El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
Hoy, el Dr. Grande Covián nos ilustra de manera magistral como él solía hacerlo, sobre los problemas planteados por la nutrición en la edad avanzada y la importancia de esta para mantenernos en buena salud el mayor tiempo posible antes de que las malas noticias nos alcancen. Como podréis comprobar, las enseñanzas del Dr. Grande Covián siguen siendo válidas, aunque han transcurrido más de cuarenta años desde que las publicó por primera vez.
Francisco Grande Covián
La nutrición en la edad avanzada
Dos hechos justifican el interés despertado en los últimos años por el estudio de la nutrición de las personas de edad avanzada: el continuado aumento del número de personas de edad avanzada en todo el mundo y la frecuencia con que estas personas muestran signos de nutrición inadecuada. En mil novecientos setenta, se calculaba que vivían en el mundo doscientos noventa y un millones mayores de sesenta años, aproximadamente un ocho por cien de la población mundial en aquel momento. Se estima que en el año dos mil las personas de más de sesenta años constituirán un nueve por cien de la población mundial, es decir, unos quinientos cuarenta millones, aproximadamente. En los países menos desarrollados, la proporción de personas mayores de sesenta años era de un cinco coma cuatro por cien, en mil novecientos setenta, y se espera que llegue a un siete por cien en el año dos mil, con un dramático aumento del número de personas de más edad (ochenta a ochenta y cinco años).
Las personas de edad avanzada constituyen en la actualidad el grupo de población cuyo número aumenta más rápidamente en los países más desarrollados. En Estados Unidos, las personas de más de sesenta y cinco años constituían solamente un cuatro por cien de la población en mil novecientos y un diez por cien en mil novecientos ochenta y dos. El costo de la asistencia médica de este grupo de personas representa en estos momentos algo más del cincuenta por cien del gasto total de asistencia médica del Gobierno Federal. Se calcula que para el año dos mil la población estadounidense de sesenta y cinco años en adelante será el doble de lo que era en mil novecientos sesenta, y que para el año dos mil treinta representará un veinte por cien de la población estadounidense total.
En España, los mayores de sesenta y cinco años constituían un diez por cien de la población total en mil novecientos setenta, y es de suponer que esta proporción vaya en aumento si se tiene en cuenta que, según los datos del Banco Mundial (en mil novecientos ochenta y uno), la esperanza de vida en este país ha pasado de sesenta y ocho años en mil novecientos sesenta a setenta y tres años en mil novecientos setenta y nueve.
Nutrición inadecuada
Las personas de sesenta y cinco años en adelante muestran con frecuencia signos de nutrición inadecuada, hecho bien documentado por numerosas publicaciones. Tales manifestaciones se deben en parte a factores socioeconómicos y en parte a la presencia de enfermedades.
El bajo poder adquisitivo de estas personas les impide disfrutar de una dieta satisfactoria. Las personas de edad que viven solas, por diversos motivos, son con frecuencia incapaces de prepararse comidas apropiadas, aunque puedan adquirir los alimentos necesarios para ello. Esto da lugar a que muchas de ellas consuman dietas monótonas, compuestas por un número limitado de alimentos, con el consiguiente peligro de no contener cantidades adecuadas de todos los nutrientes esenciales.
Los problemas dentales que aquejan a muchas personas de edad contribuyen a limitar la variedad de las dietas por ellas consumidas, eligiendo de preferencia alimentos de fácil masticación. Es interesante señalar a este respecto que según los estudios de mercado llevados a cabo en Estados Unidos, las personas de edad consumen una elevada proporción de preparados destinados a la alimentación infantil. La adquisición de estos productos se justifica diciendo que son para los nietos. Los preparados anunciados como alimentos para las personas de edad gozan, en cambio, de poco favor entre dichas personas, quienes no parecen sentir mucho entusiasmo por identificarse con el grupo de edad al que pertenecen.
Son numerosas las personas de edad que padecen enfermedades crónicas, por ejemplo, enfermedades del aparato digestivo, que pueden dificultar la utilización de los nutrientes esenciales contenidos en los alimentos. La medicación continuada a la que algunas de estas personas están sometidas, para el tratamiento de las enfermedades que padecen, puede contribuir también al desarrollo de deficiencias nutritivas. La considerable experiencia adquirida en los últimos diez años indica, en efecto, que, por una variedad de mecanismos, algunos de los medicamentos actualmente empleados son capaces de alterar la utilización de ciertos nutrientes esenciales, dando lugar al desarrollo de deficiencias nutritivas, aunque la dieta consumida por el sujeto pueda considerarse adecuada, según los criterios actualmente vigentes.
