El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Los humanos poseemos un cerebro enorme en comparación con el de otros primates
A pesar de los impresionantes avances que la ciencia nos brinda cada semana, algunos misterios ofrecen una resistencia importante ante su elucidación. Uno de ellos es el misterio de la lenta velocidad de nuestro crecimiento. Como sabemos, la especie humana es la de más lento crecimiento de todos los primates. El chimpancé alcanza la pubertad entre los 8 y 10 años de edad, y el gorila entre los 10 y los 13 años. Algunas hembras de gorila pueden ser madres con tan solo 10 años de edad. En cambio, los humanos tomamos algunos años más antes de entrar en la pubertad y, en general, muchos años más antes de ser padres o madres.
La explicación más popular para estos hechos es que ni los chimpancés ni los gorilas, ni otros primates, por supuesto, necesitan aprender tantas cosas como los humanos antes de estar listos para llevar una vida independiente en sociedad. Debido a que el periodo educativo de los humanos es tan prolongado, nuestra fisiología se ha adaptado para crecer despacio, alargar la infancia y la adolescencia, y concedernos así mayor tiempo de aprendizaje.
Esta hipótesis parece sensata, e incluso probable, pero, en ocasiones, lo aparentemente sensato resulta, a la postre, falso, y lo insensato, al contrario, puede revelarse verdadero. Por ello, hasta lo que parece sensato necesita ser analizado en profundidad de manera científica para comprobar si realmente supera todo aquello que lo pone a prueba.
Un problema con la sensata hipótesis anterior es el simple hecho de que para crecer más lentamente, un organismo necesita bien comer menos, bien gastar más calorías durante el periodo de crecimiento lento. Esto quiere decir que si la infancia humana debe alargarse para dar tiempo al complejo periodo de aprendizaje, los niños deberían comer menos en proporción que lo hacen los chimpancés o gorilas –lo que no parece ser el caso– o, al contrario, su actividad física debería ser más elevada, lo cual entra en contradicción con los requerimientos para el aprendizaje, que necesita de largos periodos de inactividad física mientras nos sentamos horas y horas en los pupitres escolares. No obstante, no podemos obviar la consideración anterior: si un organismo crece menos que otro es porque incorpora en su cuerpo menos materia del exterior, o porque la utiliza en forma de energía para alguna necesidad. ¿Qué sucede en el caso humano?
El cerebro: culpable
Es de todos y todas conocido que los humanos poseemos un cerebro enorme en comparación con el de otros primates. Por ello, otra hipótesis que también se ha considerado es que el crecimiento lento de nuestro cuerpo se debe al mayor crecimiento de nuestro cerebro, o a un mayor consumo energético por su parte, independientemente de que se encuentre aprendiendo de manera reglada o no, puesto que los niños que, desgraciadamente, no pueden ir a la escuela crecen a la misma velocidad que los demás.
Para elucidar la influencia del cerebro en el crecimiento general del organismo, investigadores de varias universidades estadounidenses analizan datos de resonancia magnética (que determinan el tamaño) y de tomografía de emisión de positrones (que determinan el consumo de glucosa, es decir, la velocidad del metabolismo energético) previamente adquiridos de cerebros de niños de diferentes edades, de adolescentes y de adultos. Los investigadores encuentran que justo en los años de crecimiento corporal más lento, el cerebro consume el máximo de energía. Sin ir más lejos, el cerebro de un niño de cuatro años, edad a la que la velocidad de crecimiento corporal es mínima, consume el 66% de las calorías del organismo en reposo (es decir, sin contar las utilizadas en la actividad física) o, lo que es lo mismo, alrededor del 40% del total de las calorías ingeridas. Y el cerebro de un niño de cinco años de edad consume el doble de calorías que el de un adulto, lo que demuestra de paso, como de todas formas parecía evidente, que no es solo la actividad cerebral la responsable de un pensamiento coherente y maduro.
Estos datos, publicados en el último número de la revista Proceedings, indican que el menor crecimiento corporal durante la infancia de los humanos, relativo al crecimiento de otros primates superiores, es debido al mayor desarrollo y actividad cerebrales. Esto explica también por qué a veces resulta tan difícil averiguar la edad de un niño solo examinando el tamaño de su cuerpo, sin oírlo hablar o expresarse, lo que revelará su edad de manera mucho más precisa. Estos datos también explican por qué la actividad física de los niños es mínima entre los cuatro y cinco años de edad, y aumenta más adelante, cuando la tasa de crecimiento cerebral disminuye.
¿Por qué necesita el cerebro de los niños semejante influjo de materia y energía? La respuesta, comentan los autores del estudio, es la necesidad de establecer las sinapsis y conexiones neuronales que nos permiten aprender y fijar en nuestra memoria los conceptos e ideas más fundamentales para nuestra vida, aquellos que nos permitirán conseguir convertirnos con éxito en seres humanos adultos.
Este estudio demuestra igualmente que el adecuado aporte de alimentos y energía resulta fundamental para el correcto desarrollo cerebral en la infancia. Desde el punto de vista evolutivo, el estudio vuelve a hacer hincapié en la importancia de una dieta rica en grasas (componentes fundamentales del cerebro) y calorías durante la infancia, dieta que de no haber sido posible para nuestros ancestros hubiera conducido al aborto de la especie Homo sapiens sapiens en sus orígenes.
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