La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace unos 80 millones de años, a finales del Cretácico, el nivel del mar era más alto que en la actualidad, y un brazo de mar atravesaba las tierras bajas del centro de Norteamérica. Era el mar de Niobrara, o mar Interior Occidental, que en el momento de mayor extensión alcanzó unos mil kilómetros de anchura, unos 750 metros de profundidad y una longitud de más de 3 000 kilómetros, desde el noroeste de Canadá hasta el este de México.
Mientras dinosaurios y mamíferos vivían en tierra firme, en el mar encontramos tiburones y peces óseos, ya muy parecidos a los modernos, aves buceadoras de fuertes patas y cortas alas que les sirven de timón bajo el agua, y diversos tipos de reptiles hoy extintos, como los plesiosaurios de largo cuello, y los mosasaurios, grandes depredadores emparentados con los varanos o con las serpientes. Entre los invertebrados hay crinoideos o lirios de mar, erizos de mar, crustáceos, moluscos… También hay tortugas, y entre ellas destaca Archelon, la tortuga marina más grande de la que tenemos noticia. De todas las tortugas conocidas, sólo la supera en tamaño Stupendemys, la tortuga de agua dulce a la que ya nos referimos cuando hablamos de los gigantes del mar amazónico.
Archelon está emparentada con la moderna tortuga laúd, pero es mucho más grande. Alcanza una longitud de más de 4,5 metros, casi 5 metros de ancho contando las aletas, y un peso de más de dos toneladas. Igual que en la tortuga laúd, el caparazón de Archelon es abombado, y el espaldar carece de placas óseas. Una estructura de puntales de hueso compuesta por las costillas y el perímetro del caparazón está cubierta de una gruesa piel correosa. El peto o plastrón, la parte inferior del caparazón, está formado por cuatro placas en forma de estrella que dejan un hueco en el centro.
La cabeza de Archelon es relativamente pequeña y estrecha, y la cola larga y puntiaguda. Aunque carece de dientes, la boca tiene un fuerte pico ganchudo, con el que atrapa y tritura los animales que le sirven de alimento: medusas, calamares, peces… Las aletas delanteras están más desarrolladas que las traseras. La enorme tortuga se desplaza majestuosamente bajo el agua, con movimientos que recuerdan al vuelo subacuático de los pingüinos. Con su tamaño, las tortugas adultas no tienen nada que temer de los grandes depredadores marinos de la época. En tierra, sin embargo, adonde las hembras deben salir para poner los huevos, son animales muy torpes.
El primer fósil de Archelon, descubierto en 1895 en Dakota del Sur, está expuesto en el Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale desde 1907. Otros restos se han encontrado en Kansas y en Nebraska, pero el ejemplar más grande y más completo fue descubierto también en Dakota del Sur, a mediados de los años 70 del siglo pasado, y desde 1982 se puede contemplar en el Museo de Historia Natural de Viena. Este individuo debía de tener una edad próxima a un siglo, y probablemente murió durante la brumación, parcialmente enterrado en el fango del fondo del mar. Por eso se ha conservado tan bien. La brumación es un periodo de inactividad invernal de algunos reptiles, parecida a la hibernación de los mamíferos. Una réplica de este esqueleto se puede ver en Reptile Gardens, un parque zoológico de Rapid City, en Dakota del Sur, muy cerca del lugar de su descubrimiento.
Durante el Cretácico, el norte de África también se encontraba parcialmente sumergido, en este caso bajo el mar de Tetis, antepasado del mar Mediterráneo. Más cerca del final del periodo, hace 67 millones de años, vivía allí otra tortuga marina gigante, Ocepechelon, de la que sólo conocemos el cráneo. Un cráneo de 70 centímetros de longitud, que además de su enorme tamaño presenta unas características únicas entre los tetrápodos. El cráneo fue descubierto por el geólogo marroquí Baâdi Bouya en los yacimientos de fosfatos de Ouled Abdoun, cerca de la ciudad de Juribga, en el centro de Marruecos. Como Archelon, Ocepechelon es un pariente, en este caso más lejano, de la tortuga laúd.
El cráneo de Ocepechelon es muy aplanado, con un hocico largo y estrecho. Los orificios nasales están situados en la base del hocico, entre los ojos. Los huesos de las mandíbulas se han transformado en un largo tubo de hueso, parecido al de los caballitos de mar y los peces aguja. Ningún otro tetrápodo, extinto o viviente, tiene un aparato bucal semejante; lo más parecido es el alargado hocico de los zifios, parientes de los delfines, que viven en aguas profundas y que, con la rápida retracción de la lengua, crean un vacío que aspira el agua y arrastra con ella pequeñas presas al interior de la boca. Seguramente Ocepechelon se alimentaba de la misma manera.
OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:
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Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos.
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