Todo lo dicho indica que las diversas manifestaciones de nutrición inadecuada observadas en las personas de edad se deben más a razones socioeconómicas y médicas que a una posible elevación de las necesidades de nutrientes esenciales de los miembros de este grupo.
Carecemos de información suficiente para evaluar con exactitud las necesidades nutritivas de las personas de edad a las que podemos considerar clínicamente sanas. Cuando escribo estas palabras, son pocos los estudios realizados en los que se haya descartado inequívocamente la posible influencia de factores patológicos, y hay aún menos información en lo que respecta a personas de más de setenta y cinco años. Por ello, no es posible documentar adecuadamente el efecto que el envejecimiento fisiológico (es decir no complicado por enfermedad) pueda tener sobre las necesidades nutritivas del ser humano.
2.700 calorías al día
En el momento actual se admite, en consecuencia, que las necesidades de nutrientes de las personas sanas de más de sesenta y cinco años no difieren esencialmente de las establecidas para los adultos más jóvenes. Las necesidades de energía, por otra parte, están disminuidas, principalmente como consecuencia del más bajo nivel de actividad física. Este hecho se reconoce en la reciente edición de las recomendaciones dietéticas de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (edición de mil novecientos ochenta). Para los varones de veintitrés a cincuenta años se recomienda un consumo medio de dos mil setecientas kilocalorías por día, cifra que se reduce a dos mil cuatrocientas kilocalorías por día para los de cincuenta y uno a setenta y cinco años, y a dos mil cincuenta kilocalorías por día para los de setenta y seis años en adelante.
No disponemos de información suficiente para comprender de modo satisfactorio la naturaleza del proceso de envejecimiento, y tampoco podemos definir con precisión, en estos momentos, las relaciones entre el estado de nutrición y dicho proceso. En el estado actual de nuestros conocimientos, es evidente que no poseemos la capacidad de detener el progreso del envejecimiento por medios dietéticos, ni de producir por dichos medios la regresión de los cambios que el paso del tiempo produce en nuestro organismo. Es preciso insistir en ello, para no fomentar en las personas de edad esperanzas infundadas que sólo favorecen el charlatanismo y la propaganda inadmisible de regímenes alimenticios supuestamente capaces de devolver la juventud a tales personas. Como ha escrito recientemente (en mil novecientos ochenta y dos) Rivlin al resumir los estudios realizados acerca de las relaciones entre el consumo de ciertas vitaminas y minerales y la salud de la población de edad avanzada en Estados Unidos: «Lo más que realmente podemos esperar en el momento actual es que la nutrición, en combinación con otras medidas, contribuya a retrasar la aparición de enfermedades específicas, alargando el período de vida libre de enfermedad y contribuyendo así a mejorar la calidad de vida de las personas de edad.»
El proceso de envejecimiento y la duración de la vida están determinados por factores genéticos, pero la velocidad con que dicho proceso se desarrolla es susceptible de ser modificada por factores ambientales, siendo uno de ellos la alimentación. Cabe, pues, esperar que las manipulaciones dietéticas que, como he dicho, no son capaces de detener el inexorable proceso del envejecimiento, puedan contribuir, sin embargo, a retrasar la aparición de sus manifestaciones.
Limitar los alimentos
Hace unos cuarenta años, McCay y sus colaboradores demostraron en ratas que una cierta limitación de la cantidad de alimento consumido durante la primera época de la vida da lugar a un aumento apreciable de la duración de ésta, y dicho fenómeno ha sido confirmado por otros investigadores en diversas especies animales, roedores principalmente. En el estudio realizado por Stuchlikova y colaboradores (en mil novecientos setenta y cinco) con ratas, ratones y cobayas sometidos durante dos años a diversas manipulaciones dietéticas, la menor duración de la vida correspondió a los animales a los que se permitió comer libremente durante los dos años de observación. La mayor duración de la vida se observó en los animales sometidos a una restricción de alimento durante el primer año y que comieron libremente durante el segundo. Del mismo modo, Ross y Bras (en mil novecientos setenta y cinco) observaron en ratas una relación inversa entre la duración media de la vida y la cantidad de alimento elegido y consumido espontáneamente por los animales. Los animales que consumieron por término medio veinticuatro gramos por día de la dieta elegida mostraron una vida media inferior a seiscientos días, mientras que los animales que consumieron dieciocho gramos por día mostraron una vida media superior a setecientos días. Note el oyente que cien días de vida de rata equivalen a algo así como de siete a diez años de vida humana.
