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Zoo de fósiles

La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.

Ovatiovermis, el gusano aplaudidor.

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Hace más de un siglo, durante la construcción del ferrocarril transcanadiense a través del valle del Kicking Horse, en las Montañas Rocosas, el geólogo Richard McConnell, del Servicio Geológico de Canadá, estaba estudiando la zona cuando uno de los trabajadores de la línea férrea le informó sobre la aparición de fósiles en el cercano monte Stephen. Corría el mes de septiembre de 1886. Algunos de aquellos fósiles, entre los que había esponjas y gusanos, llegaron a manos del paleontólogo estadounidense Charles Doolittle Walcott, que los dató como pertenecientes al Cámbrico medio, hace unos quinientos millones de años. Los fósiles despertaron el interés de Walcott, pero el científico no pudo desplazarse a la región hasta 1907. Tras dos campañas de excavación, en 1907 y 1909, Walcott viajó en el verano de ese último año a Inglaterra para participar en la celebración del centenario de Darwin. Allí se encontró con el paleontólogo Henry Woodward, conservador del departamento de geología del Museo de Historia Natural de Londres, que le sugirió explorar el monte Field, del otro lado del valle, que podría albergar fósiles de la misma época. Siguiendo el consejo, a su regreso a Canadá, Walcott ascendió al monte Field por el collado de Burgess, donde encontró fósiles muy interesantes. Así descubrió el yacimiento de los esquistos de Burgess, uno de los más importantes del mundo, que ofrece, a través de sus fósiles exquisitamente preservados, una imagen única de la diversidad de la vida en el océano hace quinientos millones de años. Walcott llegó a reunir 65000 especímenes del yacimiento, pero, debido a sus obligaciones como secretario del Instituto Smithsoniano, solo pudo realizar estudios preliminares, en los que clasificó los fósiles en grupos ya conocidos.

Después de varias campañas de excavación dirigidas por el paleontólogo Percy Raymond, de la Universidad Harvard, en los años veinte y treinta del siglo XX, el interés por el yacimiento decayó hasta que, en los años sesenta, el paleontólogo británico Harry Blackmore Whittington, en colaboración con el Servicio Geológico de Canadá, retomó las excavaciones y reexaminó los fósiles de Walcott. Los análisis del equipo de Whittington pusieron de manifiesto que muchos de esos fósiles no pertenecen en realidad a ningún grupo de animales vivientes o de fósiles conocidos de épocas posteriores, y empezaron a desvelar la enorme riqueza y diversidad de la vida en aquellos tiempos remotos. Desde entonces, se han descubierto yacimientos similares en un radio de cuarenta kilómetros alrededor del yacimiento original, y se han extraído cientos de miles de especímenes. Y lo que queda.

Ya hemos hablado en Zoo de fósiles de algunos de los animales descubiertos en los esquistos de Burgess: Aysheaia, el devorador de esponjas; Nectocaris, el primer cefalópodo; y Anomalocaris, un rompecabezas que tardó décadas en completarse. Pero los yacimientos de Burgess siguen deparando novedades, y hace solo tres años, en 2017, se ha descrito una nueva especie, Ovatiovermis, de la que solo se han encontrado dos ejemplares hasta la fecha.

Ovatiovermis está emparentado con Aysheaia, y pertenece al grupo que dió origen a los onicóforos, a los tardígrados y a los artrópodos. Es un pequeño animal alargado, de unos ocho centímetros de longitud, con aspecto de gusano y nueve pares de patas carnosas, gruesas y flexibles, de forma más o menos cónica, llamadas lobópodos. Los dos primeros pares de lobópodos son más largos, con unos veinte pares de espinas distribuidas a todo lo largo de cada uno, como en un peine, y una garra doble en el extremo. Los siguientes lobópodos, del tercer al sexto par, son más cortos y tienen las espinas más pequeñas, excepto cerca del extremo. Los tres últimos pares de lobópodos carecen de espinas; solo tienen garras ganchudas en el extremo para agarrarse al sustrato.

Ovatiovermis no tiene una cabeza diferenciada. En el extremo anterior del animal se encuentra la boca, con una trompa eversible, esto es, que se puede guardar en el interior de la boca volviéndose del revés. Tiene también dos pequeños ojos de una décima de milímetro de diámetro. Se han encontrado restos de calcio en la boca y en la trompa, por lo que es posible que tuviera dientes de algún tipo. También hay calcio en las garras de los tres últimos pares de patas y en el tubo digestivo, pero este último puede corresponder a fragmentos de conchas de otros animales ingeridos con el alimento.

Ovatiovermis es un animal filtrador. Con los tres pares traseros de patas se agarra a un punto elevado del sustrato, una roca, un coral o una esponja, yergue el cuerpo y estira y levanta el resto de los lobópodos para capturar con sus peines de espinas cualquier partícula de alimento que arrastre la corriente. Entonces recoge las patas y con la trompa absorbe ese alimento que ha quedado entre las espinas. Este método de alimentación es el que le ha dado su nombre: Ovatiovermis está formado por las palabras latinas ovatio, que significa “aplauso” u “ovación”, y vermis, “gusano”. Y, en efecto, en pie sobre sus patas traseras y agitando las delanteras en la corriente, Ovatiovermis parece que esté haciendo la ola.

OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:

Infiltrado reticular
Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos.

El expediente Karnak. Ed. Rubeo

El ahorcado y otros cuentos fantásticos. Ed. Rubeo


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