El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hace muchos años leí un relato de detectives muy interesante. Era una de esas historias del tipo “el misterio de la habitación cerrada”, que tratan de crímenes cometidos en situaciones imposibles, en las que aparentemente nadie ha podido perpetrarlos, pero que en general alguien ha cometido de manea muy astuta.
En la historia que leí, tras ver a un hombre conocido abrir la puerta con la llave y entrar en un local de un callejón con una pesada caja de cartón, el testigo oye que una vez dentro el hombre cierra con llave la puerta desde el interior. Pocos días después, el testigo lee en el periódico que el hombre es dado por desaparecido. El testigo avisa a la policía y le informa de lo que vio. La policía acude al local y comprueba que la puerta continúa cerrada desde el interior. Tras echarla abajo, descubren el cadáver del hombre colgado de una soga atada a una viga del techo. El local está completamente vacío y carece de ventanas. No hay nada más en él, salvo la caja de cartón vacía, apartada en una esquina, y un resto de humedad bajo el cadáver ahorcado. Parece que el hombre se orinó mientras moría.
Tras realizar numerosas pesquisas, el conocido y brillante detective que dirige el caso concluye que nadie ha podido asesinar a ese hombre. Nadie más poseía otra llave. No hay entradas o salidas ocultas en el local. El hombre tuvo que suicidarse, sin más remedio, pero ¿cómo? La caja de cartón está vacía y no hay nada en el local sobre lo que pudo encaramarse para el suicidio. La respuesta se halla tras analizar los restos de humedad en el suelo. No se trata de orina, sino de agua destilada. ¿De dónde proviene? El detective concluye que proviene de un bloque de hielo que el hombre llevaba en la caja y que utilizó para subirse sobre él, colgar así la cuerda en la viga del techo y, tras ponérsela en el cuello, apartarlo de una patada dejándolo sin apoyo y condenado a morir ahogado. El hielo acabaría derritiéndose y el agua, evaporada. Probablemente, al suicidarse de ese modo, el hombre pretendía también dejar para la posteridad un misterio de no fácil resolución. No contaba con que su cadáver sería encontrado antes de que el agua destilada se secara sin dejar rastro, ni con la legendaria inteligencia del famoso detective que llevaría el caso.
Es importante mencionar que el detective no propone extrañas ideas para intentar resolver el caso. No considera ni un instante que un fantasma haya atravesado las paredes y cometido un asesinato dando la impresión de que es un suicido. Sabe, gracias a años y años de experiencia y conocimiento sólido, que los fantasmas no existen y los asesinos son personas de carne y hueso. Estos no pueden atravesar puertas cerradas ni paredes para matar a sus víctimas; deben tener acceso físico a ellas, aunque sea solo para disparar un arma con seguridad de alcanzarlas mortalmente. En conclusión, no todas las posibles explicaciones del hecho observado son igualmente válidas. Las hay que son más sensatas que otras y, sobre todo, acordes con lo que previamente se conoce.
La habitación cerrada de la homeopatía
Idéntico tipo de razonamiento puede aplicarse para concluir que la homeopatía no puede ser en ningún caso responsable de una curación. Al paciente no lo cura nada, porque igual que el hombre de la historia se suicida sin ayuda, el paciente se cura por sí mismo. No hay nada que pueda explicar esa curación de otro modo.
En efecto, no hay nada que pueda explicar la curación. Recordemos que la homeopatía mantiene que un principio supuestamente activo, que sin ser diluido causaría síntomas similares a los de la enfermedad, cura esos síntomas gracias a las enormes diluciones y agitaciones a las que el principio es sometido, las cuales, por mecanismos aún desconocidos, le confieren así un poder curativo que sin diluir no poseía.
Diluir una sustancia significa incrementar la distancia entre sus moléculas, separarlas por un espacio cada vez mayor que será ocupado solo por agua. ¿Cuánto espacio separa a dos moléculas de principio activo cuando son sometidas al procedimiento de dilución más comúnmente utilizado en homeopatía? Esto se puede calcular y me he permitido hacer los cálculos, que he repetido varias veces por lo increíble de sus resultados. El espacio que separaría dos moléculas de una sustancia diluida de manera homeopática sería de más de cien millones de kilómetros, es decir, la distancia del Sol a Venus. Esto supone que el método de dilución homeopática consigue, literalmente, hacer desaparecer las moléculas de la preparación. No hay una sola molécula de principio activo en ella.
Los médicos, farmacéuticos y bioquímicos sabemos, además, que para que un medicamento, formado por moléculas de un principio activo, funcione con eficacia es preciso administrarlo en una proporción superior, en general, al millón de moléculas por cada célula de nuestro organismo. Esto es necesario para asegurar que el fármaco alcanza con seguridad a las moléculas de nuestras células sobre las que debe actuar. También sabemos que esto es siempre lo que sucede con los medicamentos. Estos ejercen un efecto gracias a que acceden y de hecho se unen físicamente a las moléculas que son sus “víctimas”. Dosis menores de fármacos, es decir, menor número de sus moléculas, no son eficaces porque no alcanzan a todas las moléculas que deben ser afectadas por ellos.
Frente a este conocimiento, una observación contrastada es que tras administrar preparaciones homeopáticas muchos de los pacientes se curan. ¿Cómo puede ser? ¿Qué ha podido curarlos si en la preparación administrada no hay sustancia activa? Como el detective de la historia anterior, nos vemos obligados a concluir que el paciente se ha curado solo, como igualmente solo acabó con su vida el hombre encerrado en el local. Que muchas enfermedades se curan solas es también una observación bien contrastada. Enfrentados al hecho de que, aunque nos tomemos una pequeña píldora homeopática y nos curemos, esta no contiene sino azúcar, deberemos concluir, aunque no queramos, que el culpable de la curación ha tenido que ser nuestro propio organismo.
A pesar de estos racionales análisis, basados en lo descubierto y confirmado cada día por la medicina y la ciencia, muchos siguen creyendo en que la homeopatía es eficaz. Están en su derecho, pero no están en lo cierto.
Más información en el Blog de Jorge Laborda.
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