La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace solo dos millones de años, a principios del Pleistoceno, había en el mundo cuatro estirpes de anfibios. Hoy solo tenemos tres: las ranas y sapos, de cuerpo corto y grueso, patas traseras más largas que las delanteras, y generalmente sin cola; las salamandras y tritones, de cuerpo largo y cilíndrico, patas cortas y cola larga; y las cecilias, que no tienen patas. La cuarta estirpe es la de los albanerpetóntidos, de la que conocemos entre diez y veinte especies repartidas en seis géneros, y que vivieron desde mediados del Jurásico hasta el Pleistoceno.
Descubiertos en el siglo XIX, los primeros fósiles de estos animales se confundieron con tritones y salamandras. Hasta que, en 1982, los paleontólogos canadienses Richard Carr Fox y Bruce Gordon Naylor publicaron un estudio en el que mostraron que Albanerpeton, el género que ahora da nombre al grupo, no solo no era una salamandra, sino que ni siquiera era un pariente cercano de ninguno de los grupos de anfibios vivientes. Así que, para acoger a Albanerpeton y a los otros fósiles semejantes, crearon la nueva familia de los albanerpetóntidos dentro del orden también nuevo de los alocaudados.
Los albanerpetóntidos son animales pequeños, de pocos centímetros de longitud, semejantes a lagartijas o salamandras. Pero esa semejanza es lo que los biólogos llaman una plesiomorfia, una característica ancestral heredada de los antepasados comunes. Diversos caracteres esqueléticos, como los dientes y las articulaciones de la mandíbula y del cuello, los distinguen de los demás anfibios. Además, la piel de los albanerpetóntidos está cubierta de escamas óseas parecidas a las de los peces.
Los albanerpetóntidos aparecen en el registro fósil a mediados del Jurásico en Europa y el norte de África. Desde allí se extendieron por Asia y Norteamérica, adonde llegaron en el Cretácico. Tras la gran extinción de finales del Cretácico, cuando perecieron los dinosaurios, solo se conocen albanerpetónidos en Canadá, en el Paleoceno, hace unos sesenta millones de años, y en Europa, con los más recientes, del Pleistoceno, en Italia.
El género más primitivo, Anoualerpeton, vivió desde mediados del Jurásico hasta principios del Cretácico en zonas pantanosas de Europa y el norte de África. Sus restos se han encontrado en el centro de Inglaterra en 1976 y en el nordeste de Marruecos desde 1988, pero no se identificaron como un género independiente hasta 2003. Su nombre está formado por “Anoual” (Annual en español), localidad marroquí a unos cien kilómetros del yacimiento donde se encontraron su restos fósiles, en la cordillera del Atlas, y “herpetón”, que en griego antiguo se aplica a cualquier animal que se arrastra o que camina sobre cuatro patas.
Entre finales del Jurásico y mediados del Cretácico vivió en Europa Celtedens. Sus fósiles se han hallado en Inglaterra, Italia, Rumanía, Suecia, España y Portugal. En España tenemos fósiles de tres yacimientos: Uña y Las Hoyas, en Cuenca, y Galve, en Teruel.
A principios del Cretácico el grupo se diversificó con varios géneros nuevos, como Shirerpeton, descubierto en Japón y descrito en 2018, y Wesserpeton, que solo se ha encontrado en la isla de Wight, en el sur de Inglaterra, y se describió en 2010.
También de principios del Cretácico es Yaksha, del que se han encontrado tres especímenes atrapados en ámbar de Birmania. Los yaksha o iaksas son espíritus benevolentes protectores de la naturaleza y de los tesoros escondidos en las mitologías hindú, budista y jainista. Estos fósiles son los restos mejor conservados de todo el grupo, y consisten en un esqueleto de un ejemplar juvenil, que al principio fue confundido con un camaleón, un cráneo completo con mandíbulas de un adulto y un esqueleto parcial de adulto. El cráneo mide unos doce milímetros, y se calcula que la longitud del animal, sin contar la cola, era de unos cinco centímetros. La presencia en el interior del cráneo, embebida en restos del tejido de la lengua, de una larga espina de hueso que formaba parte del hueso hioides, análoga a la que está presente en los camaleones, nos ha permitido saber que la lengua de estos animales era también protráctil. No son los únicos anfibios con esta característica: las salamandras pletodóntidas o tlaconetes también cazan lanzando la lengua contra sus presas. Los tlaconetes son salamandras de pequeño tamaño, sin pulmones. Aunque, por su pequeñez no son muy conocidas, es el grupo de anfibios con más especies, cerca de quinientas; se extienden por América, desde la Columbia Británica hasta Brasil, aunque hay también algunas especies en Europa al sur de los Alpes, en Cerdeña y en Corea del Sur.
El ejemplar juvenil, con un cráneo cuatro veces menor que el del adulto, tiene sin embargo la misma estructura esquelética, con cuatro patas, lo que sugiere que estos animales no pasaban por una fase larvaria ni sufrían metamorfosis.
Albanerpeton, el género que da nombre a la familia, apareció en el Cretácico, y se ha encontrado en Estados Unidos, Canadá, Rumanía, Inglaterra, Alemania, España, Italia y Francia. Su nombre procede de la fractura kárstica llamada La Grive-Saint-Alban, en el municipio francés de Saint-Alban-de-Roche, entre Lyon y Grenoble. Allí se encontró una gran cantidad de huesos, sobre todo mandíbulas y frontales, que permitieron describir correctamente el género. Albanerpeton es un animal de cabeza y cuello robustos. Se conocen seis especies norteamericanas y solo una europea; vivían en ambientes húmedos, donde excavaban sus madrigueras. Los últimos albanerpetóntidos eran miembros de este género, y vivieron en el norte de Italia; desaparecieron tras la última glaciación, cuando el clima de la región se volvió mediterráneo, cálido y seco.
Anfibios escamosos, que no sufrían metamorfosis, y que cazaban como los camaleones, desaparecidos hace solo dos millones de años. ¡Nos los hemos perdido por poco!
OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:
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