El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hoy, buscando en el baúl de los recuerdos, ese en el que cualquier tiempo pasado nos parece mejor, con intención de grabar un episodio de Quilo vintage, resulta que voy y me encuentro con un artículo escrito en julio de 2003 que sigue hoy de calurosa actualidad. Sí, de calurosa actualidad, odio el tópico de la rabiosa actualidad, porque el artículo, como verás, se refiere al calentamiento global y a la capacidad de los organismos para adaptarse a este.
Como probablemente habrás ya concluido, es hoy imposible para cualquier mente razonable negar que algo extraño está sucediendo al clima del planeta. Los científicos llevan avisando de este asunto desde al menos los años 80 del siglo pasado. Hoy creo que no es ya necesario que los científicos nos lo sigan diciendo, podemos observarlo nosotros mismos en tiempo real. Es sin duda inquietante. No obstante, hace veinte años, si había o no calentamiento global era aún debatido, no solo en base a datos climáticos, sino también en base a intereses económicos. Muchos científicos, sin embargo, se embarcaron sin esperar más en proyectos de investigación que perseguían estudiar la capacidad de algunos organismos para adaptarse a lo que probablemente iba a suponer un problema creciente: el aumento de la temperatura y la disminución de las precipitaciones en muchas partes del mundo. Uno de estos trabajos, realizado por investigadores de la universidad Trobe, en Australia, es el que relataba entonces. Veamos en qué consistió y analicemos luego algunas enseñanzas derivadas de él.
Parece, pues que muchos organismos, adaptados como están ya a un ecosistema dado, lo que han tardado centenas o millares de generaciones en conseguir, no pueden adaptarse a un cambio drástico en las condiciones climáticas. Esto puede resultar chocante, si consideramos lo que hablaba al principio del artículo, de que la aparición de insecticidas sintéticos, por ejemplo, condujo a la aparición de organismos resistentes. ¿Cómo puede ser que unos organismos puedan adaptarse tan rápidamente a unas cosas, pero no a otras?La explicación no la sé a ciencia cierta, pero puede probablemente residir en el hecho de que todos los organismos se encuentran constantemente, en cualquier nicho ecológico, con sustancias potencialmente dañinas, producidas por otros organismos, que deben ser capaces de detoxificar. Así, por poner un ejemplo, contamos con un sistema de detoxificación de sustancias en nuestro hígado al que pertenecen numerosas enzimas de la familia del citocromo P450. Estas enzimas son capaces de atacar químicamente a muchas sustancias extrañas y tóxicas, y añadirles átomos que las convierten en moléculas más solubles en el agua, lo que facilita que sean eliminadas por la orina. Se sabe que, en el caso humano, existe una importante diversidad en los enzimas P450, lo que hace que algunas personas sean más resistentes a determinadas sustancias que otras. En toxicología se usa el parámetro de la dosis letal 50, que no es otra cosa que la dosis de una sustancia que es capaz de matar al 50% de la población de animales o plantas experimentales bajo estudio. El hecho de que unos mueran con la misma dosis a la que otros sobreviven indica con claridad que existe un rango de diversidad de resistencia a las sustancias tóxicas.
Al contar con sistemas dependientes de genes, encargados de la detoxificación de las sustancias, no es por tanto raro que algunos individuos cuenten ya de manera natural con variantes de genes más eficaces en detoxificar ciertas sustancias, nuevas como por ejemplo el DDT u otros insecticidas. Si estas aparecen en el entorno, son esos individuos los que más probabilidad de supervivencia tendrán, y los que podrán transmitir así esos genes que les han permitido sobrevivir a las siguientes generaciones.
Sin embargo, los organismos no cuentan de por sí con genes que les hagan resistentes a la falta de agua. Adaptados a un nicho ecológico donde normalmente obtienen toda el agua que necesitan no existe generalmente una presión de selección que favorezca a los más resistentes. Por ello, colocados repentinamente en un entorno con menor disponibilidad de agua, resultará mucho más improbable la aparición de individuos resistentes a esa escasez. Además, mientras es más fácil adaptarse a la presencia de sustancias nocivas en un entorno adecuado para la vida, es mucho más difícil adaptarse a condiciones que sitúan a los organismos en el límite de lo que la vida necesita, sobre todo si están adaptados a condiciones alejadas de ese límite.
En conclusión, no es posible que los organismos se adapten a cualquier cosa. Todos tienen un límite evolutivo que no pueden sobrepasar. Además, aunque, es cierto, la capacidad mostrada por la vida para adaptarse a condiciones extremas es remarcable, no hay que olvidar que esta adaptación siempre se ha conseguido pagando un precio elevado, como ha sido la eliminación sin piedad, generación tras generación, de los individuos, organismos, células, etc. incapaces de sobrevivir en entornos que se encuentran en fluctuación, que sufren rápidos cambios hacia condiciones menos favorables, como está sucediendo en todo el planeta por causa del cambio climático. ¿Podremos adaptarnos nosotros a estos cambios sin que muchas otras especies también lo consigan? En el aire cálido y seco de mi ciudad dejo flotando esa pregunta.
Jorge Laborda. 28 de enero de 2024.
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