El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hace veinte años, en septiembre de 2002, abordaba esta compleja cuestión al hablar de un descubrimiento genético y bioquímico que afectaba a la agresividad de las personas de acuerdo con el entorno familiar o educativo en el que habían vivido. Debo decir que la agresividad de animales y personas era un aspecto del comportamiento que siempre me había fascinado. Cuando el descubrimiento sobre el que voy a hablar se produjo, tenía ya escrita incluso una novela, titulada Circunstancias encadenadas, en la que narraba las desventuras de un personaje que era incapaz, por razones genéticas, de controlar su agresividad en un entorno normal, aunque sí podía controlarla en entornos controlados. El propio protagonista descubre por sí solo su condición, lo que le conduce a la toma de decisiones sobre su vida que no te voy a contar. No obstante, no es que con ello quiera inducirte ni recomendarte la lectura de la novela, que, aunque no está mal escrita del todo, es muy cruda y dura, y no es apta para paladares delicados, ni para tiernas edades, como muy juiciosamente advierte uno de sus lectores en un comentario en Amazon.
Pero hoy no hemos venido a hablar de mi libro, así que veamos lo que contaba sobre la agresividad y lo que se había descubierto acerca de ella hace dos décadas.
Esto es lo que escribía entonces:
Ahora que acaba de comenzar el curso escolar, recuerdo que, cuando niño, dividía a las personas en dos tipos: aquellos que, tras ser maltratados de alguna manera por un compañero de mayor edad, juraban que cuando ellos fueran mayores se iban a enterar los pequeños de quién eran ellos, y aquellos que juraban que cuando fueran mayores nunca maltratarían a los pequeños. No sabía yo la razón que tenía ya a tan corta edad, pero un reciente estudio científico ha venido a confirmar mis sospechas, tan tempranas, de que, en efecto, las personas bien pueden dividirse en esos dos tipos.
Es bien conocido por psicólogos y psiquiatras que el maltrato en la infancia es un factor de riesgo importante de conducta antisocial. Los niños que experimentan abusos físicos, o una excesiva rigidez o inconsistencias educativas por parte de sus padres, o compañeros, sufren mayor riesgo de convertirse en violentos, a su vez, incluso en criminales. Además, la probabilidad de convertirse en violentos aumenta conforme disminuye la edad a la que los niños experimentan el maltrato por primera vez.
Sin embargo, también es bien conocido que existen enormes diferencias en la manera en que diferentes niños responden al maltrato. Afortunadamente, la mayoría de los niños maltratados no se convierten en delincuentes o violentos cuando llegan a la edad adulta. Como es de esperar, los científicos supusieron que estas diferencias podrían ser debidas a factores genéticos de susceptibilidad, ya que cuando el medio ambiente es similar, las diferencias entre individuos suelen ser debidas a causas genéticas.
Pero, ¿qué gen o genes podrían ser responsables de estas diferencias? Un grupo internacional de investigadores británicos, estadounidenses y neozelandeses se puso como objetivo averiguarlo. Los resultados de sus estudios aparecen publicados en la revista Science de principios de agosto pasado.
Los investigadores estudiaron las diferencias que niños, maltratados o no, presentaban en el gen de la Monoamina Oxidasa, o MAOA para los amigos. Este gen fabrica una proteína que participa en el metabolismo de moléculas neurotransmisoras importantes, como la serotonina y la dopamina, entre otras y las inutiliza. Se sabe que la variación en el cerebro de la cantidad de estos neurotransmisores, imprescindibles para ciertos tipos de comunicación interneuronal, puede tener que ver con estados depresivos y con la agresividad. Era ya conocido de los investigadores que ratones a los que se les había eliminado por métodos genéticos el gen de la MAOA eran más agresivos que los normales. Además, se sabía también que si a dichos ratones se les introducía de nuevo el gen de la MAOA, su agresividad disminuía. Por consiguiente, al menos en ratones, este gen influía en la agresividad.
No acaba ahí la historia del gen MAOA. Este gen, en humanos, se encuentra localizado en el cromosoma X. Esto quiere decir que los hombres tienen una copia y las mujeres, dos. Así, es más fácil que defectos en el gen de la MAOA produzcan consecuencias en los hombres que en las mujeres, las cuales pueden compensar un gen defectuoso en un cromosoma con una copia sana en su segundo cromosoma X. Esto es precisamente lo que se observó en una familia holandesa cuyos miembros varones habían heredado un gen de la MAOA que no funcionaba. Estos individuos presentaban una conducta antisocial y agresiva. Así pues, todos estos hechos sugerían que el gen de la MAOA es importante para controlar la agresividad, no solo en ratones, sino también en humanos, y que los individuos que poseen un gen de la MAOA que no funciona, son más agresivos.
Pero un gen no sólo puede poseer defectos que le impidan funcionar, sino que puede tener defectos, o modificaciones, que se traduzcan en menor producción de proteína. En este caso los efectos serían más sutiles que en el caso de la completa ausencia del gen, y quizá individuos que posean un gen que produzca proteína en menor cantidad de la adecuada sean más susceptibles de convertirse en individuos agresivos, sobre todo si viven en un entorno también agresivo. Esta fue la hipótesis con la que los investigadores trabajaron, hipótesis que estaba basada, además, en otros estudios y en el conocimiento de que el gen de la MAOA, en efecto, tiene dos variantes normales presentes en la población humana, una variante que produce mucha MAOA y otra variante que produce menos.
