La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace poco más de un siglo, en 1910, una expedición científica dirigida por el paleontólogo alemán Ernst Stromer llegaba a Alejandría, en Egipto, en busca de mamíferos fósiles. Pero los fósiles que encontraron no eran de mamíferos, sino de dinosaurios, los primeros que se descubrían en aquel país. Por desgracia, la colección de fósiles de Stromer, que se conservaba en el museo de Múnich, fue destruida por un bombardeo de la aviación aliada la noche del 24 de abril de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial.
Entre los dinosaurios descubiertos por Stromer en Egipto estaba uno de los mayores dinosaurios depredadores que conocemos: el espinosaurio. Este dinosaurio, que vivió en el norte de África hace unos cien millones de años, a mediados del Cretácico, medía entre quince y dieciséis metros de longitud, y pesaba alrededor de siete toneladas. Su nombre significa “lagarto con espinas”, debido a las largas y estrechas prolongaciones de las apófisis vertebrales que se extienden hacia arriba desde el lomo.
Los fósiles de Stromer ya no existen, pero tenemos su descripción científica, publicada en 1915, y sus dibujos y fotografías. Y en el siglo XXI se han encontrado nuevos fósiles de espinosaurio que nos han permitido conocerlo mejor, sobre todo gracias a un esqueleto incompleto de un ejemplar subadulto descubierto en la región de Kem-Kem, en el este de Marruecos.
El cráneo del espinosaurio, con una longitud de hasta 1,7 metros, se parece al de los cocodrilos; es largo, estrecho y aplanado, con una pequeña cresta delante de los ojos. Los orificios nasales se encuentran cerca de los ojos, en una posición elevada. El extremo del hocico está ensanchado; de la docena de dientes presentes en este ensanchamiento en la mandíbula superior, el segundo y el tercero de cada lado son bastante más grandes, con un espacio entre ellos donde ajustan largos dientes de la mandíbula inferior. Más atrás, a los lados, hay otras dos docenas de dientes. Todos los dientes son rectos y cónicos. La abundancia de dientes de espinosaurio en los yacimientos y los estudios histológicos indican que el ritmo de reemplazo de los dientes era muy rápido para un animal tan grande: su desarrollo completo no requería más que entre doscientos y trescientos días.
El cuello del espinosaurio es largo y musculoso, curvado en forma de S. Las espinas del lomo alcanzan una longitud máxima de 1,65 metros, y probablemente estaban unidas y cubiertas por una vela de piel, como en el conocido Dimetrodon. Pero en el espinosaurio, la vela no es semicircular, sino que presenta dos lóbulos con una sección casi recta entre ellos. Algunos paleontólogos han propuesto que en lugar de la vela, las espinas soportaban una joroba de grasa, como en los bisontes.
Los brazos son relativamente largos y robustos, con tres dedos con garras poco curvadas en cada mano; la garra del primer dedo es más larga que las otras. Las patas traseras, de unos cuatro metros, son relativamente cortas aunque, como es habitual entre los dinosaurios, más largas que las delanteras. Los pies son grandes, con cuatro dedos largos y aplanados que tocan el suelo, semejantes a los de las aves limícolas, adaptadas a caminar por el suelo inestable de playas y humedales. Es posible que los dedos del pie del espinosaurio estuvieran unidos por una membrana. La cola, larga, estrecha y flexible, está aplanada lateralmente, como la de los tritones y cocodrilos.
Los espinosaurios vivían en llanuras costeras pantanosas cubiertas por manglares en lo que hoy es el norte de África. Por los restos fósiles encontrados, y por el análisis de sus dientes, sabemos que comían peces. El hocico de cocodrilo, la mayor densidad de los huesos de las patas traseras, que le confiere más estabilidad en el agua, y la cola aplanada sugieren que se trata de un animal acuático. Pero ¿hasta qué punto? Aún no existe un consenso científico sobre ello. No es extraño: disponemos de muy pocos fósiles de espinosaurio, y ninguno de ellos está completo. La reconstrucción del animal debe hacerse a partir de fragmentos procedentes de individuos de distintos tamaños, lo que obliga a plantear hipótesis sobre las proporciones del animal. Ni siquiera estamos seguros de si era bípedo, cuadrúpedo o ambas cosas: diversas reconstrucciones colocan su centro de gravedad cerca de las caderas, lo que le permitiría caminar sobre las patas traseras, o en el punto medio del tronco, lo que le obligaría a caminar sobre las cuatro patas. En este último caso, no podía ser muy rápido en tierra; su velocidad máxima no pasaría de quince kilómetros por hora.
Se ha propuesto que podía utilizar la cola aplanada para propulsarse en el agua, aunque dado su enorme tamaño, no está claro que pudiera obtener el empuje suficiente. Otra función más plausible de la cola es la de golpear el agua para rodear y aturdir bancos de peces, como hace el tiburón zorro. Algunos paleontólogos han llamado la atención sobre la semejanza de la vela del espinosaurio y la aleta dorsal del pez vela; estos peces, trabajando en equipo, utilizan la aleta dorsal para acorralar a los bancos de peces de los que se alimentan. Tradicionalmente se ha propuso que la vela dorsal podía servir para disipar el calor y regular la temperatura, pero en el agua esto no sería necesario; el problema de los animales acuáticos suele ser el contrario, conservar el calor. Claro que la vela también sirve, si se orienta perpendicularmente a los rayos del sol, para calentarse. Podía ser también un elemento de exhibición, igual que la cola de un pavo real, para parecer más grande y así impresionar a los rivales o para atraer a la pareja. Además, dentro del agua la vela podría dar estabilidad al animal en sus movimientos. Sin embargo, existe un estudio sobre la flotabilidad del espinosaurio que sugiere que el animal era incapaz de sumergirse, e incluso que para mantenerse a flote sin zozobrar debía nadar activamente.
Por otro lado, un estudio de tomografía de rayos X del hocico de uno de los fósiles muestra un espacio interno que en otros animales se asocia con terminaciones nerviosas receptoras de presión para detectar el movimiento de las presas bajo el agua. Con los conocimientos actuales, lo más probable que el espinosaurio fuera un cazador semiacuático oportunista, como los modernos cocodrilos, y que se alimentara tanto de carroña como de presas terrestres y acuáticas: peces, lagartos, cocodrilos, tortugas, pterosaurios, plesiosaurios y pequeños dinosaurios. Sabremos más cuando encontremos más fósiles, y sobre todo si tenemos suerte y aparece alguno completo.
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