El análisis estadístico de los datos de Ross y colaboradores indica que es posible predecir con razonable exactitud la duración de la vida de las ratas, si se conoce el peso y el consumo alimenticio de los animales antes de que éstos alcancen los ciento cincuenta días de edad.
Todos estos experimentos indican que el efecto de la restricción alimenticia sobre la duración de la vida depende de varios factores, tales como la intensidad y duración del período de restricción y el momento en que ésta se aplica.
El mecanismo de este efecto se ha relacionado con la influencia que la restricción dietética ejerce sobre la velocidad de crecimiento. En un experimento de Goodrick con ratones (en mil novecientos setenta y ocho), la velocidad de crecimiento mostró una correlación negativa con la duración de la vida. Estas observaciones hacen recordar la idea expresada por Aristóteles hace dos mil quinientos años, según la cual la duración de la vida de una especie animal es un múltiplo constante, para todas las especies, de la duración del período de crecimiento. Dicho de otra manera, las especies que crecen más deprisa y alcanzan rápidamente el tamaño adulto tienen vida más corta que aquellas que crecen más despacio y tardan más tiempo en alcanzar dicho tamaño.
Por razones fáciles de comprender, carecemos de información adecuada para evaluar el significado de la restricción alimenticia sobre la duración de la vida humana. En este momento, no está justificado en modo alguno deducir de los experimentos mencionados conclusiones aplicables a nuestra especie. En todo caso, es evidente que los datos que acabo de referir deben servir de acicate para tratar de obtener información acerca del efecto que las prácticas alimenticias, durante los primeros años de la vida, puedan tener sobre la duración de la vida humana. Es muy posible que la prevención de las enfermedades degenerativas, que constituyen la principal causa de muerte en las personas de edad en el mundo actual, deba comenzar en la primera época de la vida para ser eficaz.
El estudio de las relaciones entre nutrición y envejecimiento ha despertado un notable interés en muchos países, singularmente en Estados Unidos. Los fondos destinados por los Institutos Nacionales de Sanidad de dicho país a las investigaciones de nutrición ascendieron, en mil novecientos ochenta, a ciento treinta y nueve millones de dólares. De ellos, ocho coma dos millones se destinaron específicamente a subvencionar estudios sobre las relaciones entre nutrición y envejecimiento.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que desde principios de siglo patrocina extensamente los estudios de nutrición humana, ha creado el año pasado un nuevo centro de nutrición y envejecimiento. Esta institución ha sido constituida en la Universidad de Tufts, en Boston (Massachusetts), y su objetivo principal es el estudio de las necesidades nutritivas de las personas de edad: el efecto del envejecimiento sobre las necesidades de vitaminas y minerales, el metabolismo de estas sustancias en las personas y animales de edad avanzada, las relaciones entre metabolismo proteico y envejecimiento, los cambios bioquímicos del cerebro en relación con la edad y las relaciones entre el metabolismo de los lípidos y el desarrollo de la arterosclerosis.
Es de esperar que los resultados de estas investigaciones permitan mejorar el estado nutritivo de las personas de edad, y que contribuyan a la prevención de las enfermedades de la edad avanzada, así como a una mejor comprensión de la naturaleza del proceso de envejecimiento.
Y esto es todo lo que quería contarles hoy. Muchas gracias por su atención.
Francisco Grande Covián.
Comentario de Jorge Laborda
De acuerdo con las últimas estimaciones que he sido capaz de obtener, el porcentaje de la población mundial mayor de 65 años era del 9,69% en 2021, es decir, en el rango de lo que se predecía que iba a ser en los años 80 del pasado siglo. Este porcentaje sigue creciendo en los países más desarrollados, lo que sin duda es una buena noticia, ya que es indicativo de que la esperanza de vida aumenta en general en todo el mundo.
