Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
Basta con mirarnos al espejo para saber que algo tenemos de nuestros padres: la forma de la nariz, tal vez, el color de los ojos, quizás, o ese "aire de familia" que, a decir de algunos, unas veces recuerda a nuestra madre y otras a nuestro padre.
Desde el principio de los tiempos la humanidad se ha preguntado cómo pasan ciertas características de padres a hijos y de una generación a la siguiente. Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero la naturaleza daba algunas pistas: de cada generación va seleccionando a los mejor adaptados, a los más fuertes o a los más listos para que tengan hijos adaptados, fuertes y listos.
La ley de la selección natural no distingue entre especies, lo mismo se aplica a los caballos, los tigres o los lagartos. Cada superviviente de cada especie se ha esforzado desde el principio de los tiempos por transmitir sus facultades más valiosas a los hijos, éstos a los suyos y así generación tras generación. De esa manera, el tigre heredó de sus padres las garras afiladas, la fuerza y la habilidad para cazar al ciervo, el ciervo heredó de los suyos, los cuernos, las pezuñas y la agilidad para escapar del tigre y el ser humano heredó la inteligencia para que, sin ser el más fuerte ni el más ágil, sin tener garras ni cuernos, logre cazar a todos los demás animales, tigres y ciervos incluidos.
El ser humano no sólo aprendió a cazar y no ser cazado, además descubrió cómo se las apaña la naturaleza para modelar a las criaturas. He aquí un buen ejemplo:
Corría el año 1791. Un granjero de Estados Unidos fue a cuidar de su rebaño de ovejas y descubrió, sorprendido, que entre los corderos nacidos durante la noche había un pequeño monstruo. Era un cordero como los demás, excepto por el hecho de que tenía las patas mucho mas cortas que el resto. El granjero no lo sabía, pero estaba ante una mutación genética. En lugar de asustarse -porque esas cosas eran consideradas señales de mal agüero- pensó:"Si todo mi rebaño tuviera las patas tan cortas, las ovejas no podrían saltarse la cerca". Dicho y hecho, comenzó a cruzar este animal con el resto y seleccionando las crías con paciencia consiguió una nueva raza de ovejas.
Lo que hizo el granjero americano no era nuevo, lo llevaba haciendo la humanidad miles de años para conseguir mejores animales de granja o cosechas más abundantes. Lo que faltaba por averiguar era el mecanismo utilizado por la naturaleza para lograr que las cualidades pasaran de padres a hijos.
La historia de ese descubrimiento tiene muchos actores, entre ellos un protagonista curioso: Un monje agustino que en 1865 decidió estudiar la transmisión de caracteres genéticos con plantas de guisantes.
Ulises nos cuenta la historia en su espacio titulado: "El lenguaje de los Dioses". (Escuchar a Ulises).
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