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Quilo de Ciencia

El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.

Magnética Mente.

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En el programa anterior, hablaba del control del comportamiento tras la estimulación de determinadas regiones del cerebro mediante la implantación de electrodos en ellas y la aplicación de corrientes eléctricas. Se ve que cuando hablé de esto hace casi veinte años, el tema me entusiasmó porque la semana siguiente dediqué mi columna de divulgación en el periódico a hablar de la estimulación magnética transcraneal. En este caso, la estimulación de la actividad cerebral se produce de manera no invasiva, induciendo una corriente eléctrica en el cerebro mediante la aplicación sobre la superficie del cráneo de campos magnéticos de mayor o menor intensidad durante un tiempo variable y de forma única o repetida.

Veamos lo que contaba entonces y qué podemos decir ahora sobre la investigación y las aplicaciones médicas de esta y otras técnicas de estimulación cerebral relacionadas, que no necesitan abrirle la cabeza a nadie, ni siquiera mediante un pequeño agujerito para introducir un electrodo.

He aquí lo que escribía en aquel artículo:

En la película X-men, mutantes buenos se enfrentan a mutantes malos para evitar que estos últimos controlen a la Humanidad. El jefe de los mutantes buenos, el profesor X, tiene el poder de leer e incluso influir en las mentes de las personas. El malo, Magneto, tiene el poder de controlar los campos magnéticos, pero nada puede hacer para influir en las mentes de los demás.

Zonas cerebrales y funciones mentales

Hasta no hace mucho tiempo, el estudio de la función de las distintas áreas del cerebro dependía del suministro de pacientes que habían sufrido algún daño cerebral por hemorragias u otras causas. Los neurocientíficos y médicos estudiaban la deficiencia funcional de esos pacientes y la correlacionaban con el daño sufrido en áreas determinadas de sus cerebros. Así se descubrió, por ejemplo, que el cerebro almacena nombres y verbos en áreas cercanas, pero diferentes, e incluso almacena sustantivos que se refieren a objetos de dentro o de fuera de casa en áreas también distintas. En este sentido, fue importante el estudio de una paciente que había sufrido un micro derrame cerebral que le impedía pronunciar verbos, aunque no sustantivos. Esta paciente podía pronunciar la palabra “estrella” en la frase “hay una estrella en el cielo”, pero no podía pronunciarla en la frase “el avión se estrella”. Es decir, según la palabra “estrella” funcionara como un nombre o como un verbo, el cerebro de la paciente la identificaba y daba o no “permiso” para pronunciarla. El daño cerebral de esta paciente impedía a su cerebro dar permiso para pronunciar verbos.

El problema de basarse sólo en determinados pacientes para estos estudios es que el científico está a la merced de la naturaleza, es decir, a merced de que se produzcan lesiones específicas en cerebros de muchas personas y que éstas puedan ser estudiadas. Por otra parte, no es seguro que en estos casos se pueda establecer una relación causal. En otras palabras, el daño en un área del cerebro no tiene por qué ser la causa directa de la disfunción o anomalía que se observa en el paciente, puesto que los circuitos interneuronales son tan complicados que la región dañada podría afectar a la función de otra región cerebral que realmente fuera la responsable de la anomalía observada en el comportamiento del paciente. Sería pues mucho mejor si se pudiera influir a voluntad en el funcionamiento de determinadas áreas cerebrales para estudiar el efecto que esto produce en individuos lo más normales posible. Esto es, en principio difícil, porque hay pocos voluntarios “normales” dispuestos a que les abran la cabeza para que les manipulen lo que les quede de cerebro.

