante muchas décadas.
En 1877, Marsh publicó un corto artículo de dos párrafos en el American Journal of Science donde describía la columna vertebral de un dinosaurio de unos quince metros de longitud al que llamó Apatosaurus ajax. Dos años más tarde, publicó otro breve artículo en la misma revista con la descripción de un dinosaurio más grande, de veinte a veinticinco metros de largo, al que bautizó con el nombre de Brontosaurus excelsus. El esqueleto de este brontosaurio, casi completo, se montó en el Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale en 1905. El brontosaurio era el dinosaurio más grande descubierto hasta el momento, y fue el primer saurópodo, dinosaurio cuadrúpedo de cuello largo, que se expuso en un museo; así, alcanzó una gran popularidad en todo el mundo, al contrario que el pobre apatosaurio, del que no se encontraron más huesos.
Pero en 1903, el paleontólogo Elmer Riggs, del Museo Field de Historia Natural de Chicago, llegó a la conclusión de que el apatosaurio de Marsh no era más que un ejemplar joven de brontosaurio. Una de las reglas que rigen la nomenclatura de los seres vivos es la regla de la prioridad: el nombre más antiguo, en este caso Apatosaurus, tiene preferencia sobre el más moderno. Apatosaurus pasó a ser el nombre oficial de la especie, y Brontosaurus se convirtió en lo que los zoólogos llaman un sinónimo; técnicamente no es incorrecto, pero es un nombre que ya no se utiliza en las publicaciones científicas. Sin embargo, el nombre de brontosaurio ya había calado en la imaginación popular; sesenta años después de la publicación del estudio de Riggs, los Picapiedra aún seguían comiendo chuletas de brontosaurio.
Un caso similar al del brontosaurio sirvió para enconar la enemistad entre Cope y Marsh. En 1866, el hallazgo en una explotación de margas de Nueva Jersey de los huesos fósiles de un animal gigantesco llegó a oídos de Cope, que se apresuró a estudiarlos. Los restos incluían una enorme garra, que hizo a Cope afirmar que se trataba de “el tipo más formidable de vertebrado terrestre rapaz del que tenemos conocimiento”.
Cope llamó al nuevo dinosaurio Laelaps, el nombre griego de Lélape, el infalible perro de la mitología griega que siempre atrapaba a su presa cuando cazaba.
Laelaps fue el primer dinosaurio depredador descubierto en los Estados Unidos, y el hecho de que tenía las patas delanteras mucho más cortas que las traseras hizo que algunos paleontólogos reconsideraran la imagen tradicional de los dinosaurios como torpes cuadrúpedos, e imaginaran a Laelaps más parecido a un ave, saltando ágilmente sobre sus presas. Una imagen que no ha cambiado mucho hasta el presente.
Pero Cope no sabía que el nombre Laelaps ya se había utilizado para un ácaro, así que no estaba disponible; era lo que los zoólogos llaman un homónimo. En 1877, Marsh se dio cuenta del problema y “robó” a Cope su Laelaps rebautizándolo con el nombre de Dryptosaurus (“lagarto lacerante”); para mayor escarnio, lo hizo en una simple nota a pie de página de la descripción de otro dinosaurio, Titanosaurus. Suficiente para conseguir la prioridad y arrebatarle a su rival el mérito de poner nombre a la especie.
Curiosamente, Titanosaurus también era un homónimo, ya había sido utilizado por el geólogo inglés Richard Lydekker ese mismo año para un dinosaurio indio, y Marsh tuvo que cambiarlo más tarde por Atlantosaurus. Y aún éste último, basado solamente en dos vértebras, se considera actualmente dudoso, y diversos paleontólogos lo han asociado con Apatosaurus, Diplodocus u otras especies mejor establecidas.
La Guerra de los Huesos terminó con la muerte de Cope, en 1897; y Marsh no tardó en seguirle dos años después.
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