La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace unos trescientos millones de años, a finales del Carbonífero, en la región ecuatorial del supercontinente de Pangea, lo que hoy es Europa y Norteamérica, crecían extensos bosques pantanosos flanqueados al norte y al sur por desiertos. Los restos fosilizados de esos bosques, con el paso de las eras geológicas, dieron origen al carbón.
Allí, entre altísimos licopodios y equisetos, helechos arborescentes y las primeras coníferas, podemos encontrar anfibios, reptiles primitivos y una gran diversidad de invertebrados: arañas, escorpiones, insectos y miriápodos. La humedad ambiente y la elevada concentración de oxígeno en la atmósfera de la época permiten a estos invertebrados crecer hasta tamaños imposibles en la actualidad, como ya vimos cuando hablamos de la libélula gigante Meganeura. Pero incluso Meganeura se queda pequeña ante el mayor invertebrado terrestre de todos los tiempos, su contemporáneo Arthropleura, que supera los dos metros y medio de longitud.
Arthropleura es un miriápodo, pariente de los ciempiés y milpiés actuales. Su nombre procede del griego, y significa “costillas articuladas”. Tiene el cuerpo aplanado, de hasta medio metro de ancho, formado por unos treinta segmentos articulados. Cada segmento está cubierto por dos placas laterales y una placa central y protegido con cortas púas.
En varios yacimientos se han encontrado sus rastros fósiles. Se trata de dos filas paralelas de pequeñas marcas, dejadas por sus cuarenta pares de patas articuladas al moverse veloz por el suelo del bosque zigzagueando entre los árboles y las rocas. Las más grandes, de cincuenta centímetros de anchura, se han encontrado en los acantilados fosilíferos de Joggins, en Nueva Escocia, Canadá. Estos acantilados, de unos treinta metros de altura, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008, se extienden a lo largo de quince kilómetros en la bahía de Fundy, que separa la peninsula de Nueva Escocia del resto de Canadá. Las mareas en esta bahía son de las más altas del mundo: puede haber más de veinte metros de diferencia entre la pleamar y la bajamar. La acción de estas mareas es la que ha dado forma a los acantilados, y cada dos o tres años la erosión que provocan saca a la luz nuevos fósiles.
El carbón de los acantilados de Joggins se venía explotando desde el siglo XVIII. A principios del siglo XIX se documentaron los primeros árboles petrificados, pero fue a raíz de las visitas del británico Charles Lyell, fundador de la geología moderna, en 1842 y 1852, cuando el yacimiento alcanzó fama mundial como el mejor ejemplo del mundo de rocas y fósiles del Carbonífero. Es en este lugar donde se descubrió, en el interior del tocón de un árbol fosilizado, el reptil más antiguo conocido, Hylonomus, del que también hemos hablado.
En un principio se pensó que Arthropleura era carnívoro, aunque en todos los fósiles conocidos hasta ahora falta la boca. Ya el hecho de que no se hayan conservado las piezas bucales en ningún fósil indica que probablemente estas no eran ni grandes ni muy duras. Además, en el interior del tubo digestivo de Arthopleura y en los coprolitos asociados, sus excrementos fósiles, se han encontrado fragmentos de licopodios y esporas de helechos, lo que sugiere que era herbívoro. Es un alivio. Probablemente, Arthropleura se alimentaba de musgo y de vegetación putrefacta que encontraba entra la maleza. Un individuo de tamaño medio podía consumir una tonelada de vegetación al año. Al moverse en busca de comida, estos animales ayudaban además a la dispersión de las esporas y el polen que arrastraban a su paso. También podían desplazarse bajo el agua, donde quizá mudaban el exosqueleto. En ese momento podían ser presa fácil para grandes peces y anfibios carnívoros. En tierra, sin embargo, no tenían depredadores.
Arthropleura desapareció con el colapso de las selvas del Carbonífero. A finales del Carbonífero el planeta entró en una intensa glaciación. El clima se hizo frío y seco, un casquete de hielo cubrió gran parte del hemisferio sur, y el nivel del mar bajó cien metros. Las selvas desaparecieron de gran parte de Pangea, y solo sobrevivieron en pequeños valles húmedos aislados. Después, un periodo de calentamiento global acabó con esas pocas selvas que quedaban. Todo esto ocurrió en unos pocos miles de años, y coincidió en el tiempo con una intensa actividad volcánica en lo que hoy es el mar del Norte y el noroeste de Europa, aunque pudo haber otros factores que influyeran también en el cambio climático. Con la desaparición de la vegetación lujuriante del Carbonífero disminuyó el contenido de oxígeno de la atmósfera y los artrópodos terrestres gigantes, como Arthropleura, no pudieron sobrevivir.
(Germán Fernandez 01/2018)
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