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Quilo de Ciencia

El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.

Homenaje a un órgano inmerecidamente olvidado.

Hígado - Quilo de Ciencia podcast - Cienciaes.com

En estos días en los que quien más quien menos vive con un cierto exceso tanto de ingesta de calorías como de ingesta de alcohol que tanto daño hace, he considerado conveniente acabar el año rindiendo homenaje a un órgano que trabaja mucho, sin ruido y sin descanso, y permite que el resto de los órganos, como el corazón, o el cerebro, realicen su función y posibiliten la existencia del amor y la razón y también, como es quizá más frecuente últimamente, del odio y la sinrazón. ¿A qué órgano me refiero? Tal vez ya lo hayáis adivinado. Estoy hablando del hígado.

Cualquiera sabe lo que hace el corazón, el pulmón, o el cerebro, pero menos son los que saben por qué necesitamos un hígado y qué funciones ejerce en nuestro organismo. ¿Por qué debemos cuidar de nuestro hígado?

El hígado es un órgano indispensable, de esos que, a diferencia del bazo, por ejemplo, no pueden ser extirpados sin causar la muerte, y lleva a cabo infinidad de actividades para mantenernos en buena salud. Para empezar, actúa como un filtro de la sangre que la limpia constantemente.

El hígado funciona como el puerto de recepción de los materiales que entran en el organismo, puerto en el que los alimentos y nutrientes son organizados de acuerdo con la categoría a la que pertenecen, son limpiados de las toxinas que puedan acompañarlos, y son finalmente distribuidos al resto del organismo. El hígado también realiza la detoxificación y metabolismo primario de muchos fármacos y toxinas ambientales.

El hígado procesa los hidratos de carbono y los almacena en forma del glucógeno, formado por largas cadenas de glucosa unidas unas a otras, y que son guardadas de ese modo hasta que es necesario deshacer las cadenas y soltar las moléculas de glucosa para su distribución y empleo como combustible para la generación de energía metabólica. El hígado metaboliza igualmente los lípidos, los organiza para su distribución al músculo y al corazón, que los usan como fuente de energía, o para su almacenamiento en el tejido adiposo, que los pondrá a disposición del resto del organismo cuando sea necesario, por ejemplo, en periodos de bajo aporte de energía. El metabolismo del colesterol es también realizado en el hígado, y si el hígado no funciona bien en este aspecto, podemos sufrir de problemas circulatorios causados por una incorrecta acumulación de colesterol en las arterias, que causa la aterosclerosis. Los fármacos empleados para el control del colesterol, los conocidos como estatinas, actúan sobre el hígado.

Este órgano es también fundamental en el metabolismo de las proteínas, para su conversión en aminoácidos que son luego igualmente distribuidos al resto del organismo a través de la sangre, y también para la conversión de parte de estos aminoácidos en glucosa y su almacenamiento en glucógeno, ya que el hígado es el principal responsable de que al cerebro no le falte nunca glucosa, la principal fuente de energía para su funcionamiento. Sí, nuestros pensamientos y emociones solo son posibles gracias a la energía almacenada en la glucosa que, de manera regulada y equilibrada, el hígado le proporciona continuamente al cerebro. En esta tarea, el hígado es ayudado por el páncreas, productor de las dos principales hormonas reguladoras de la concentración de glucosa en la sangre, las conocidas insulina y glucagón, a las que el hígado responde, bien almacenando, bien liberando glucosa a la sangre, según las condiciones lo requieran.

El hígado ejerce también importantes funciones no relacionadas con el metabolismo. Excepto las inmunoglobulinas, también llamadas anticuerpos, el hígado produce todas las proteínas del plasma sanguíneo, entre ellas las proteínas necesarias para el transporte de los lípidos y para la coagulación, sin las cuales sufriríamos de hemofilia. Asimismo, el hígado secreta a la sangre las proteínas del complemento, un sistema de defensa antimicrobiano muy eficaz, –del que he hablado varias veces en los programas dedicados al sistema inmunitario en Hablando con Científicos– sin el cual caeríamos constantemente enfermos de infecciones bacterianas. El hígado produce también las proteínas llamadas de fase aguda, unas proteínas de defensa que se unen a la acción del complemento y que el hígado produce en respuesta a sustancias emitidas por las células inmunitarias localizadas en las superficies epiteliales que han detectado bacterias u otros patógenos que han entrado en el organismo. Por último, el hígado es el principal almacén de macrófagos, células fundamentales para la defensa antimicrobiana y para la limpieza de la sangre de partículas extrañas, incluso de los propios glóbulos rojos envejecidos o dañados.

