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Quilo de Ciencia

El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.

Bostezos Artificiales: ¿entenderán nuestros robots el cansancio humano?

Bostezos artificiales - Quilo de Ciencia podcast - Cienciaes.com

Imagínate en un mundo futuro en el que, tras un largo día, le cuentas a tu robot doméstico cómo te ha ido (puede que nadie más quiera escucharlo) y, mirándote fijamente, este te responde con un bostezo. ¿Es esto posible? ¿Cómo te sentirías?

El inminente advenimiento de la interacción cotidiana entre androides o robots y los seres humanos ha abierto el interesante tema de investigación de cómo los humanos interpretaremos los diferentes matices de comportamiento de los robots, y de si estos debieran estar programados, o haber aprendido mediante inteligencia artificial, a mostrar determinadas pautas de comportamiento para tranquilizar a los desconfiados humanos. Es evidente que no vamos a aceptar en nuestra casa a un robot doméstico que nos parezca agresivo, aunque no lo sea, o que se comporte de manera socialmente inadecuada frente a los familiares o invitados, aunque estos sean socialmente más inadecuados que él.

El estudio de los efectos psicológicos sobre los humanos de la interacción con robots humanoides se ha iniciado hace ya, por lo menos, dos décadas. Se han estudiado, entre otras cosas, el papel de la empatía, el de la estimulación y la experiencia sensomotriz, y el de la familiaridad con el robot, es decir, cómo se modifica nuestra percepción y sentimientos acerca de esa máquina conforme convivimos con ella y aprendemos cómo se comporta en diferentes circunstancias. Obviamente, los robots empleados en estos estudios son muy probablemente menos sofisticados que los que estarán disponibles en el futuro, tal vez como cuidadores domésticos de personas de la tercera o cuarta edad, o personas enfermas o discapacitadas, pero también como cocineros o mayordomos. Sin embargo, es importante conocer los efectos de esa interacción para poder generar robots, además de eficientes, agradables y que susciten confianza.

Un problema para el estudio de esta interacción en el entorno social humano es que los robots no son humanos. Esta perogrullada tiene su importancia, porque nos encontramos aquí en un entorno similar al de la interpretación del comportamiento de una especie (los robots) por otra especie (los humanos), y viceversa, lo cual genera numerosos problemas a propietarios de perros, gatos, loros y no digamos ya animales políticos. ¿Qué quiere decirnos nuestro gato cuando maúlla de una determinada forma, y no de otra? ¿Qué puede estar pensando nuestro perro al dar vueltas y vueltas antes de acostarse? ¿Y qué pensará mi perro de mí cuando estoy cabeza abajo mirando el móvil? De lo que piensan los animales políticos es mejor no aventurar nada.
Por las razones anteriores, la investigación de la interacción entre robots y humanos se puede apoyar en investigaciones dedicadas a estudiar la interacción entre humanos y otras especies. Estas investigaciones han revelado, entre otras cosas, que los perros entienden el bostezo de los humanos. No es evidente que esto suceda, ya que los perros podrían interpretar nuestros bostezos como amenazas, por ejemplo, o como intentos de decir algo que al final no decimos. No es así. Puesto que los perros bostezan, son capaces de interpretar este comportamiento en los humanos de manera adecuada. ¿Podrían hacer lo mismo con un robot, si estos bostezaran?

En este ámbito de investigación, científicos de la Universidad City St George de Londres, Reino Unido, en colaboración con investigadores de la fundación Mona, que gestiona un centro de recuperación de primates en Gerona, y de la universidad de esta ciudad, en España, decidieron estudiar las respuestas dadas por catorce chimpancés adultos, de edades comprendidas entre los diez y los treinta y tres años a las expresiones simuladas por la cabeza de un androide. En particular, estudiaron si los chimpancés eran o no capaces de identificar cuándo esa cabeza mecánica bostezaba.

¿Para qué y por qué bostezamos?

Pero antes de ver cómo reaccionaron los chimpancés, detengámonos un momento en algo fundamental: ¿por qué los humanos y otros animales bostezamos? La respuesta no es conocida, y nos tenemos que conformar con hipótesis que cuentan con mayor o menor evidencia a su favor.

Probablemente, tenemos asociado el bostezo con el aburrimiento. La evidencia acumulada indica que los bostezos se hacen más frecuentes en largas conferencias o reuniones. Sin embargo, no parece que el bostezo desempeñe la función social de indicar a los demás que nos estamos aburriendo, sino que puede ser un mecanismo para incrementar el flujo sanguíneo al cerebro y estimular la atención en situaciones en las que caer dormido es fácil. Hoy, dormirse en una conferencia puede ser vergonzoso para el que se duerme, pero en los tal vez más felices tiempos en los que las conferencias no existían aún, y el aburrimiento podía acechar a nuestros ancestros sobre las ramas de los árboles o en situaciones en las que era peligroso caer dormido, contar con un mecanismo fisiológico para estimular el cerebro podría ser cuestión de vida o muerte.

