El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hoy vamos a retomar un tema que ese ha puesto de actualidad gracias a una campaña para limitar el consumo de carne que ha iniciado el ministro Alberto Garzón y que ha puesto a muchos en carne viva. Es posible que algunos de vosotros, a pesar de ser del tipo de gente tan informada y educada como el que sois, creáis que esta campaña es innovadora, basada en recientes estudios, Nada más lejos de la realidad. De hecho, este tema ya es vintage, y de él hablé si no, hace 20 años, si hace 12 años, concretamente en febrero del año 2009, antes de que comenzara a elaborar podcasts, por supuesto.
En febrero de 2009 abordaba el tema que hoy vuelve de actualidad tan candente como una barbacoa en el siguiente artículo: Ternera Invernadero
¿Cómo esta la situación hoy? Lo primero que querría comentar, y esto es una opinión, no datos científicos, es que la sociedad, la española, sigue sin estar preparada, en general, para aceptar los datos científicos que no le interesan, o al menos los que no interesan a algunos. No creo, por otra parte, que la situación esté mejor en otros países de habla hispana, ni tampoco en los de habla no hispana. Pero, vamos a ver, ¿Qué clase de ciencia es esta que nos dice que el consumo excesivo de carne es malo para la salud de las personas y para el planeta? ¡Hasta aquí hemos llegado con la dichosa ciencia! Claramente necesitamos otra clase de ciencia, la que nos diga lo que nos gusta oír: que los chuletones son sanos, que la cría de vacas no afecta al medioambiente y que las vacas están encantadas con vivir inmóviles para ofrecer su carne en sacrificio a sus dioses, los seres humanos. Vamos, que, en lugar de ciencia, lo que algunos querrían es que esta fuera otra religión. Me temo que, por mucho que recen, eso, afortunadamente, no va a pasar.
Y es que considero que hay una cosa aún más difícil que ser demócrata y respetar a los otros sea cual sea su opinión. Eso que resulta más difícil es ser científico. Porque científico no es el que hace ciencia y crea conocimiento. Científico es, sobre todo, en mi opinión, el que acepta lo que la ciencia nos revela y se guía por ella, a pesar de los errores que el proceso de adquisición de conocimiento pueda generar, hasta que finalmente el polvo se dispersa y la verdad se ve con claridad. Científico es el que no se rebela de manera emocional contra la realidad desvelada por la investigación científica.
Dicho lo anterior ¿qué nuevos conocimientos tenemos hoy sobre estos asuntos? En primer lugar, no cabe ya duda de que el consumo excesivo de carne impacta negativamente sobre la salud media de las personas y aumenta el riesgo de cáncer y de enfermedades cardiovasculares. Esto, además de en la salud y bienestar impacta en la economía, porque la enfermedad es siempre improductiva, mientras que la salud es productiva.
El impacto de la emisión de metano a la atmósfera, por otra parte, ha sufrido algunas revisiones. Los últimos datos indican que el potencial de calentamiento global del metano en un periodo de 20 años es 84 veces, y no 23, el potencial del CO2. Si se tienen en cuenta interacciones vía aerosoles este potencial disminuye a 32 veces, que sigue siendo muy superior al del dióxido de carbono. Al igual que ha sucedido con el CO2 que ha aumentado de unas 290 ppm a principios de siglo XX a cerca de 415 pm hoy, la cantidad de metano en la atmosfera ha aumentado de las 722 partes por millón antes de la revolución industrial, a las 1892 ppm en 2020. Obviamente este incremento no se debe solo a la ganadería intensiva, pero esta ha contribuido y contribuye al mismo.
Con el aumento de la población humana que se estima sucederá en este siglo, que algunos estudios estiman superará los 11.000 millones de personas para 2100, no cabe duda de que nuestra alimentación deberá estar más basada en legumbres, verduras y frutas más que en la carne. Como para no pasar hambre tenemos que ingerir un número diario mínimo de calorías, la menor ingesta de carne supondrá una mayor ingesta de otros alimentos, lo que significa que algunos trabajos hoy dedicados a la ganadería deberán relocalizarse en la agricultura, siempre y cuando la robotización y mecanización lo permitan. Es de esperar que estos cambios se acompañen igualmente de un progreso en valores éticos sobre el bienestar animal, y las prácticas industriales en algunos casos crueles, que hoy se emplean con ellos sean consideradas inaceptables en los próximos años.
Jorge Laborda (17/07/2021)
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