El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Esta semana, con la inestimable ayuda de Ángel Rodríguez Lozano en el trabajo de edición, y el apoyo de la Fundación Francisco Grande, os ofrecemos un nuevo episodio de la serie In Memoriam, que, como sabéis, pretende mantener viva la memoria del gran científico Francisco Grande Covián, del que tuve el privilegio de ser su alumno y del que he podido recuperar su voz y su estilo gracias a la inteligencia artificial. En esta ocasión, el Dr. Grande Covián, en su artículo titulado del Hambre a la Abundancia, nos habla de los peligros con los que, tanto la una como la otra, amenazan a la humanidad.
A mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, el Dr. Francisco Grande Covián escribía lo siguiente:
DEL HAMBRE A LA ABUNDANCIA.
1. Considere el lector estas paradojas: al mismo tiempo que la malnutrición, e incluso el hambre, son endémicos en muchos países, el mundo se ve inundado con una sobreproducción de 400 millones de toneladas de cereales. Los gobiernos de las democracias occidentales gastan anualmente más de 120.000 millones de dólares en subvenciones para garantizar la continuidad de la producción excesiva, y de esta cantidad menos de la mitad llega a los agricultores. La mayor parte se emplea en burocracia y en premiar a los productores menos eficientes.
2. Estas líneas aparecen al comienzo del primero de una serie de artículos aparecidos en la revista estadounidense Newsweek, destinados a examinar el estado actual de la producción mundial de alimentos y su posible evolución en un futuro próximo. Es seguro que el contenido de estos artículos sorprenderá a muchos de mis lectores; pero no sorprende a quienes estamos interesados en el problema de la nutrición y la alimentación del hombre. Un sencillo cálculo muestra que si la producción mundial de alimentos se distribuyese equitativamente, sería posible proporcionar una dieta adecuada a cada uno de los habitantes de la Tierra. El problema de la alimentación de la humanidad es fundamentalmente un problema de distribución, y no sólo de producción de alimentos.
3. Los habitantes de los países menos favorecidos, que constituyen más de las dos terceras partes de la población mundial, reciben una dieta media que no excede mucho de las 2.000 kilocalorías diarias por cabeza, mientras que en los países más desarrollados disponemos de más de 3.000 kilocalorías. La diferencia es aún más marcada en cuanto al suministro de proteínas se refiere, particularmente en lo referido al consumo de proteínas de origen animal.
4. Pero la producción de carne es un despilfarro de energía alimenticia. Se necesitan unas 6.000 a 7.000 kilocalorías de pienso para producir 1.000 kilocalorías de carne. Los habitantes de los países más desarrollados destinan a la producción animal grandes cantidades de alimentos, que podrían destinarse al consumo humano. En los países que disponen de cereales y leguminosas en abundancia, sus habitantes consumen indirectamente más energía alimenticia de la que puede deducirse de la composición de las dietas en ellos habituales. La población china, por ejemplo, consume actualmente unos 200 kilos de arroz por cabeza de población por año. De ellos consume directamente unos 145 a 150 kilos (unas 1.400 kilocalorías por cabeza por día). La población estadounidense consume aproximadamente una tonelada de cereales por cabeza de población por año. Pero menos de 100 kilos son consumidos directamente por sus habitantes; los 900 kilos restantes se emplean en la alimentación del ganado destinado a la producción de carne.
5. Una forma de evaluar el consumo total de alimentos de origen vegetal por parte de una población consiste en sumar a las cantidades directamente consumidas por el hombre las empleadas en la alimentación animal y las semillas utilizadas para la siembra. Esta suma es la que llamamos «energía vegetal». Los cálculos realizados por Gilland indican que los habitantes de los países menos desarrollados disponen, por cabeza de población, de unas 3.000 kilocalorías diarias de energía vegetal por día. Los de los países más desarrollados disponen de unas 15.000. Si los alimentos de origen vegetal se distribuyesen equitativamente, podríamos suministrar unas 6.000 kilocalorías de energía vegetal por día a cada uno de los habitantes de la Tierra.
6. Dadas las tendencias de la producción mundial de alimentos, es posible calcular que dicha producción podría suministrar 9.000 kilocalorías diarias de energía vegetal a unos 7.000 millones de personas, lo que significa un consumo de carne superior a la media mundial actual. Siete mil millones es la cifra de población que se espera para el comienzo del segundo decenio del siglo XXI. Calculando un suministro de 6.000 kilocalorías por cabeza por día, es decir la media actual, podríamos alimentar a unos 11.000 millones de personas. Esta es la cifra de población mundial que se espera para el comienzo de la segunda mitad del siglo XXI. Teniendo en cuenta las limitaciones de estos cálculos, podemos concluir que no hay motivo de preocupación inmediata en cuanto a la capacidad para producir alimentos suficientes para satisfacer las necesidades de la creciente población. Pero estos cálculos, huelga decirlo, suponen la distribución equitativa de los alimentos.
