La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace unos 460 millones de años, a mediados del periodo Ordovícico, el clima era más cálido que en la actualidad. Mientras la tierra firme empezaba a ser colonizada por hongos y por plantas no vasculares semejantes a hepáticas, en los mares y océanos la vida volvía a diversificarse después de las extinciones de finales del Cámbrico. En la llamada radiación ordovícica, o gran evento ordovícico de biodiversificación, que se desarrolló a lo largo de unos cuarenta millones de años, en la primera mitad del periodo Ordovícico, el número de órdenes marinos se duplicó, el de familias se triplicó, y también aumentó la complejidad de los organismos y de las cadenas alimentarias. Abundaban especialmente los animales filtradores y los pelágicos, de mar abierto.
Los trilobites, graptolites, braquiópodos, bivalvos y otros supervivientes del Cámbrico compartían las aguas con grupos recién llegados, como los escorpiones marinos, los briozoos y los peces con mandíbulas. Aunque los corales ya existían en el Cámbrico, es en el Ordovícico cuando aparecen los primeros arrecifes de coral. Algunos animales, como caracoles, trilobites y escorpiones marinos, podían aventurarse fuera del mar, en la costa, pero aún necesitaban volver al agua para respirar con sus branquias. La conquista de la tierra firme por los animales aún estaba lejos.
Ya hemos hablado en Zoo de fósiles de Nectocaris, el primer cefalópodo que conocemos, que vivió en el Cámbrico medio. Durante el Ordovícico, los cefalópodos también experimentaron una gran diversificación. El grupo de cefalópodos más abundante en el Ordovícico era el de los nautiloideos. Los miembros de este grupo, del que en la actualidad solo sobreviven las cinco especies de nautilos, se caracterizan por su concha externa y por tener dos pares de branquias. Fueron los principales depredadores marinos de la época, y se considera que los pulpos y calamares actuales, así como los extintos amonites y belemnites, son sus descendientes.
En los nautiloideos, la concha está dividida en cámaras separadas por tabiques, cuyo número va aumentando según crece el animal. El cuerpo del animal se aloja en la cámara exterior, aunque se extiende por el interior de la concha mediante el sifúnculo, un cordón de tejido que recorre la concha por su eje y conecta todas las cámaras. Este sifúnculo sirve principalmente para vaciar el agua de las nuevas cámaras que se forman con el crecimiento de la concha. La elevada salinidad de la sangre del sifúnculo absorbe el agua de la cámara por ósmosis, al mismo tiempo que los gases de la sangre se difunden para ocupar el vacío dejado en la cámara por el agua absorbida. Así, la concha funciona como un flotador análogo a la vejiga natatoria de los peces; los cefalópodos mantienen una densidad media similar a la del agua del mar, lo que les permite nadar con un esfuerzo mínimo. Gracias a esto, algunos nautiloideos alcanzaron tamaños enormes; es el caso de los endocéridos.
Los endocéridos son nautiloideos de concha cónica que se caracterizan por la presencia de endoconos, depósitos calcáreos que se forman en el extremo del sifúnculo y que sirven de contrapeso al cuerpo del animal, para mantener la concha horizontal. También tienen el sifúnculo más grande que otros nautiloideos, con un grosor de hasta la mitad del diámetro de la concha; es posible que este sifúnculo tan grueso alojara parte de los órganos del animal. En los cefalópodos vivientes, el grosor del sifúnculo está relacionado con la velocidad del metabolismo, así que probablemente los endocéridos eran animales muy activos.
Algunos endocéridos de concha recta fueron los animales más grandes de su época. El espécimen más grande descubierto, un fragmento de concha de tres metros de largo, pertenece a la especie Endoceras giganteum; se calcula que la longitud total de la concha llegaba a los cinco metros y setenta centímetros. Se dice que existió una concha, que fue destruida, que alcanzaba los nueve metros. También se calculó una longitud total de nueve metros, o incluso de once, a partir de los restos fragmentarios de otra especie, Cameroceras, pero estimaciones más modernas han reducido esta cifra a seis metros. ¿Cuál de los dos era más grande? Cameroceras, descrita por el malacólogo estadounidense Timothy Abbott Conrad en 1842, se convirtió con el paso del tiempo en un cajón de sastre donde se clasificaban todos los grandes endocéridos de concha recta, incluído Endoceras, descrito cinco años más tarde por el paleontólogo estadounidense James Hall. Es muy posible que ambos nombres sean sinónimos en sentido zoológico, y que representen el mismo animal.
No está claro el modo de vida de estos endocéridos gigantes. Para algunos paleontólogos, eran los superdepredadores del Ordovícico: vivían en el fondo del mar, donde esperaban emboscados el paso de sus presas, trilobites, moluscos, peces, braquiópodos, escorpiones de mar y otros cefalópodos. Otros, sin embargo, afirman que la enorme concha habría sido un engorro en el fondo del mar, y proponen que estos animales eran filtradores pelágicos, como las ballenas.
Los huevos de los endocéridos son relativamente grandes. Probablemente, estos animales ponían los huevos en aguas poco profundas, donde estarían menos expuestos a los depredadores.
Los endocéridos alcanzaron su mayor diversidad antes de la mitad del Ordovícico. Aunque unas pocas especies sobrevivieron hasta el siguiente periodo, el Silúrico, casi todas desaparecieron antes del final del Ordovícico, durante las extinciones masivas del Ordovícico-Silúrico. El paso por el polo Sur de Gondwana, el mayor continente de la época, provocó una glaciación que enfrió el planeta e hizo descender el nivel del mar, con consecuencias catastróficas para los ecosistemas marinos.
OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:
Infiltrado reticular
Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos.
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