Gracias de nuevo por estar ahí para volver la vista atrás hacia un tema de ciencia, y volverla luego hacia adelante para intentar vislumbrar lo que puede esperarnos. En esta ocasión, vamos a hablar de un asunto que no solo no nos ha abandonado desde que surgió, hacia finales del pasado siglo, sino que ha ido tal vez aumentando en importancia: los efectos sobre la salud de la radiación utilizada en telefonía móvil. El artículo que escribí allá por enero de 2002 era el que iniciaba mi contribución por casi veinte años con el diario La Tribuna de Albacete. En aquellos momentos, se habían producido alarmantes casos de cáncer infantil en el colegio García Quintana de Valladolid. Estos cánceres habían sido atribuidos por algunos a la presencia de antenas de telefonía móvil en los alrededores del colegio. El tema bien merecía alguna explicación sobre la radiación electromagnética y lo que se sabía acerca de sus potenciales efectos sobre la vida y la salud. Así que me puse manos a la obra, mejor dicho, dedos al teclado, y di en escribir lo siguiente:

Leer aquí el artículo

¿Qué hemos averiguado hoy sobre los efectos de la radiación electromagnética usada en telefonía móvil? En primer lugar, debo decir que ha quedado claro que en general los efectos de la radiación electromagnética emitida por diversos artilugios tecnológicos no han resultado ser catastróficos para nadie. De haber sido así, desde el momento en que se inventó la radio y, sobre todo, se popularizó la televisión, la gente, en particular los niños, hubieran comenzado a caer como chinches. Esto lo digo con la seguridad que da la experiencia, porque yo he sido uno de esos niños de la generación que se sentaba a menos de un metro de la televisión de tubo de rayos catódicos, y que cuando adulto ha trabajado también largas horas a corta distancia de las antiguas pantallas de monitores de ordenador, que funcionaban igualmente a base de tubos de rayos catódicos. Estos tubos emitían pequeñas cantidades de rayos X, la cual sí es una radiación de tipo ionizante, y por tanto potencialmente carcinogénica. Sin embargo, las dosis de radiación recibidas no fueron consideradas dañinas por las autoridades sanitarias internacionales competentes y nadie levantó la voz de alarma frente a la televisión por este motivo, que yo sepa. No parece hoy, en efecto, que esa radiación haya causado una cantidad apreciable de casos de cáncer, y por supuesto, ha resultado ser mucho menos dañina para los niños que el consumo de alcohol y de tabaco por sus padres.

El experimento planetario sobre los efectos de bajos niveles de rayos X realizado con la televisión y los monitores de los ordenadores se ha reproducido más recientemente con las distintas frecuencias de radiación electromagnética usada en telefonía móvil. El apocalipsis que algunos pregonaban tampoco se ha producido, y no parece que vaya a producirse.

Hoy, la mayor preocupación se centra alrededor de las radiofrecuencias usadas en la tecnología 5G, que son superiores a los 6 gigahercios y pueden llegar a los 60 gigahercios, es decir, 60 mil millones de vibraciones del campo electromagnético por segundo. Aunque esto parece un número elevado, teniendo en cuenta que la frecuencia de las vibraciones está directamente relacionada con la energía de la radiación, es un número de vibraciones aún muy alejado del de la luz visible, que sigue siendo no ionizante, y que llega a los 300 terahercios en el caso del color violeta, es decir, 300 billones de vibraciones por segundo. La cantidad de energía de la luz visible, esa que nos baña todos los días y que buscamos cuando tomamos el sol, es por tanto muy superior a la de la radiación de frecuencia más alta utilizada en la telefonía 5G, y ambas son, por supuesto, radiaciones de tipo no ionizante.

En consonancia con esto, una reciente revisión, publicada en marzo de 2021, de los 107 últimos estudios realizados sobre este asunto indica que no se ha podido encontrar evidencia rigurosa que muestre efectos perniciosos de este tipo de radiación. Esto no quiere decir que estudios futuros no encuentren al final algún efecto sobre algún proceso vital, pero es de esperar, por lo que ya sabemos, que esos efectos sean muy raros.

Recordemos, para terminar que la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, es decir que no lo veamos, no quiere decir que el monstruo no exista. En este principio se basan muchos para seguir alarmando a quienes se dejan alarmar. Sin embargo, si tras mirar, mirar y volver a mirar bajo la cama seguimos sin ver nada, habrá que ir concluyendo que el monstruo no existe, meternos en la cama tranquilos, y dormir plácidamente. Es lo que yo ya llevo haciendo muchos años en relación con este asunto.

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