Más importante me parece, sin embargo, actualizar los datos relativos a los efectos de la restricción calórica sobre la longevidad. Como os podéis imaginar, desde que Grande Covián escribía las palabras que hemos escuchado, se han llevado a cabo múltiples experimentos en diferentes especies animales, incluidas especies de primates, para analizar los efectos de dicha restricción. La cuestión dista mucho de estar zanjada, y que la restricción calórica alargue la vida no es una regla universal que se aplique en todas las circunstancias, a todas las especies, o a todos los bagajes genéticos. Hay importantes excepciones y, en algunos casos, la restricción calórica puede tener efectos neutros, mínimos, o incluso perjudiciales sobre la longevidad y la salud en general, dependiendo de la especie, el transfondo genético, las condiciones ambientales o la severidad de la restricción.
De particular importancia me parecen los estudios realizados en cuarenta y una razas diferentes de ratones de laboratorio que, por supuesto, difieren en sus características genéticas. En estas razas de ratones, los efectos de la restricción calórica se extendieron desde un incremento significativo de la longevidad a una clara reducción de esta. Este resultado indica que sin conocer el perfil genético de los individuos y cómo ese perfil interacciona con la dieta, la restricción calórica debe considerarse un ejercicio arriesgado que podría conducir incluso a resultados opuestos a los perseguidos.
Los experimentos realizados en primates tampoco han permitido alcanzar conclusiones robustas. Mientras que las primeras investigaciones sugirieron claros beneficios de la restricción calórica sobre la longevidad, estudios más recientes y rigurosamente controlados han ofrecido resultados menos claros. Por ejemplo, en un estudio en macacos rhesus del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (NIA, por sus siglas en inglés) no observó una extensión robusta de la esperanza de vida, aunque sí algunas mejoras en la salud.
Parece hoy indudable, en cambio, que el exceso de ingesta calórica que conduce a la obesidad sí actúa en detrimento de la longevidad y de la salud. Por consiguiente, siendo racionales, la restricción calórica debería limitarse a lograr un peso adecuado más que a conseguir otros objetivos que hoy todavía siguen siendo muy dudosos.
Hay que tener en cuenta, además, que una restricción calórica excesiva conlleva también un menor aporte de nutrientes esenciales, lo que puede conducir al deterioro de nuestra salud, sobre todo por efectos sobre el sistema inmunitario, que es muy sensible a la malnutrición. La restricción calórica también puede causar retrasos en el proceso de cicatrización de heridas, e incluso a una disminución de la fertilidad, aunque esto último no es un factor para considerar en la edad avanzada.
Por otra parte, al parecer, existe una relación entre el estado nutricional y el estado de ánimo, ya que las restricciones en la dieta pueden conducir a un bajo estado anímico debido tanto a la insuficiencia de nutrientes que afectaría al sistema nervioso, como a la presión psicológica de mantener una dieta estricta a la que nuestro cuerpo y nuestra mente se resiste.
En conclusión, si mantienes un peso adecuado, lo más sensato es que continues con la dieta habitual y no te expongas a riesgos innecesarios modificándola por tu cuenta. Y si no mantienes un peso adecuado, lo más sensato es que te pongas en manos de un médico especialista buen conocedor o conocedora de los últimos avances en la ciencia de la nutrición, y que tampoco te arriesgues a experimentar por tu cuenta. En todo caso, creo que lo mejor es que, como nos advertía el Dr. Grande Covián, bases tus decisiones en la racionalidad y en los conocimientos científicos, y no en las vanas e infundadas promesas de charlatanes a los que en realidad les da igual que adelgaces o que vivas más o menos años, mientras su bolsillo sea el que siga engordando.
Pero la situación para conseguir una buena calidad de vida en la edad avanzada es más compleja que mantener una buena dieta. Es necesario hacer ejercicio físico, lo más vigoroso posible que cada cual pueda realizar, teniendo no obstante cuidado de no lesionarse. El ejercicio ayuda a mantener la masa muscular, que es uno de los mejores predictores de la longevidad. Mejora nuestra movilidad y alarga nuestra autonomía. Además, el ejercicio contribuye a mejorar la salud metabólica y el estado de ánimo, lo que a su vez repercute positivamente en la calidad de vida.
Finalmente, recordemos que a la complejidad de los factores que afectan a la calidad de vida en la edad avanzada hoy también debemos añadir la calidad de nuestro microbioma intestinal, sobre el cual no sabemos aún lo suficiente como para definir intervenciones precisas y beneficiosa sobre el mismo. Es de esperar que investigaciones futuras podrán aportar una luz reveladora sobre este aspecto de nuestra salud.
Jorge Laborda (29/12/2024)
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