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Quilo de Ciencia

El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.

¿Será posible predecir los seísmos?

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Como nos informan tan frecuentemente las noticias en los medios de comunicación se siguen produciendo terremotos aquí y allá en determinadas zonas calientes del planeta. Los últimos de los que tengo noticias son los tres fuertes terremotos ocurridos este mismo mes, octubre de 2023 cuando grabo esto, en Afganistán. Los daños causados por estos fenómenos naturales pueden ser enormes, mayores incluso que los que pueda causar un gran huracán, sobre todo en vidas humanas. En parte, esto es debido a que, aunque poseemos la capacidad de predecir por dónde y cuándo va a pasar un huracán, seguimos sin tener una capacidad similar para predecir cuándo y dónde se producirá un terremoto.

De la imposibilidad, por el momento, de predecir terremotos hablaba hace más de veinte años, en mayo de 2003, con ocasión del gran seísmo sucedido en Argelia ese mismo mes, de una magnitud de 6,3 en la escala de Richter. Veamos lo que explicaba entonces sobre las dificultades para predecir los seísmos, que siguen estando vigentes hoy, y visitemos brevemente qué sería necesario conseguir para comenzar a predecir con cierta exactitud dónde y cuándo se producirá un seísmo de tal o cual magnitud.

Podéis leer aquí el artículo

La predicción de cualquier fenómeno con precisión no es tarea sencilla. Un requisito indispensable es, en primer lugar, recopilar datos relevantes que puedan suceder antes de que el fenómeno nos alcance, por ejemplo, si es un huracán o un tornado, o antes de que suceda. Esos datos, si hay suerte, pueden revelar algún tipo de patrón, es decir, señales que se repiten con cierta consistencia y que son indicativas de la inminencia del suceso.
Si esos datos son recopilados, y muestran cierta coherencia y consistencia se pueden comenzar a desarrollar modelos de comportamiento de los sistemas que originan los fenómenos, sean estos la atmósfera o la litosfera. Esos modelos son, en realidad, ecuaciones matemáticas en las que, al introducir la magnitud de las variables del modelo, por ejemplo, la presión, la temperatura, la concentración de cierto elemento, la proximidad a una falla, etc. la ecuación nos proporcione un resultado que al menos indique la probabilidad de que el suceso tenga lugar.

Esto sería solo uno de los requisitos de una buena predicción. Por ejemplo, la predicción del tiempo suele indicar la probabilidad de lluvia al día o en los días siguientes. Sin embargo, una buena predicción de terremotos debe proporcionarnos más información y lo más precisa posible, ya que las decisiones que deben tomarse para evitar en lo posible los daños materiales y la pérdida de vidas humanas son graves. Recoger las pertenencias más importantes y evacuar una ciudad de la que se ha predicho va a sufrir un terremoto en cuatro días, no es una decisión de la misma magnitud que decidir si me llevo o no el paraguas al trabajo. Si la predicción de lluvia es errónea, no se ha perdido gran cosa, pero si la predicción del seísmo sí lo es, las consecuencias son mucho más importantes, como también lo serían en caso de error de predicción de un terremoto importante.

Y es que una predicción de terremoto debería cumplir, para ser útil, varios criterios. En primer lugar, la predicción debe limitarse a una pequeña región geográfica. De poco valdría decir que en una semana se va a producir un terremoto en España si no sabemos con cierta precisión dónde. Una predicción como esa crearía cierto, llamémosle, por qué no, pánico, en toda la población española, y me temo que también hasta en la de los países vecinos.

En segundo lugar, la predicción debe limitarse a una ventana temporal estrecha. De nuevo, de nada sirve decir que se predice que sucederá un terremoto en la Plaza del Sol de Madrid en los próximos diez o veinte años.

La predicción también debe incluir la magnitud aproximada de la intensidad del seísmo. No es lo mismo una magnitud cinco que ocho, ni las decisiones que se tomarían serían las mismas en un caso o en el otro.
Como ya he sugerido antes, la predicción debería también incluir información sobre la probabilidad de que lo que se predice finalmente se haga realidad. No es lo mismo decir que el terremoto se producirá en tal lugar y a tal hora con un 10% de probabilidad que con un 99%, como tampoco es igual decir que lloverá en el mismo lugar y hora con un 10% o un 99% de probabilidad.

Como vemos, una predicción fiable de los seísmos no va a resultar fácil. Además, la recopilación de datos para alimentar los posibles modelos no es tampoco tarea tan sencilla como la recopilación de datos atmosféricos para predecir el tiempo. Es fácil medir la temperatura, velocidad del viento, humedad etc. pero no es nada sencillo recoger información relevante sobre el estado de las fallas o las placas a decenas de kilómetros de profundidad.

A pesar de las dificultades, la investigación no tira la toalla y hay varios proyectos de investigación que están intentando avanzar para lograr el objetivo de predecir los terremotos, lo que de conseguirse sería, ciertamente un verdadero terremoto en la comunidad científica. Uno de los últimos proyectos que se han puesto en marcha es un proyecto europeo en el que se persigue detectar radón en las aguas subterráneas. El radón es un gas noble radiactivo que se produce de modo natural por desintegración del uranio y del torio presentes en la corteza terrestre. Burbujas o cámaras de radón pueden acumularse en las profundidades de la litosfera, cercanas a una falla. Estas cámaras de radón pueden ser liberadas por las tensiones y movimientos de las placas que preceden a un seísmo. La liberación del radón permite que este se acumule en las aguas subterráneas cercanas a las fallas. El aumento de concentración de este gas, que puede determinarse mediante sensores de radiactividad, podría ser un buen indicador de la inminencia de un seísmo.

El proyecto se va a desarrollar durante los próximos cuatro años, mediate la instalación de instrumentos de medida y recogida de datos en fallas localizadas en Italia, Grecia y Suiza. Es una iniciativa interesante que de tener éxito puede proporcionar enormes beneficios, a pesar de estar financiada con solo unos dos millones de euros hasta 2027, es decir, menos de un cuarto del coste de fabricación de un tanque Leopard, que vale más de ocho millones de euros, y puede que me quede corto. Es bueno tener referencias pertinentes en los tiempos tan turbulentos que corren.

(Jorge Laborda 15/10/2023)

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