En relación con lo anterior se sitúa la hipótesis de que el bostezo sirve para facilitar los cambios de transición del cerebro entre la vigilia y el sueño y en dirección opuesta, ya que parece ser cierto que los bostezos son más frecuentes antes de dormir, pero también inmediatamente tras despertarnos.

Otra hipótesis que se ha considerado para explicar el bostezo es que este supone un mecanismo de refrigeración del cerebro. La entrada de aire y el aumento de la circulación de la sangre por los músculos del rostro podría ayudar a bajar la temperatura del cerebro, si esta sube demasiado. Esta hipótesis cuenta a su favor con que la frecuencia de los bostezos aumenta al aumentar la temperatura exterior. No obstante, hay que mencionar que los esquimales, a pesar del frío que los rodea, también bostezan, como lo hacen otros animales que habitan latitudes muy frías. Esto indica que el bostezo debe desempeñar otra función importante, (puede ser la mencionada arriba de modificar el estado de alerta) incluso si es capaz de regular la temperatura del cerebro.

Otra idea que se ha propuesto sobre el bostezo es que cumple una función social y comunicativa. Bostezar es uno de los comportamientos más contagiosos que se conocen, y sucede no solo en humanos sino también en otros animales. Por esta razón, se ha asociado el bostezo al fortalecimiento de relaciones sociales y a la empatía. La evidencia a favor de esta hipótesis incluye el hecho de que las personas con mayor nivel de empatía son más susceptibles de ser inducidas a bostezar por los bostezos de otros, es decir, son más contagiables. Esta hipótesis no invalida necesariamente la anterior, ya que, en una situación de modorra grupal, quien primero bostezara, gracias a la capacidad contagiosa del bostezo, podría, por ejemplo, ayudar a los demás a salir de su aletargamiento, lo que podría favorecer la supervivencia del grupo.

Una última hipótesis postula que el bostezo puede ayudar a regular situaciones de estrés o ansiedad, ya que se ha comprobado que estas situaciones estimulan este comportamiento. Por ejemplo, al menos algunas personas pueden bostezar con más frecuencia antes de una competición atlética o de desempeñar una función teatral. De nuevo, esta idea no entra en contradicción con las anteriores, puesto que el bostezo cumpliría aquí, de nuevo, la función de activar al organismo para la acción. En todo caso, como vemos, el asunto del bostezo puede dejarnos con la boca abierta por su complejidad.

¿Bostezan los androides con bostezos eléctricos?

Regresemos ahora al asunto de las reacciones de los catorce chimpancés adultos mencionados antes frente a diferentes expresiones simuladas por una cabeza de androide. Las expresiones y movimientos incluían el bostezo, la boca abierta y una expresión neutra, con los labios cerrados. Cada una de estas expresiones duraba diez segundos.

Los investigadores determinaron el grado de “contagio” de estas expresiones, es decir, el grado en que los chimpancés las imitaban. Encontraron que, de todas ellas, el bostezo era la más contagiosa de las expresiones del androide. La boca abierta fue también imitada por los chimpancés, aunque en menor grado, pero la expresión neutra no suscitó en los simios ningún deseo de ser imitada.

Estos resultados indican que los chimpancés son capaces de identificar los bostezos no solo los realizados por los seres humanos, sino también los imitados por las creaciones mecánicas de estos últimos. Estos estudios ayudan a profundizar en las capacidades cognitivas de los chimpancés, lo que contribuye también a comprender las razones evolutivas de las nuestras. ¿Seremos capaces, entonces, de crear máquinas que entiendan nuestra naturaleza tan profundamente como para hacernos sentir comprendidos y acompañados?

Aunque comprender las razones de porqué bostezamos puede parecer un asunto menor, permitidme que os diga que está cada vez más claro que los seres humanos nacemos atrapados dentro de nuestra propia naturaleza material, conformada por millares de genes y sus variantes, seleccionados a lo largo de millones de años de evolución. Conocer el porqué de esa naturaleza, comprender sus orígenes y sus razones, y actuar sobre ellas para modular sus efectos negativos y permitir una mejor adaptación al mundo artificial que nos hemos dado, tan alejado del entorno natural en el que esa naturaleza surgió, puede ser fundamental para el futuro de la humanidad.

Referencia:

Joly-Mascheroni, R., Forster, B., Llorente, M. et al. Chimpanzees yawn when observing an android yawn. Sci Rep 15, 18002 (2025). https://doi.org/10.1038/s41598-025-98639-z

12 de junio de 2025

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