El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Confieso que ser científico genera ciertas dificultades en la vida corriente. Cuando la mayoría de la gente abraza una opinión, el científico se preguntará: ¿dónde están los datos que la avalan? Esos datos no siempre existen, lo que en ocasiones coloca al científico en la difícil posición de verse confrontado a opiniones mayoritarias que, no obstante, no están de acuerdo con la realidad, opiniones a las que resulta difícil oponerse sin ser tachado, incluso (como me ha sucedido con el asunto de las antenas de telefonía móvil), de mal profesional. Sin embargo, la actividad científica nos ha enseñado que lo que parece evidente y es considerado cierto por una mayoría frecuentemente no lo es.
Uno de los asuntos polémicos para los que existe una opinión mayoritaria favorable es que en la sociedad occidental existe una desigualdad de género en detrimento de las mujeres. Sin duda, esta opinión sí parece estar avalada por datos claros. Los hombres ganan más que las mujeres en trabajos de idéntico nivel, y las mujeres siguen siendo minoría en puestos de gestión y responsabilidad, y también en determinados campos profesionales importantes, como la tecnología, la ingeniería y las matemáticas.
Si los datos indican un claro escenario de desigualdad, volvemos a adentrarnos en el área de las opiniones cuando intentamos atribuir una causa para esta situación. Algunos grupos atribuyen esta a una conspiración patriarcal universal (prácticamente todas las culturas estarían implicadas) en la que la mayoría de los hombres serían cómplices. Otros pueden apelar a que el sistema capitalista paga y promociona a cada cual de acuerdo a su valía para ese sistema (no necesariamente a su valía como persona), lo que resulta en la promoción preferente de los hombres en un mundo en el que reina la competitividad. Aún otros pueden apelar a desigualdades de educación o incluso a diferencias hormonales y genéticas entre los sexos, diferencias todas indudables de acuerdo a lo que sabemos hoy.
Sin embargo, es también posible que las desigualdades sean en parte debidas a interpretaciones sesgadas de la realidad que todos vamos aprendiendo de manera inconsciente a medida que nos adentramos en la sociedad y en la vida. Estas interpretaciones, a su vez, condicionarían la propia realidad social y la inclinarían hacia la desigualdad de género. Es posible, pero ¿dónde están los datos?
Afortunadamente, la ciencia también ha abordado esta cuestión y ha revelado hechos sorprendentes. Uno de los estudios desveló en 2012 que un idéntico curriculum científico (se trataba de un curriculum inventado) era evaluado mejor a la hora de competir por un trabajo como investigador si estaba asociado a un nombre de varón. Sorprendentemente, las científicas que evaluaron el idéntico curriculum también lo calificaron peor cuando se trataba de una mujer. El sesgo en contra de las mujeres era, por tanto, mostrado por las propias mujeres, incluso cuando estas sabían lo que les había costado alcanzar posiciones prominentes en instituciones científicas, posiciones que les otorgaban ahora el poder de evaluar a otros.
El sesgo del apellido ilustre.
Un nuevo estudio avala ahora la existencia de uno más de estos sesgos, probablemente inconscientes, que, seamos hombres o mujeres, todos podemos tener. Las científicas Stav Atir y Melissa Fergusson, de la Universidad de Cornell, USA, abordan el tema de cómo el género afecta a la forma en la que nos referimos y evaluamos a profesionales en distintas áreas.
Normalmente, cuando discutimos sobre el trabajo de algún profesional nos referimos a él por su apellido. No decimos “Charles desarrolló la teoría de la evolución”, sino “Darwin desarrolló la teoría de la evolución”. Como mucho, podemos usar el nombre y el apellido, pero nunca el nombre a secas. El nuevo ministro de ciencia en España es Pedro Duque. Nunca será ¡Pedro! (excepto si su apellido fuera Almodóvar, evidentemente).
Las doctoras Atir y Fergusson realizan ocho estudios que confirman que las personas se refieren a los profesionales varones por su apellido con una frecuencia dos veces superior a cuando el profesional es una mujer. Este sesgo aparece al analizar datos de archivo en los que, por ejemplo, alumnos evalúan a sus profesores, o expertos hablan de diferentes personalidades en medios de comunicación. El sesgo aparece al hablar de cualquier profesional varón: médico, científico, escritor, etc.
Las investigadoras obtienen evidencia adicional de este sesgo solicitando a voluntarios que escriban un pequeño ensayo explicando su opinión sobre los logros de un científico de curriculum inventado por ellas. El resultado avala lo encontrado anteriormente, puesto que, si el científico era varón, la probabilidad de que se refirieran a él por su apellido era claramente superior.
Lo relatado hasta aquí no pasaría de la categoría de anécdota si no fuera por otro dato fundamental revelado por las autoras de los estudios. Los profesionales nombrados por su apellido son juzgados como más ilustres, eminentes e importantes que los nombrados por su nombre de pila. Así pues, la manera en que nos referimos a un profesional puede revelar ya un sesgo favorable o desfavorable hacia este, según sea hombre o mujer.
¿Qué razones podrían explicar este sesgo? Las autoras especulan con varias posibilidades. La primera es que el apellido suele estar más asociado con los hombres en muchas culturas, en las que las mujeres pierden su apellido cuando se casan. Además, mencionar el nombre es necesario para indicar que nos referimos a una mujer, porque, por defecto, el apellido suele referirse a un hombre.
Sea como fuere, estos estudios proporcionan evidencia científica sobre la existencia de insospechados sesgos de género, también entre las mismas mujeres. Será necesario un largo y paciente trabajo conjunto entre hombres y mujeres para identificarlos todos y conseguir acabar con ellos.
Referencia: Stav Atir and Melissa J. Ferguson. How gender determines the way we speak about professionals. www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.1805284115.
Más información en el Blog de Jorge Laborda.
Obras de divulgación de Jorge Laborda
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