Lo que los investigadores encontraron es que, en ausencia de maltrato en los niños, que haya mucha o poca MAOA producida por las variantes de ese gen no tiene influencia en la agresividad cuando adultos. Es decir, si los niños son tratados con respeto y consideración por adultos y compañeros, no tienen mayor riesgo de convertirse en violentos, incluso en el caso de poseer una variante del gen que produce poca MAOA.
La cosa cambia cuando existe el maltrato y el abuso. En este caso, los niños poseedores de una variante que produce poca MAOA tienen muchas más probabilidades de convertirse en adultos violentos. Sin embargo, aquellos que poseen una variante que produce mucha MAOA son protegidos de los efectos perniciosos del abuso sobre su personalidad futura y no suelen convertirse en violentos.
Las conclusiones de este estudio, en este caso, confirman que podemos escapar a la influencia de nuestros genes si controlamos bien el ambiente en el que vivimos. Un ambiente educativo sin violencia, en el que se fomente el respeto y la amabilidad, será un ambiente que genere adultos responsables, respetuosos y cooperadores con los demás, independientemente de la variante de gen MAOA que se posea. Desgraciadamente, en nuestro país, además de sufrir la violencia política, no se hace lo suficiente por evitar la violencia cotidiana, y sobre todo, por fomentar el respeto de los niños entre sí, a quienes en muchas escuelas se deja que se insulten y se humillen como si ese comportamiento no tuviese importancia y fuera sólo cosa de niños. Parece ser más importante que los niños aprendan matemáticas y lengua que que aprendan a respetar a sus compañeros, pero estudios como éste sugieren, al contrario, que para arreglar muchos problemas sociales graves no es quizá necesario utilizar grandes recursos materiales, educativos o de otro tipo, sino sólo fomentar un ambiente de respeto entre todos, comenzando desde la más tierna infancia.
Así terminaba el artículo que escribí en septiembre de 2002 ¿qué ha pasado desde entonces?
Los estudios referidos en el artículo parecen haber recibido evidencia adicional desde que se publicaron hace veinte años y hoy parece claro que la actividad de la MAOA está relacionada con el comportamiento agresivo tanto adaptativo como patológico.La relación entre la actividad de la MAOA y la agresividad es sin embargo compleja. En el resultado final parecen ejercer efectos importantes tanto el entorno o ambiente, como el periodo de la vida en el que se produce la deficiencia parcial o total de la actividad de la MAOA, como los efectos de otros genes o enzimas y rutas metabólicas y hormonas. Entre estas la testosterona parece interaccionar también con los niveles de MAOA.
La deficiencia de MAOA puede también generar cambios anatómicos en determinadas zonas del cerebro y afectar a las estructuras neuronales que regulan las emociones la empatía y el comportamiento agresivo. Este queda por tanto modificado de manera prácticamente irreversible si la deficiencia de MAOA se produce desde el nacimiento, en lugar de como resultado de algún tratamiento farmacológico más adelante en la vida que pueda afectar la actividad de la MAOA, como es el caso de tratamientos utilizados para la ansiedad, la depresión o la enfermedad de Parkinson, que afectan de maneta colateral a la actividad de la MAOA sin que por ello se incremente la agresividad aparente de los pacientes que reciben estos fármacos.
Con respecto a la manera en que la deficiencia en MAOA puede afectar a la agresividad, se especula aun hoy con la idea de que la actividad de la MAOA pueda afectar a la llamada respuesta de huida o lucha, es decir, a la decisión que debemos tomar frente a una amenaza sobre si es posible evitarla poniendo los pies en polvorosa o es demasiado tarde para huir y debemos enfrentarnos a ella.
La intensidad de funcionamiento del gen de la MAOA depende de varios factores. El primero de ellos es la estructura del propio gen que como hemos dicho puede variar de persona a persona. Algunas personas poseen una región de ADN en el gen que potencia su funcionamiento, mientras que otras personas solo poseen una variante de esta región que solo permite un funcionamiento de menor intensidad.
Además, también pueden participar los llamados factores epigenéticos, es decir, que actúan literalmente sobre el ADN y lo modifican químicamente, lo que afecta no a la información que contiene, sino a la intensidad con la que esta se manifiesta.
Por si esto fuera poco, más recientemente se ha descubierto un gen que interviene en la regulación de la cantidad de MAOA producida a partir del del gen de manera independiente a que este funcione mucho o poco. Se trata del gen MAALIN, descubierto en 2020. Este gen no produce una proteína sino un ARN largo no codificante, es decir, que no es traducido a proteína. Este ARN interacciona con el ARN producido por el gen de la MAOA y disminuye los niveles de este que pueden ser utilizados para generar la proteína. Como no resultará sorprendente, el gen MAALIN puede poseer diversas variantes y su funcionamiento puede estar sujeto a diferentes factores que finalmente afectaran también de manera indirecta a los niveles de MAOA de cada persona. La investigación sobre este gen no ha hecho más que empezar.
Jorge Laborda (11/09/2022)
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