El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
¿Qué avances se han producido desde entonces hasta ahora? Pues la verdad, en dos palabras, no demasiados. Aunque se han puesto en el mercado algunos nuevos antibióticos, ninguno de ellos es capaz de soslayar el desarrollo, tarde o temprano, de resistencia bacteriana frente a ellos. Ningún antibiótico basado en la estrategia que acabo de describir está siendo utilizado para la lucha antibacteriana en pacientes infectados.
Esto no significa que no se haya investigado y se siga haciendo. El problema de la resistencia bacteriana es serio. De acuerdo con un informe, para 2014 morían en el mundo alrededor de medio millón de personas como consecuencia de la resistencia bacteriana a los antibióticos. De no poder reducir este problema, se estima que los muertos anuales serán varios millones para 2050. Como vemos, se trata de una pandemia oculta.
La investigación sobre los antibióticos formados por unos pocos aminoácidos, es decir, los llamados péptidos antibacterianos han conseguido aislar de la naturaleza, de plantas, insectos, crustáceos, animales e incluso el ser humano varios miles de péptidos con actividad antibiótica. Sin embargo, como digo, solo unos pocos han podido llegar a las farmacias y hospitales. Estos péptidos antimicrobianos han sido incluidos en bases de datos accesibles a la comunidad científica y a cualquiera que esté interesado. Por ejemplo, el banco de datos de péptidos antimicrobianos de la Universidad de Nebraska, USA, contiene 3.273 péptidos, aislados de los seis reinos diferentes en los que se agrupan los seres vivos, que te recuerdo son: bacterias, arqueas, protistas, hongos, plantas y animales.
El estudio de los péptidas antibacterianos aislados de la naturaleza, de sus características y propiedades químicas, tal vez pueda conducir al desarrollo de nuevos antibióticos basados en estos péptidos antibacterianos. Sin embargo, si era optimista al respecto hace veinte años, tal vez debido a la ingenuidad científica de la que aún disfrutaba en aquellos años, hoy soy mucho menos optimista. La razón es que a lo largo de estos años se ha ido también descubriendo por qué los péptidos antibacterianos no son tan eficaces como nos gustaría. Hay al menos cuatro razones que explican las limitaciones de su eficacia. La primera es que pueden ser destruidos con facilidad por enzimas proteasas. La segunda es que en las condiciones fisiológicas del organismo muchos de estos péptidos no son eficaces, porque están diseñados para funcionar en el entorno exterior, forman parte del arsenal que unos organismos utilizan contra otros en su medio ambiente, pero no son adecuados para funcionar en el interior de los organismos. La tercera razón es la toxicidad elevada frente a las células del organismo al que deberían proteger y la cuarta, la ausencia de sistemas de suministro continuado y seguro de estos péptidos a los pacientes que lo necesiten.
Estas dos últimas razones me llevan a hacer una reflexión que se añade a las razones para el pesimismo. La reflexión es la siguiente. Si la naturaleza ha diseñado a lo largo de la evolución una cantidad tan importante y diversa de péptidos antibacterianos es, casi con toda seguridad, porque ninguno de ellos es completamente eficaz. Esto debe de ser así porque a lo largo de la evolución muchas bacterias habrán podido desarrollar resistencia frente a muchos de ellos.
Adicionalmente, los problemas técnicos asociados con el suministro continuado de los péptidos en los lugares del organismo donde sean necesarios pueden impedir su utilidad. Nuestras propias células producen péptidos antibacterianos que pueden generar un daño colateral, es decir, dañar a las células que los producen o a las células vecinas, sin embargo, la producción de esos péptidos se realiza siempre de forma local, en respuesta a la detección de algún microrganismo en las cercanías de las células, gracias a receptores específicos para ello de las que estas disponen. Esta producción local limita el daño colateral, es decir, la toxicidad y mortalidad de nuestras propias células para las que los péptidos pueden ser también tóxicos, aunque nuestras células dispongan de mecanismos de defensa propios contra ellos de los que las bacterias carecen. La administración de antibióticos, vía oral, intravenosa, u otras, no se produce de manera local o dirigida, sino de manera sistémica, global por todo el organismo. Esto conlleva que la toxicidad de estas sustancias aumente de manera significativa. Desarrollar maneras de administración de estas sustancias que consigan que estas actúen allá donde se detecten bacterias, pero no en otros lugares, aumentando la concentración local y disminuyendo la concentración sistémica, no es un objetivo fácil de alcanzar.
Me gustaría terminar con una pincelada de optimismo sobre este asunto, pero ya me perdonarás que no pueda hacerlo y que no sea hoy tan científicamente ingenuo como en años más jóvenes. No obstante, no hay antibiótico alguno contra la enfermedad de la esperanza, por lo que siempre guardo alguna de manera crónica en mi interior. Estoy seguro de que a ti te sucede lo mismo.
Buena ciencia y hasta pronto.
Jorge Laborda (22/08/2021)
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