Espero que este breve paseo por las múltiples funciones del hígado haya dejado claro su importancia y por qué es necesario cuidarlo, tanto como tenemos que cuidar nuestro corazón. De hecho, deberíamos cuidarlo más que el corazón, ya que si se han podido desarrollar corazones artificiales, ha resultado por el momento imposible desarrollar un hígado artificial, ni siquiera seminatural, es decir, tampoco se han podido desarrollar dispositivos funcionales que alberguen células hepáticas. No es de extrañar, debido a las numerosas y disimilares funciones que el hígado ejerce y a todas las moléculas regulatorias de su función a las que debe responder.
Las enfermedades hepáticas son por ello graves. Todos conocemos la cirrosis, causada más frecuentemente por un excesivo y continuado consumo de alcohol, que el hígado, finalmente no es capaz de detoxificar, lo que acaba por dañarlo. También estamos familiarizados con la hepatitis, en particular con la hepatitis vírica, transmitida por el abuso de drogas administradas por vía intravenosa. Sin embargo, recientemente, se ha puesto de manifiesto que alrededor del 25% de la población de Europa y más del 30% de la de América del Norte sufre de una silenciosa enfermedad bautizada con el extraño nombre de esteatohepatitis no alcohólica. Se trata de una enfermedad del hígado, no causada por el consumo de alcohol, en la que este acumula grasa de forma indebida. Existen dos variedades de esta enfermedad, una no acompañada de inflamación, y otra, más grave, acompañada de esta última. Esta enfermedad suele progresar a cirrosis, insuficiencia hepática, enfermedad cardiovascular, e incluso a carcinoma hepático.

Si no es el consumo de alcohol, ¿cuál es la causa de la esteatosis hepática? Por lo que se sabe, el 90 % de los obesos, el 60% de los diabéticos, y hasta el 20% de personas con peso normal desarrollan esteatosis hepática no inflamatoria, y del 3 al 12% de la población desarrolla la variedad inflamatoria. Las causas de estas enormes cifras de incidencia son atribuibles en algunos casos a riesgos genéticos, pero sobre todo a sobre nutrición o a falta de ejercicio físico. La excesiva ingesta de fructosa y de ácidos grasos omega-6 pueden ser determinantes para el desarrollo de la enfermedad.

Curiosamente, roncar habitualmente mientras se duerme es un factor de riesgo para el desarrollo de la esteatosis hepática. Roncar está asociado con apnea y bajos niveles de oxígeno en sangre, es decir, con la hipoxia. La hipoxia crónica puede acabar causando resistencia a la insulina y daño hepático que conduce a la esteatosis. Roncar es la causa más probable de esteatosis en las personas delgadas.

¿Qué indicios son los más importantes para saber si podemos estar desarrollando esteatosis hepática? Por lo que se va sabiendo, elevados niveles de enzimas hepáticas en la sangre, revelados por análisis de sangre rutinarios, que idealmente todos deberíamos realizar periódicamente, pueden constituir los primeros signos. Si los niveles elevados de estos enzimas no son puntuales y aparecen de forma habitual en sucesivos análisis de sangre, puede ser signo claro de que estamos desarrollando esta enfermedad y debemos intentar ponerle remedio o, al menos, frenar su progreso, siguiendo, claro está, las indicaciones del nuestro médico, que con probabilidad incluirán la pérdida de peso y realizar más ejercicio físico. De lo contrario, podemos empezar a sufrir las consecuencias de un mal funcionamiento del hígado, que pueden incluir problemas en la coagulación sanguínea y, por tanto, hemorragias internas, infecciones frecuentes, acumulación de toxinas que pueden afectar el funcionamiento del cerebro, y problemas metabólicos.

Hasta el momento, no existen fármacos eficaces para tratar la esteatosis hepática y cuando las cosas se ponen feas, el trasplante de hígado es la única opción que queda para seguir con vida. La investigación sobre nuevos fármacos que puedan ser útiles para frenar el progreso de esta enfermedad es intensa y está utilizando nuevos métodos de estudio con los llamados organoides, o cultivos de células en tres dimensiones que intentan imitar lo mejor posible las condiciones reales en las que las células hepáticas realizan su función, incluido el flujo sanguíneo que constantemente irriga al hígado. Estos organoides tridimensionales pueden ser manipulados para recrear las condiciones de la enfermedad hepática y permiten estudiar así innovadoras estrategias terapéuticas para tratarla.

Por último, es importante mencionar que una de las avenidas de investigación más interesantes sobre la esteatosis hepática surge del estudio de la flora bacteriana intestinal, del llamado microbioma. Este ha cambiado de forma notable en las últimas décadas debido al uso indiscriminado de antibióticos, no solo los prescritos por los médicos para tratar infecciones, sino también los suministrados a animales de granja para evitarles enfermedades y favorecer su crecimiento. La acumulación de antibióticos en el medio ambiente ha acabado por afectar el equilibrio del microbioma intestinal y esto ha podido ejercer una influencia negativa en la función del hígado de muchas personas, lo que explicaría la elevada incidencia de la esteatosis hepática, incluso en personas delgadas y físicamente activas. Como vemos, la actividad humana no solo ha causado un cambio climático planetario, sino que también ha generado un cambio microbiótico que igualmente afecta a nuestra salud. Queda la esperanza de que comprender la naturaleza de ese cambio gracias a la investigación pueda permitir un día intervenir sobre él para revertirlo, a lo que también ayudará el empleo racional de los antibióticos a largo plazo.

Jorge Laborda (08/01/2023)

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