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Zoo de fósiles

La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.

Kolponomos, de oso a pinnípedo.

Kolponomos - Zoo de fósiles podcast - Cienciaes.com

Hace medio siglo, en 1957, se encontró en las cercanías del faro de Slip Point una mandíbula y un fragmento de cráneo, restos fósiles de un mamífero carnívoro desconocido. Slip Point es un cabo que cierra por el este la bahía de Clallam, en la costa estadounidense del estrecho de Juan de Fuca, que separa la península Olímpica, en el estado de Washington, al sur, de la isla canadiense de Vancouver, al norte. La pieza del cráneo correspondía a lo que los paleontólogos llaman el rostro, la parte delantera formada por los dientes superiores, el paladar y la cavidad nasal; así que las dos piezas encontradas formaban en conjunto lo que podríamos llamar el hocico.

En 1960, el paleontólogo Ruben A. Stirton, del Museo de Paleontología de la Universidad de Berkeley, creó para ellos la nueva especie Kolponomos clallamensis, que clasificó, no sin polémicas, como un gran prociónido marino, pariente de mapaches y coatíes, que vivió a principios del Mioceno, hace unos veinte millones de años.

Años más tarde, el buscador de fósiles Douglas Emlong descubrió cerca de Newport, en Oregón, un espécimen emparentado, formado por un cráneo casi completo, la mandíbula y algunos huesos más, en una concreción de sedimento rota en dos trozos, encontrados con ocho años de diferencia, en 1969 y en 1977. La concreción era tan dura que el laboratorio de paleontología del Instituto Smithsoniano tardó dos décadas en extraer y preparar los fósiles; según los técnicos, fue el material más difícil con el que había trabajado nunca el laboratorio.

Entretanto, en 1988, se había descubierto otro cráneo casi completo de Kolponomos clallamensis en el mismo lugar del primer hallazgo, pero no fue hasta la descripción de los restos de Oregón, una vez liberados de su matriz de roca, en 1994, cuando se estableció la verdadera identidad del animal. Richard H. Tedford, Lawrence G. Barnes y Clayton E. Ray publicaron ese año la descripción de la nueva especie Kolponomos newportensis, que dejaba claro que Kolponomos no era un mapache, sino que estaba más próximo a los osos y a los ancestros de focas y leones marinos. Gracias a fósiles como Kolponomos hoy sabemos que los parientes vivos más próximos de los pinnípedos son los osos.

Kolponomos es un animal de unos setenta centímetros de altura, algo más de un metro de longitud y unos ochenta kilos de peso. Su cuerpo era probablemente alargado, con patas cortas y cola larga, como los primeros úrsidos. Su hocico es estrecho, con la parte delantera inclinada hacia abajo, y con gruesos molares semejantes a los de la nutria marina en su forma, tamaño y desgaste. Los orificios nasales están muy retrasados, y los ojos se dirigen hacia delante, lo que indica que tenía visión estereoscópica. Los músculos del cuello, como los huesos de las patas, son muy fuertes.

Se ha comparado la forma de la mandíbula de Kolponomos con la de los tigres de dientes de sable, aunque sus dientes son muy diferentes. Con su dentadura, Kolponomos no podía ser un superdepredador carnívoro, pero, como los dientes de sable, usaba la mandíbula inferior como punto de apoyo para hacer palanca. Claro que las presas de Kolponomos no eran grandes animales, sino pequeños moluscos marinos adheridos al sustrato rocoso.

Kolponomos fue uno de los primeros intentos de vuelta al medio acuático de la línea evolutiva que, a partir de los osos, o más bien de sus antepasados, condujo a la aparición de los pinnípedos: focas, morsas y leones marinos. Vivía en la costa noroeste de Norteamérica, y ocupaba un nicho semejante al de dos mamiferos marinos actuales: la nutria marina y la morsa. Los tres se alimentan de moluscos y crustáceos, pero sus técnicas de caza son diferentes. La nutria marina utiliza sus manos para rebuscar en el fondo marino y, cuando es necesario, para arrancar a sus presas del sustrato rocoso. A veces utiliza piedras para esta tarea, así como para romper los caparazones más grandes y extraer su contenido. La morsa, por su parte, no necesita arrancar los moluscos adheridos al fondo marino. Una vez que ha localizado su presa con sus sensibles vibrisas, agita las aletas y expulsa chorros de agua por la boca para limpiar el fondo marino, aplica los labios a la concha del molusco y succiona su carne creando un vacío con rápidos movimientos de la lengua. No utiliza, como se creía antiguamente, los colmillos. Estos le sirven para hacer agujeros en el hielo y para trepar a este cuando sale del agua, y los machos los utilizan también para luchar entre ellos, pero no para cazar. Como no ingiere los caparazones duros, no necesita dientes trituradores; de hecho, el número de dientes en las morsas es muy variable: aunque el máximo es de treinta y ocho, más de la mitad son rudimentarios o no están presentes en muchos casos; lo más habitual es que una morsa tenga solo dieciocho dientes.

Kolponomos, por su parte, utiliza la boca para arrancar los moluscos adheridos al fondo marino: apoya el extremo de la mandíbula inferior entre la presa y el sustrato, y cierra la boca para hacer palanca con los incisivos superiores. Una vez arrancado y arrastrado al interior de la boca, lo tritura con sus gruesos molares. Como los orificios nasales, como hemos dicho, están atrasados, quedan protegidos del roce con la roca. No sabemos de ningún animal viviente que se alimente así. Lo más parecido, quizá, pudo ser Siamogale, la nutria gigante asiática del Plioceno, de la que ya hemos hablado en Zoo de fósiles.

OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:

Infiltrado reticular
Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos.

El expediente Karnak. Ed. Rubeo

El ahorcado y otros cuentos fantásticos. Ed. Rubeo


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