Herramientas magnéticas

Por descontado, no hace falta llegar a tales extremos. La aplicación de campos magnéticos intensos y de duración limitada a distintas áreas del cerebro permite infligir una lesión virtual al área cerebral elegida de voluntarios, en principio normales, (aunque uno tiene todo el derecho de plantearse si una persona que se ofrezca voluntaria para este tipo de experimentos es normal o no). El estudio de la modificación conductual de individuos voluntarios permite extraer conclusiones sobre si el área del cerebro magnetizada está o no implicada en una determinada función. De esta manera se ha confirmado recientemente por un equipo investigador de la Universidad de Harvard que, en efecto, nombres y verbos se encuentran almacenados en áreas diferentes de nuestros cerebros, por increíble que eso pueda parecer.

Además de éstos, se están realizando otros experimentos para estudiar la conciencia visual, es decir, qué parte de nuestros cerebros funciona para hacernos conscientes de que vemos lo que vemos. Algunos pacientes que han sufrido daño en determinadas zonas de su cerebro implicadas en la visión son capaces de ver, pero no se dan cuenta de que están viendo, es decir, son ciegos no por que sus ojos no vean, sino porque su cerebro no se da cuenta de que sus ojos ven. Es la propia consciencia la que está afectada en estos casos. Escalofriante, ¿no?

La técnica de aplicación de campos magnéticos al cerebro está también siendo evaluada como herramienta terapéutica para corregir ciertos problemas neurológicos, e incluso para mejorar la capacidad de resolver determinados problemas, como hacer un puzzle, o mejorar la memoria.

La ética de la magnética.

Por supuesto, los usos y potenciales de esta técnica no están exentos de debate. Algunos sospechan que este tipo de experiencias es perjudicial para los cerebros de los voluntarios que se someten a ellas, y que habría quizá que realizar estudios en animales antes de aplicar esta técnica a la experimentación con humanos.

Otros van más allá y cuestionan la validez ética de estos experimentos. Por supuesto, ser capaces de influir en la mente de las personas a distancia es un asunto muy serio, hasta ahora sólo monopolio exclusivo de los medios de comunicación. Los magnetos, perdón, magnates de la comunicación no estarán muy contentos de ver peligrar su influencia.

Bromas aparte, es cierto que esta técnica, como todo en ciencia y tecnología, puede ser un arma de doble filo. Por mi parte, no tengo dudas de que los científicos involucrados con estas investigaciones tienen la mejor de las intenciones, al igual que aquellos que investigaron sobre el carbunco, ántrax para los anglófonos, con la intención de conseguir vacunas más eficaces y no fabricar armas de destrucción masiva, como en efecto ha acabado sucediendo. Aunque la probabilidad no es, quizá, demasiado grande, existe el peligro de que esta tecnología pueda convertirse en un arma de manipulación masiva.

Por otra parte, el uso de esta tecnología plantea nuevas cuestiones nada menos que sobre la experiencia religiosa. El investigador canadiense Michael Persinguer ha sido capaz de inducir experiencias místicas en cerebros de personas no religiosas aplicando campos magnéticos. Según este investigador, la activación o inhibición de determinadas áreas cerebrales es la responsable de la experiencia de la supuesta disociación alma-cuerpo y otras experiencias de tipo religioso. Este investigador y sus colaboradores van más allá y sugieren que variaciones en el campo magnético terrestre que se originan en determinadas áreas, por ejemplo, cerca de algunas minas o cuando se producen movimientos telúricos, son las responsables de las experiencias de apariciones de platillos volantes, o de la propia Virgen que algunas personas, posiblemente demasiado susceptibles a la influencia de esos cambios en la intensidad magnética, dicen ver. Este investigador ha llegado a comparar la cartografía de la frecuencia de terremotos con los informes de apariciones y ha llegado a la conclusión de que coinciden en un grado superior al que la casualidad haría esperar. Así que, si esto es cierto, puesto que los terremotos tienen que ver con la formación de montañas, podemos decir que la fe mueve montañas, y también que las montañas mueven la fe. Maravillas de la ciencia.