7. Varios factores han contribuido al casi increíble aumento en la producción mundial de alimentos. El principal, la aplicación de los conocimientos científicos a la agricultura y la ganadería. La introducción de las nuevas semillas de cereales de mayor rendimiento, lo que se ha llamado la «revolución verde», iniciada por Norman Borlaug hace algo más de veinte años, ha contribuido a mejorar notablemente la producción de alimentos en los países del sur de Asia. India es ahora autosuficiente en trigo y en arroz, Filipinas exporta arroz, y Pakistán es exportador de trigo, etc. Borlaug trabaja actualmente en África, donde ha conseguido ya algunos éxitos. La cosecha de mijo (sorgo) en Ghana ha aumentado unas siete veces, y la de maíz casi se ha duplicado.
8. Evidentemente, no podemos generalizar estos alentadores resultados a todos los países africanos. Aparte de las dificultades de suelo y de clima, es necesario tener en cuenta las dificultades debidas a la estructura social, económica y política de muchos de estos países. Pero es previsible que el éxito obtenido en Asia pueda repetirse en África. Todos debemos regocijarnos de que así sea. Si esto se consigue, desaparecerá una de las mayores vergüenzas del mundo actual: que mueran de hambre millones de nuestros semejantes mientras no sabemos qué hacer con los excedentes de alimentos producidos en los países desarrollados.
9. Por otra parte, la introducción de nuevos métodos de producción agrícola y ganadera derivados de la nueva biotecnología y la ingeniería genética promete, para un futuro próximo, un aumento en la producción de alimentos más impresionante aún que el conseguido por la revolución verde. Estamos, al parecer, a las puertas de una era de abundancia de alimentos, sin precedentes en la historia de nuestra especie. Pero la satisfacción que nos produce pensar que nuestros descendientes van a verse libres del azote del hambre no debe hacernos olvidar los problemas que la abundancia de alimentos puede plantear.
10. Las líneas con las que comenzaba este artículo revelan el problema que afecta ya a los países del mundo occidental en estos momentos. Con sus silos llenos hasta los topes, Estados Unidos gastó el año pasado 6.000 millones de dólares para exportar maíz por valor de sólo 2.000 millones. La Comunidad Europea vende mantequilla a la Unión Soviética a un precio que es la décima parte de su costo de producción, y diecisiete veces inferior al precio que pagan los ciudadanos de la Comunidad. Como es sabido, la Comunidad Europea se enfrenta con el problema de deshacerse de 20 millones de toneladas de carne, mantequilla y cereales, cuyo almacenamiento cuesta 4.000 millones de dólares al año y cuya producción sigue en aumento.
11. Menos de un 3 por 100 de la población estadounidense basta para mantener la fabulosa producción agrícola de aquel país. ¿Qué puede hacerse con la mano de obra agrícola que va a resultar innecesaria conforme más y más países continúen aumentando la eficacia de su producción agrícola? François Guillaume, ex presidente de la más numerosa asociación de agricultores franceses y actual ministro de Agricultura de Francia, se ha mostrado favorable al establecimiento por la Comunidad Europea de un programa de jubilación anticipada para los agricultores menos eficientes. El presidente de la Federación de Agricultores de la República Federal Alemana, C. von Heereman, ha dicho que todos los países tendrán que reducir la producción de alimentos.
12. La abundancia de alimentos plantea pues problemas que es preciso resolver, y que van a afectar la estructura social de los países productores. Problemas que deben hacer meditar a quienes tienen la responsabilidad de dirigir la política de alimentación, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. No debemos olvidar que la aplicación de las nuevas tecnologías, si se utilizan sólo para aumentar la producción de alimentos, contribuirá a agravar los problemas que acabo de señalar.
13. En el momento actual, es posible que la mayor contribución de las nuevas tecnologías deba consistir en mejorar la calidad de los alimentos, más que aumentar su producción. Es poco más que una perogrullada decir que la producción de alimentos debe dirigirse en primer lugar a satisfacer las necesidades nutritivas de la población. Pero ocurre con las perogrulladas que son olvidadas con demasiada frecuencia, y no nos acordamos de ellas hasta que tenemos que enfrentarnos con las consecuencias de haberlas olvidado. Es preciso evitar que el entusiasmo irreflexivo por la aplicación de la nueva biotecnología a la producción de alimentos nos haga olvidar los conceptos fundamentales de la nutrición humana. El aumento indiscriminado de la producción de alimentos contribuiría, inevitablemente, a agravar los ya graves problemas debidos a los excedentes de géneros alimenticios existentes, y de los que he tratado de señalar algunos ejemplos. Y esto es todo cuanto quería contarles hoy. Muchas gracias por su atención.
