El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hoy, en un nuevo programa de Quilo de Ciencia en su modalidad “in Memoriam”, el Dr. Grande Covián nos habla de los problemas de la alimentación mundial allá por el año 1984, ciento cincuenta años después de la muerte de Thomas Robert Malthus, y se adentra por lo que en esos años se preveía que podía ser el futuro de la alimentación de la humanidad. Como siempre, sus enseñanzas son sabias y sus análisis, muy interesantes y todavía de actualidad, en particular en relación con la polémica que continúa habiendo sobre el consumo de carne. A continuación transcribimos el artículo original de Grande Covián.
LA ALIMENTACIÓN DE LA HUMANIDAD A LOS CIENTO CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE MALTHUS
Francisco Grande Covián
Pocos pensadores han merecido de la posteridad juicios más contradictorios que Thomas Robert Malthus, de cuya muerte se cumplen ahora ciento cincuenta años. No pocas veces se le atribuyen ideas que nunca formuló, y se le acusa de haber preconizado medidas para ajustar el crecimiento de la población a la producción de géneros alimenticios, que en realidad fueron explícita y vigorosamente repudiadas por él.
Pero no es objeto de estas palabras ocuparme de los avatares de las ideas de Malthus, ni analizar las razones que han motivado la interpretación errónea y la frecuente tergiversación de las mismas. Es fácil comprender que sus ideas cayesen en descrédito en el momento en que la aplicación de los métodos científicos a la agricultura y la ganadería permitieron aumentar considerablemente la producción de géneros alimenticios. Del mismo modo, no es difícil comprender que las ideas de Malthus hayan vuelto a cobrar actualidad en un momento en que el hambre azota a no pocas naciones, como puede comprobar quien lea los periódicos. En el informe del Banco Mundial para 1984 se dice: «La crisis de alimentos de mil novecientos setenta y dos a mil novecientos setenta y cuatro ha creado una atmósfera de desastre inmediato y un renovado interés por el pesimismo malthusiano.»
Los datos de la Organización Mundial para los Alimentos y la Agricultura (FAO) y de la Organización Mundial de la Salud (WHO) indican que la población mundial en mil novecientos ochenta era del orden de cuatro mil cuatrocientos millones. La disponibilidad global de alimentos para el período de mil novecientos setenta y cinco a mil novecientos setenta y siete era suficiente para proporcionar dos mil quinientas setenta y una kilocalorías y cien gramos de proteínas por cabeza de población, por día, si los alimentos estuviesen equitativamente repartidos. Un ochenta y tres por ciento de la energía procede de alimentos de origen vegetal, y un diecisiete por ciento de alimentos de origen animal. Los cereales contribuyen aproximadamente con un cincuenta por ciento de la energía total. Sin entrar en detalles, podemos admitir que una dieta semejante sería en principio aceptable; el problema está en que la oferta de alimentos no es uniforme. La desigualdad puede ponerse fácilmente de manifiesto si comparamos la disponibilidad de alimentos de países con distinto nivel de desarrollo.
Para los países de América del Norte y Europa (occidental y oriental), la oferta media de alimentos es del orden de tres mil trescientas kilocalorías y ciento seis gramos de proteínas por cabeza de población, por día. Para los países de África y Lejano Oriente, las cifras correspondientes son de dos mil a dos mil trescientas kilocalorías y cuarenta y nueve gramos de proteínas. Los habitantes de los países en vías de desarrollo, que constituyen unas tres cuartas partes de la población mundial, disponen de sólo unas dos terceras partes de la energía y menos de la mitad de las proteínas disponibles en los países más desarrollados. El problema es, pues, fundamentalmente de distribución y no sólo de producción de alimentos.
Las diferencias entre unos países y otros en cuanto a disponibilidad de alimentos se reflejan de manera elocuente en la salud de sus poblaciones. Mientras que en los países menos desarrollados las principales causas de muerte están directa o indirectamente relacionadas con el precario estado nutritivo de sus habitantes, en los países más avanzados las principales causas de muerte son atribuibles a las enfermedades degenerativas, cuyo desarrollo está favorecido por el consumo de dietas de excesivo valor calórico y composición desproporcionada. Como ilustración de este hecho doy a continuación algunos datos de mil novecientos ochenta, publicados por la Organización Mundial de la Salud en mil novecientos ochenta y dos. La mortalidad infantil (por mil nacidos vivos) fue de ciento sesenta en los treinta y un países menos desarrollados, de noventa y cuatro en los ochenta y nueve países en vías de desarrollo, y de diecinueve en los países desarrollados. La esperanza de vida fue de cuarenta y cinco años en los primeros, de sesenta en los segundos y de setenta y dos en los terceros. El porcentaje de niños nacidos con peso superior a dos kilos y medio fue de setenta en los países menos desarrollados, de ochenta y tres en los en vías de desarrollo y de noventa y tres en los países desarrollados.