Dejo aquí a la reflexión del lector si le parece bien o no que la ciencia avance por este camino. Yo me atrevo a mojarme y, como para todo en ciencia, creo que hay que ser vigilante para intentar potenciar lo bueno y evitar lo malo que todo progreso tecnológico pueda aportar. Para ello, lo mejor es estar informado de lo que está sucediendo y es que alguien dijo que hay tres tipos de personas: las que hacen que las cosas sucedan, las que ven cómo las cosas suceden y las que preguntan ¿qué pasó? Hay un cuarto tipo, me atrevo a decir: las que intentan impedir que las cosas sucedan. Evitemos ser del tercer y, en lo referente a la ciencia, por supuesto del cuarto tipo y seamos, al menos, del segundo para poder influir de manera informada y positiva en el desarrollo de las cosas, aunque sea ya bastante complicado.

La ciencia moderna está aportando pruebas que indican que las capacidades de los mutantes protagonistas de los X-men tenían que haber sido justo al contrario. Si la semana pasada hablábamos de que electrodos implantados en el cerebro de ratas podían controlar su comportamiento, la ciencia ha demostrado igualmente que no es necesario tocar el cerebro para influir en su actividad. No es necesario tocar el cerebro para influir en nuestra voluntad. Campos magnéticos de intensidad y duración determinada pueden influir sobre la actividad cerebral de las personas y animales. La aplicación de campos magnéticos al cerebro se ha convertido en una herramienta importante para la investigación de las funciones cognitivas.

Fin del artículo.

Volviendo la vista atrás para intentar vislumbrar someramente qué ha sucedido en el campo de la estimulación magnética transcraneal, nos damos cuenta de que se han producido interesantes avances en la buena dirección, considerando esta el empleo de esta tecnología para diagnosticar, tratar o al menos paliar enfermedades neurologicas.

Por ejemplo, la agencia americana del medicamento, la FDA, aprobó ya en 2008 la venta de un dispositivo de estimulación transcraneal para tratar la depresión grave. En 2013, la misma agencia aprobó el empleo de un dispositivo similar para tratar el dolor de cabeza asociado con ciertos tipos de migrañas. Finalmente, hace solo dos años, se aprobó el empleo de la estimulación magnética trascraneal para tratar el trastorno obsesivo compulsivo. Recordemos que es este un trastorno de comportamiento caracterizado por la repetición excesiva de una conducta, como lavarse las manos de manera repetida, una obsesiva necesidad de rodearse de orden y simetría, o ver la mente invadida por pensamientos o imágenes intrusivos y repetidos. No llevar a cabo la conducta obsesiva conlleva la generación de estrés en el paciente, pero llevarla a cabo de manera tan frecuente como sus deseos le demandan le impide llevar una vida normal.

Los protocolos de aplicación de los campos magnéticos, su frecuencia e intensidad, así como las zonas del cerebro donde deben ser aplicados, difieren de acuerdo con la condición que se desea tratar, pero lo más interesante para mí es que una misma técnica pueda servir para modular la actividad cerebral asociada con tan diferentes situaciones como las migrañas o los trastornos del comportamiento.

Además de la estimulación magnética transcraneal, se han desarrollado otras técnicas para tratar determinadas patologías neurológicas. Una de ellas es la electroterapia por estimulación trascraneal. En esta ocasión, no se emplean campos magnéticos sino corrientes eléctricas continuas o alternas que se hacen circular sobre la cabeza entre electrodos situados en diferentes regiones del cráneo. Esta técnica se ha empleado para intentar tratar la depresión, la ansiedad y el insomnio, pero la evidencia acumulada hasta ahora no apoya que la técnica resulte eficaz, aunque estas evidencias difieren entre distintas enfermedades y según que la corriente aplicada sea continua o alterna. Es sin duda necesario continuar las investigaciones para determinar si algún nuevo protocolo de aplicación de corrientes eléctricas podría aumentar la eficacia de estas técnicas. No obstante, la aplicación de esta técnica por profesionales cualificados está autorizada al menos en los Estados Unidos y existen hasta once tipos de dispositivos comercializados.

(Jorge Laborda 23/02/2022)

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