El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hoy os voy a contar una historia que parecía ciencia-ficción cuando la escribí, hace ahora casi 20 años, y que sigue pareciendo ciencia ficción hoy, a pesar de que ya para aquel entonces era realidad para unas pocas personas. Como veréis, el asunto está relacionado con el tema de la sinestesia, del que os hablé hace tres programas. En septiembre de 2001, escribía aquí lo siguiente. El tercer Ojo
Como ya os imaginaréis, la tecnología que permite “ver” a través de la lengua ha sufrido mejoras sustanciales en los últimos 20 años. De acuerdo con la información más reciente a la que he podido acceder por Internet, el dispositivo ha disminuido de tamaño sustancialmente. Tiene también un nombre. Se llama Brainport. En la actualidad consiste en una cámara miniatura que se lleva sobre la parte frontal de una especie de diadema que se coloca sobre la frente. La diadema está conectada por un cable a una placa del tamaño de un gran sello de correos, para aquellos que aún se acuerden de lo que era eso. A quienes no lo sepan o no se acuerden, les digo que la placa es un cuadrado de alrededor de 3 × 3 cm. Esta es la placa que se coloca sobre la lengua y en la que hay distribuidos 400 electrodos (20 filas y 20 columnas), y no los 144 que describía antes. La cámara transforma las imágenes en 400 píxeles en escala de grises, y según la intensidad de cada píxel, así es la intensidad de la señal enviada al electrodo correspondiente.
El dispositivo fue aprobado por la FDA en 2015, a pesar de que la ciencia que lo sustenta se inició en los años 60 del siglo pasado por el hijo de un emigrante catalán a los Estados Unidos, llamado Paul Bach-y-Rita, quien fundo la empresa Wicab con el fin de comercializar el dispositivo. Paul murió en 2006, pero su empresa continúa y su dispositivo puede ser usado por las personas ciegas, si estas cumplen al menos dos condiciones. La primera, disponer de los 10,000 dólares o más que ahora cuesta el dispositivo; la segunda, disponer de la voluntad, capacidad y constancia para aprender a interpretar los datos que el dispositivo transmite al cerebro a través de la lengua.
Además de este dispositivo, durante estas dos décadas se ha desarrollado otro, llamado vOICe, que transforma la información visual en sonido. Por ejemplo dependiendo del color o de la forma del objeto que sea, se genera una frecuencia sonora u otra. Igualmente, como ya se predecía hace dos décadas, se han generado otros dispositivos de sustitución sensorial. Uno de ellos trasforma sonidos en sensaciones táctiles y ayuda a los sordos a percibir sonidos; otro ayuda a quienes han perdido la sensibilidad táctil como consecuencia de enfermedades o quemaduras, a percibir sensaciones táctiles mediante sonidos.
Lo más interesante de todo esto, en mi opinión, es que el desarrollo de estos aparatos, junto con la tecnología de imagen cerebral, de la que también hablaba hace unos meses en este programa, han permitido hacer avanzar a la ciencia y determinar que el cerebro dispone de una gran plasticidad, es decir, de un gran poder de reorganización en las conexiones neuronales. Al mismo tiempo, la investigación sobre lo que sucede en el cerebro de los que usan estos dispositivos ha permitido también averiguar que incluso si las sensaciones visuales son transformadas en sensaciones táctiles en la lengua, las regiones cerebrales involucradas en la visión se activan de todos modos a la hora de interpretar esas señales visuales, aunque lleguen a través de las conexiones nerviosas que inervan la lengua. Esto ha desvelado que el cerebro, en su desarrollo, ya se organiza de manera a conseguir optimizar el procesado de los diferentes tipos de información que le llegan a través de los sentidos. Esta organización es la que parece tener algunos defectos en el caso de las personas que sufren sinestesia. No me digáis que todo esto no es fascinante. Por supuesto, la organización cerebral con la que nacemos de serie depende del funcionamiento correcto de ciertos genes, tanto en el espacio como en el tiempo. Aunque se conoce cada día más sobre este interesante asunto, aún distamos décadas o incluso siglos de comprenderlo todo.
Jorge Laborda (22/08/2021)
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