El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
El suicidio, en tanto que conducta humana, no solo depende de factores externos a la persona, de su entorno, o de lo bien o mal que le vaya la vida, sino también de factores internos, de su propia biología. De ello hablaba en el artículo que publicaba en enero de 2003. Podéis leer aquí lo que explicaba sobre las causas del suicidio por aquel entonces antes de explorar brevemente algunos datos más recientes sobre este problema.
El primer comentario que me gustaría hacer es que desde 2003 España ha conseguido reducir de manera importante las muertes causadas por accidentes de tráfico, pero no así las muertes por suicidio.
Un reciente artículo de revisión sobre el suicidio publicado en 2020, en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine revela que, por cada suicidio consumado, se producen veinte intentos de suicidio. El mismo artículo indica que alrededor de 800.000 personas mueren al año por suicidio, lo que implica que se producen 16 millones de intentos de suicidio cada año, cerca de 44.000 al día. Los hombres se suicidan unas tres veces más que las mujeres, pero son las mujeres las que más intentos de suicidio llevan a cabo.
La región del mundo con mayor tasa de suicidios no es precisamente una región pobre, ya que sigue siendo Europa y los Estados Unidos. En este conjunto de países, la tasa de suicidio es en la actualidad cuatro veces superior a la de la región con menor tasa: los países del este del Mediterráneo y el Oriente Medio.
Los autores del artículo de revisión incluyen una interesante tabla en la que resumen los factores de riesgo de suicidio a lo largo de la vida. Un solo vistazo a la tabla permite afirmar que todo hijo de vecino corre un riesgo de suicidio mayor o menor, y este fluctúa a lo largo de la vida, dependiendo de los avatares de esta.
Entre los factores de riesgo mencionados se encuentran, entre otros, adversidad en la infancia, desordenes de la personalidad, depresión, abuso de drogas, y también enfermedades y problemas físicos, sobre todo las relacionadas con una edad relativamente avanzada. Entre los factores externos a la persona se incluyen falta de apoyo social, penurias económicas, acontecimientos vitales traumáticos, –como la muerte de una persona querida–. los efectos psicológicos nocivos de las noticias cotidianas publicadas en los medios de comunicación y, por último, el acceso más o menos fácil a armas letales, en particular a las armas de fuego.
Los autores no olvidan mencionar que un factor de riesgo constante a lo largo de la vida es el factor genético. Las variantes de los genes que hemos heredado nos acompañan desde la concepción hasta la muerte, y estas variantes determinan en buena medida cómo nos adaptamos a los eventos de la vida y al entorno social y cómo este afecta a nuestro estado de ánimo y a nuestra conducta.
El efecto de los genes siempre está entre nosotros, aunque muy pocas veces, por no decir nunca, los genes son invocados en los medios de comunicación como parte de la explicación de la conducta humana. El factor genético, no obstante, nos indica con claridad que es imposible en la práctica conseguir una tasa nula de suicidio, puesto que siempre habrá personas que por la combinación de variantes génicas que han heredado serán extremadamente vulnerables al suicidio, como las hay vulnerables a la obesidad, a la diabetes, a las enfermedades autoinmunitarias, etc. Con amargura, cabe considerar el suicidio como el trágico punto final a una enfermedad genética, que, como tantas otras, empeora con la edad y las circunstancias de la vida. Al igual que nadie considera factible conseguir eliminar por completo de la faz de la tierra la diabetes o la obesidad, y otras muchas enfermedades de componente genético, tampoco será posible, por desgracia, acabar con el suicidio.
Sin embargo, no debemos considerar los factores genéticos solo como un factor de riesgo, ya que son también, y quizá, sobre todo, un factor protector. Si, por ejemplo, contamos con variantes de genes que producen enzimas que nos generan una buena cantidad de serotonina, será más improbable que eventos vitales negativos induzcan al suicidio. Por fortuna, la mayoría de las personas cuentan con estas variantes de genes, a pesar de que la tasa de suicidio en el mundo pueda inducirnos a pensar lo contrario.
(Jorge Laborda 03/04/2023)
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