El número de personas gravemente desnutridas en los países en vías de desarrollo fue estimado por la FAO en cuatrocientos treinta y seis millones en mil novecientos ochenta y uno. Suponiendo que la población de los ochenta y nueve países considerados era de tres mil millones, esto quiere decir que cerca de un quince por ciento de la población de estos países padece manifestaciones graves de malnutrición.
Unos cuarenta y cinco países están incluidos en la lista de los países llamados más gravemente afectados, siendo destinatarios del fondo especial creado por las Naciones Unidas para ayudarles. Entre ellos figuran Etiopía y muchos de los países del África subsahariana. La prensa nos informa diariamente de la magnitud de la crisis alimenticia, dando actualidad al aforismo de Brillat-Savarin: «El destino de las naciones depende de su manera de nutrirse. »
¿Qué nos podría deparar el futuro?
Se estima que la población mundial alcanzará los seis mil millones en el año dos mil, seis mil ochenta y dos millones, según el informe del Banco Mundial de mil novecientos ochenta y cuatro, es decir, muy cerca de un cuarenta por ciento más que en mil novecientos ochenta. La cuestión es, pues, si podemos esperar un crecimiento semejante en la producción de alimentos. El estudio de la Organización Mundial para los Alimentos y la Agricultura, titulado Agricultura para el año dos mil, señala que la producción mundial de granos, cereales y leguminosas, se ha duplicado en los últimos treinta años y que es posible que se duplique de nuevo para el año dos mil. Esta duplicación en un plazo de veinte años supone, aproximadamente, un aumento en la producción de un tres coma cinco por ciento anual. El incremento en el consumo de grano para la alimentación humana y del ganado se estima en de un tres a un tres coma cinco por ciento anual. Algunos estudios más recientes indican, sin embargo, que el aumento en el consumo de grano es del orden de dos coma seis por ciento anual.
Pero estas alentadoras predicciones no son aplicables a todos los países. En muchos países africanos la población aumenta más deprisa que la producción de alimentos. De India se espera que duplique su población actual (setecientos millones) para el año dos mil. Los países más avanzados destinan buena parte de los cereales y leguminosas que producen a la alimentación de animales destinados a la producción de carne, lo que constituye un notable despilfarro de energía alimenticia. La producción de mil kilocalorías de carne requiere unas seis mil a siete mil kilocalorías de pienso. La cantidad total de energía derivada de los vegetales, a la que yo llamo energía vegetal, que incluye los alimentos destinados al consumo humano, los destinados a la alimentación animal y los utilizados como semillas, aumenta considerablemente en los países productores y consumidores de carne. Mientras que en el sur de Asia el consumo de energía vegetal por persona es del orden de tres mil kilocalorías por día, en países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Francia asciende a quince mil kilocalorías diarias por persona. Bernard Shilland ha calculado, en mil novecientos ochenta y tres, que es posible suministrar una dieta satisfactoria, incluyendo una cierta cantidad de carne, con un consumo diario de nueve mil kilocalorías de energía vegetal por persona. A este nivel, la Tierra sería capaz de alimentar a unos siete mil quinientos millones de personas, cifra que probablemente será alcanzada en el segundo decenio del próximo siglo.
Las generaciones futuras, que seguirán obteniendo energía y proteínas principalmente de los cereales y leguminosas, muy probablemente tendrán que reducir la producción y consumo de carne a fin de destinar al consumo humano parte de los cereales y leguminosas que actualmente se destinan a la alimentación del ganado. Se ha dicho justificadamente que los países que aspiran a ser ganaderos olvidan a veces que es difícil producir carne si no hay excedentes de granos.
Y esto es todo lo que quería contarles hoy. Muchas gracias por su atención.
Francisco Grande Covián (1984).
Comentario de Jorge Laborda:
Tal vez resulte interesante comparar los datos actuales con los que pronosticaba la Organización Mundial de la Salud en los años 80 del pasado siglo, que el Dr. Grande Covián nos resumía.
Hay que decir que el pronóstico sobre el crecimiento de la población humana para el año 2000 fue bastante acertado, ya que la cifra de seis mil millones para la población mundial se alcanzó en 1999. También fue acertado su pronóstico de que la Tierra alcanzaría los 7.500 millones de habitantes en el segundo decenio de este siglo. Sin embargo, en 2022, la humanidad alcanzo los 8.000 millones de personas. Por consiguiente, el límite predicho en los años 80 sobre que la Tierra tenía una capacidad máxima de alimentar a unos 7.500 millones de seres humanos se ha quedado corto y ha sido sobrepasado, y parece que este límite va a seguir siendo incrementado por varias décadas más.
La ganadería, la pesca y la agricultura intensivas son las que permiten hoy alimentar, más o menos correctamente, a la mayoría de la población mundial, aunque de seguir esta aumentando, desconocemos por cuanto tiempo, finalmente, una alimentación correcta para literalmente todo el mundo seguirá siendo posible. Esta intensa producción de alimentos, por supuesto, no es sin consecuencias para el planeta y para la humanidad en su conjunto, pero de este asunto no vamos a hablar. Estoy seguro de que podréis encontrar información más que suficiente sobre él en otras fuentes.
Jorge Laborda (04/09/2024)
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