La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace más de siglo y medio, en 1857, llegaron a manos del paleontólogo inglés Richard Owen trece vértebras fósiles descubiertas cerca de Tesalónica, en Grecia. Al publicar su descripción en el boletín trimestral de la Sociedad Geológica de Londres, Owen las identificó como pertenecientes a la víbora más grande conocida, a la que bautizó con el nombre de Laophis crotaloides.
Las vértebras de Owen se perdieron, y no quedó ninguna prueba tangible de la existencia de esta enorme víbora hasta 2014, cuando se descubrió en la misma región una vértebra perteneciente a la misma especie. Entre las serpientes, el tamaño de las vértebras es indicativo del tamaño corporal del animal; esta vértebra confirmó la apreciación de Owen: Se calcula que esta serpiente, que vivió durante el Plioceno inferior, hace entre cuatro y cinco millones de años, alcanzaba los tres o cuatro metros de longitud. Hoy en día existen serpientes venenosas más largas, como la cobra real, que vive en el sudeste asiático y alcanza hasta los cinco o seis metros. Pero la cobra real no pesa más de nueve kilos, mientras que para Laophis se calcula un peso de hasta veintiséis kilos; era una víbora muy corpulenta. La víbora actual más grande, la matabuey o surucucú de Centroamérica y Sudamérica, es tan larga como Laophis, pero no pasa de los doce kilos de peso.
Las serpientes son animales de sangre fría; cuanto mayores son, más calor necesitan para mantenerse activas. Por eso, hoy en día, las grandes serpientes viven en las regiones tropicales. Sin embargo, el clima de Grecia en el Plioceno era estacional, con inviernos fríos; resulta un misterio cómo Laophis podía sobrevivir allí. Esta víbora gigante vivía en praderas frecuentadas por grandes animales, como ciervos y caballos, aunque es probable que se alimentara de roedores y otros pequeños animales.
Los seres humanos nunca se encontraron con Laophis, pero sí que coincidieron en Australia con otra serpiente de gran tamaño, Wonambi. Wonambi era el último representante de un grupo de serpientes constrictoras hoy desaparecido, la familia de los madtsoidos. A diferencia de las constrictoras actuales, boas y pitones, estas serpientes no eran capaces de desencajar las mandíbulas, por lo que debían de alimentarse de presas más pequeñas. Wonambi, de cinco a seis metros de longitud, tenía la cabeza pequeña, lo que limitaba aún más el tamaño de sus presas. Vivió en el Pleistoceno, hasta hace menos de cincuenta mil años, en el sur de Australia, donde emboscaba a sus presas cerca de los abrevaderos. Es probable que su extinción fuera provocada, al menos en parte, por los aborígenes, bien por la caza, o bien por la agricultura itinerante de roza y quema, que acabó con buena parte de los bosques australianos. Wonambi es el nombre que dan los aborígenes del sur de Australia a la Serpiente Arcoíris, un ser mitológico relacionado con la vida, el agua y la lluvia; se decía que cuando se ve el arcoíris en el cielo, es la Serpiente Arcoíris que se desplaza de un abrevadero a otro. Hay quien considera que el nombre de la especie fósil no podría estar mejor elegido, y proponen que es precisamente esta serpiente extinta la que originó el mito de la Serpiente Arcoíris. Aunque hay muchas otras grandes serpientes en Australia que podrían haber cumplido ese papel, y eso si no se trata simplemente de una mitificación del arcoíris.
Antes de Wonambi, la familia de los madtsoidos llegó a extenderse por medio mundo: Sudamérica, África, la India, Australia y el sur de Europa. Aparecida en el Cretácico superior, entre sus miembros se encuentra la que, hasta hace una década, era la serpiente más grande conocida: Gigantophis, de entre nueve y once metros de longitud y unos setecientos kilos de peso. Aunque se ha informado a veces de anacondas y pitones de nueve o diez metros, se trata más de cuentos de cazadores que de datos científicos contrastados; los tamaños máximos verificados entre las serpientes actuales no llegan a seis metros y cien kilos en el caso de las anacondas, ni pasan de ocho metros y doscientos kilos entre las pitones. Gigantophis vivió durante el Eoceno, hace unos 36 millones de años, en la región del mar de Paratetis, en lo que hoy es el norte de África. Se alimentaba de grandes peces y quizá de proboscidios anfibios primitivos, como Moeritherium, del tamaño de un cerdo. Aunque algunos cálculos más recientes han reducido su longitud a menos de siete metros.
La que seguro que alcanzaba los diez metros de longitud era la serpiente marina Palaeophis, que vivió durante el Eoceno, hace unos cuarenta millones de años. Esta serpiente tenía una tasa metabólica muy elevada; era un depredador activo, como sus parientes actuales, que no pasan de los tres metros de longitud.
La mayor serpiente conocida, Titanoboa, fue descubierta en 2009; con una longitud de casi trece metros, un grosor de sesenta centímetros y un peso de más de una tonelada, supera de largo a Palaeophis, a Gigantophis y a cualquier especie viviente. Titanoboa pertenecía a la familia de los boidos, que incluye a boas y anacondas; vivió en el nordeste de Colombia durante el Paleoceno, hace unos sesenta millones de años, en una selva tropical costera pantanosa. Se estima que el cráneo, que no se ha encontrado completo, medía unos 40 centímetros de longitud. Titanoboa pasaba la mayor parte del tiempo en el agua, donde habitaban también grandes cocodrilos y tortugas. Pero, a pesar de su tamaño, Titanoboa no era un superdepredador: la estructura de sus dientes y mandíbulas indica que se alimentaba principalmente de peces.
Hasta aquí las serpientes gigantes acreditadas en publicaciones científicas. Pero no todos los fósiles acaban descritos en una revista científica; algunos se quedan en un cajón durante años o décadas, porque están en muy mal estado, o porque son solo fragmentos indistintos, o simplemente porque los paleontólogos no dan abasto… El caso es que, según parece, existen dos fragmentos de vértebras fósiles descubiertos en Argentina que apuntan a serpientes aún más grandes. La primera corresponde a un individuo juvenil de entre cinco y siete metros de largo, que de adulto podría haber alcanzado los diez o doce metros; la segunda es aún mayor, y se calcula que pertenecía a una serpiente con una cabeza de setenta centímetros de largo y una longitud total de quince a veinte metros. Sin embargo, nada de esto es seguro mientras no se publique una descripción científica válida o se encuentren nuevos restos más completos.
(Germán Fernández, 21/01/2022)
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