El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hoy os ofrecemos una nueva entrega de Quilo en su modalidad Vintage. En esta ocasión, recordaremos unos interesantes estudios realizados hace ya cuatro lustros, pero que podrían haber sido hechos ayer mismo, relacionados con esa capacidad tan social y humana de la empatía, la capacidad de sentir o, al menos, comprender lo que siente el otro, de ponerse en su lugar, y de anticipar sus deseos y sus acciones. Si la capacidad empática no hubiera aparecido, ya en las especies de animales ancestros de la nuestra, y no se hubiera potenciado más aún a lo largo de nuestra propia evolución, probablemente la especie humana no habría podido sobrevivir hasta nuestros días. Hoy, la empatía por el prójimo sigue siendo una fuerza civilizadora e integradora fundamental, que, por supuesto, radica en la estructura y función de ciertas zonas cerebrales. Del descubrimiento de estas zonas, y de algunos de los potenciales problemas que puede causar su mal funcionamiento, es de lo que trataban los simpáticos estudios que os relato a continuación.
Aquí podéis leer el artículo de 2004
En las últimas dos décadas, la investigación sobre la empatía animal y humana ha sido muy intensa, con miles de artículos publicados sobre el tema. En una búsqueda rápida en las bases de datos biomédicas de artículos de revisión del tema, es decir, artículos que son un compendio de otros estudios e intentan resumirlos y concretar conclusiones hasta la fecha, dos temas suscitaron mi curiosidad. El primero es que demasiada empatía podría ser negativa para algunas personas. Esto es lo que sugieren los estudios de actividad de zonas cerebrales en pacientes de depresión. En muchos de los pacientes estudiados en referencia a su capacidad de sentir empatía, se ha detectado una hiperactivación de las zonas cerebrales involucradas en esta cualidad, de las que hoy sabemos involucran al giro frontal inferior, a la ínsula bilateral anterior y las áreas cinguladas. Si tienes interés, puedes buscar la localización cerebral de esas áreas por Internet.
Volviendo a la depresión, como decía, se ha detectado que esas áreas cerebrales relacionadas con la empatía están hiperactivadas en los pacientes deprimidos. Esto sugiere que esos pacientes han desarrollado una empatía superior a la normal. No son personas meramente simpáticas, sino personas hiper empáticas, que quizá experimentan las emociones de las personas de su entorno con mayor intensidad de lo habitual. Es comprensible que, puesto que la infelicidad y el dolor parecen estar más presentes en la vida cotidiana que la felicidad y el placer, esa hiper empatía conduzca a la depresión, al menos en algunos casos. En apoyo de la conclusión anterior, resulta que, curiosamente, los tratamientos antidepresivos disminuyen la actividad de esas zonas cerebrales, lo que sugiere que los pacientes comienzan a salir de su depresión cuando su nivel de empatía disminuye.
El otro artículo, publicado en 2024, que ha llamado mi atención no relata resultados de estudios, sino que propone una interesante hipótesis sobre la falta de empatía en las redes sociales, presentada por dos investigadores: María Tavares, de la Universidad de California y Ben Rein de la Fundación Mind Science localizada en San Antonio, en Texas. Estos investigadores afirman que “plataformas como Twitter e Instagram son utilizadas por más del 62% de la población mundial, lo que facilita miles de millones de interacciones de usuarios todos los días. Sin embargo, muchos de estos intercambios involucran comportamientos hostiles, insensibles y antisociales. Esto plantea la pregunta: ¿se reduce la empatía en las redes sociales? La evidencia demuestra que los humanos tienden a comportarse de manera más grosera en entornos virtuales, pero considerando la escasez de datos fisiológicos recopilados en estos entornos, no está claro si los sistemas neuronales que gobiernan la cognición social y la empatía funcionan de manera diferente en las interacciones en línea.”
Por las consideraciones anteriores, los dos investigadores proponen lo que llaman la “Hipótesis de la Desconexión Virtual”, para explicar la prevalencia de la hostilidad en línea. Esta hipótesis sostiene que en las interacciones en redes sociales no se emiten ni reciben señales visuales o auditivas (gestos, tono de voz, etc.). Estas señales son cruciales para evaluar el estado afectivo de los demás. En su ausencia, los circuitos cerebrales relacionados con la empatía no se activan correctamente. Por si esto fuera poco, estos autores indican que las interacciones en las redes sociales se producen de forma asíncrona, desconectada en el tiempo, en diferido, lo que puede limitar aún más la actividad de los sistemas neuronales involucrados en la empatía. Los autores de esta hipótesis afirman que como resultado de esta disminución de la sensibilidad hacia los estados de los demás, los usuarios pueden estar predispuestos a comportamientos desconsiderados o abiertamente antisociales. Dada la enorme y creciente base de usuarios en estas plataformas, los dos proponentes de la hipótesis instan a sus colegas a realizar estudios de adquisición de neuroimágenes en entornos virtuales, con un énfasis particular en el desarrollo de diseños relevantes para las redes sociales que puedan mejorar la empatía durante su uso.
Como indican los autores, no tenemos datos sobre el nivel de empatía que los usuarios de las redes sociales muestran en comparación con las interacciones cotidianas, pero la hipótesis parece ser sensata a la luz de lo que hoy se sabe sobre el funcionamiento del sentido de la empatía.
Y termino con las siguientes reflexiones. He concluido que, para mí, las redes sociales son un entorno hostil, generador de ansiedad e infelicidad, y hace ya años que no suelo introducirme por ellas para comentar nada. Además, también había llegado a la conclusión de que en las redes sociales es donde se encuentra la verdadera esencia de lo que somos los seres humanos. Esto dejaba una imagen de la humanidad más bien penosa, por decirlo con suavidad. Por esta razón, espero que la hipótesis anterior esté en lo cierto. De ser así, las redes sociales no reflejarían la esencia de la humanidad, como pensaba, sino que destilarían lo peor de las personas, al disminuirles o incluso privarles de su sentido de empatía por los demás. Los humanos seríamos mejores personas, en general, de lo que se puede observar en las redes sociales, pero por esta razón, estas serían fuerzas destructoras y polarizadoras de las sociedades. Sería pues necesario rediseñarlas para favorecer la participación de nuestro sentido empático en las interacciones con los demás.
Referencias:
Singer T, Seymour B, O’Doherty J, Kaube H, Dolan RJ, Frith CD. Empathy for pain involves the affective but not sensory components of pain. Science. 2004 Feb 20;303(5661):1157-62. doi: 10.1126/science.1093535. PMID: 14976305.
Ramnani N, Miall RC. A system in the human brain for predicting the actions of others. Nat Neurosci. 2004 Jan;7(1):85-90. doi: 10.1038/nn1168. Epub 2003 Dec 21. PMID: 14699420.
Choi D, Förster K, Alexander N and Kanske P (2024) Downsides to the empathic brain? A review of neural correlates of empathy in major depressive disorder. Front. Hum. Neurosci. 18:1456570. doi: 10.3389/fnhum.2024.1456570
Maria Tavares and Ben Rein (2024). The virtual disengagement hypothesis: A neurophysiological framework for reduced empathy on social media. Cognitive, Affective, & Behavioral Neuroscience https://doi.org/10.3758/s13415-024-01212-w
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