Francisco Grande Covián
Y así nos ilustraba el Dr. Grande Covián sobre los problemas de la alimentación mundial hacia finales del siglo XX.
Para situar en el contexto histórico y ayudar a apreciar mejor las enseñanzas que el Dr. Grande Covián nos ofrecía con su artículo, me atrevo con mucha humildad a aportar aquí algunas informaciones breves que pueden resultar de interés.
En primer lugar, parece casi seguro que la población mundial no alcanzará los once mil millones para la segunda mitad del siglo veintiuno, como se predecía en los años 80 del siglo veinte, aunque las últimas estimaciones del departamento de Economía y Asuntos Sociales de las Naciones Unidas indican que pueden alcanzarse los diez mil millones en 2050 y hasta los doce mil millones en 2100. Sin embargo, algunos modelos de predicción indican que la población mundial podría incluso disminuir con respecto a la actual para 2100. En todo caso, la producción suficiente de alimentos de calidad y su distribución mundial siguen siendo desafíos constantes que la humanidad debe superar cada día.
En segundo lugar, es también interesante constatar que el hambre en el mundo parece haber sido erradicada gracias, en efecto, a la ciencia y a la tecnología. Salvo ocasionales crisis humanitarias, debidas más a guerras y conflictos irracionales y completamente anticientíficos que a la imposibilidad de producir alimento suficiente, el hambre parece haber sido erradicada del planeta, por el momento. El Dr. Grande Covián rinde homenaje a los logros que la aplicación de la ciencia y la tecnología ha conseguido para aumentar la producción de alimentos y erradicar el hambre, aunque también avisa de los perniciosos efectos que el empleo poco sabio de la ciencia y la tecnología entrañan, así como de los efectos sociales que la aparición de nuevas tecnologías y métodos de producción ejercen sobre la estructura social. La jubilación anticipada de los agricultores ya se consideraba hace más de cuarenta años como una posible vía de escape a la superproducción alimenticia en Europa.
Me parece interesante aportar también alguna información sobre el científico y humanista citado por el Dr. Grande en su artículo: Norman Borlaug. El Dr. Borlaug fue quien inició la llamada revolución verde en los años sesenta del siglo pasado, mediante, entre otras aportaciones, la selección de variantes de trigo y otros cereales resistentes a las enfermedades y capaces de generar cosechas de elevado rendimiento. Se estima que la introducción de estas semillas por Asia y África ha salvado a miles de millones de personas de perecer de hambre. Por sus contribuciones a la humanidad, el Dr. Norman Borlaug recibió el Premio Nobel de la Paz en 1970.
Es importante tener en cuenta que la contribución del Dr. Borlaug no solo resultó beneficiosa para la humanidad sino también para la biodiversidad y para los bosques del planeta. El aumento de rendimiento de las cosechas contribuyó a disminuir la necesaria deforestación previa a la generación de alimentos para el ganado y para la creciente población humana. Nuestro planeta ha recibido por ello menos agresiones por parte de la especie humana de las que hubiera recibido de no ser por el trabajo y dedicación de científicos como Norman Borlaug.
Por último, cabe mencionar que el Dr. Grande Covián adelanta, además, que, “la introducción de nuevos métodos de producción agrícola y ganadera, derivados de la nueva biotecnología y la ingeniería genética, promete, para un futuro próximo, un aumento en la producción de alimentos más impresionante aún que el conseguido por la revolución verde”. El Dr. Grande estaba en lo cierto. Las variantes transgénicas de varias plantas importantes para la alimentación humana, que aún no existían cuando el Dr. Grande escribió las anteriores palabras, están siendo ya ampliamente utilizadas. La agricultura vertical promete también multiplicar la cantidad de superficie cultivable y un aprovechamiento de los recursos hídricos y fertilizantes muy superior al actual, no ya al de los años 80 del siglo pasado. Estos avances prometen multiplicar por diez o más el rendimiento por metro cuadrado de los cultivos y hacen retroceder más aún el fantasma del hambre en el mundo, siempre y cuando la irracionalidad humana no acabe, finalmente, por imponerse a su racionalidad y termine por destruir a la civilización. Esta batalla, por desgracia, sigue rampante.
Jorge Laborda (09/10/2024)
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