Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
La labor arqueológica es mucho mas seria de lo que se presenta en las películas de Indiana Jones. Salvando casos excepcionales, el botín del arqueólogo son restos de objetos cotidianos utilizados por gentes y culturas perdidas en el túnel de la historia, un túnel que se va haciendo más oscuro e impenetrable cuanto más nos alejamos del momento actual.
El arqueólogo busca la luz que ilumina esa oscuridad estudiando cada vestigio del pasado como si fuera un tesoro de valor incalculable. Cuando no existen escritos, la historia la redacta gente corriente con pedazos de cerámica, restos de cazuelas y platos empleados en las labores de cocina, con armas rotas de guerreros anónimos que murieron, tal vez, sin gloria, con los huesos de los animales que comieron o con los sepulcros que acogieron a sus muertos.
Todo vestigio del pasado yace mezclado con la tierra, amasado por un poderoso señor: el tiempo. A su paso demoledor de años, siglos y milenios, caen los muros de las casas y los pueblos se sumergen bajo metros de sedimentos acumulados por los vientos, las aguas y las pisadas de los seres vienen después.
Un pedazo de cerámica puede ocultar una hermosa historia. En la antigua ciudad iraní de Hajji Firuz, un asentamiento humano que tuvo su esplendor hace 7.000 años, en plena Edad de Piedra, aparecieron unos restos de vasijas con una costra amarillenta pegada en la cara interna. Los análisis revelaron que el recipiente había contenido vino. Lo sorprendente fue que, hasta ese momento, se pensaba que el vino había sido inventado dos mil años después.
No acabó ahí la cosa. En los restos había, además, resina. La resina es producida por la savia de los árboles y se ha utilizado desde tiempo inmemorial para evitar el crecimiento de las bacterias que atacan el vino y lo echan a perder. Así pues lo antiguos pobladores de Hajji Firuz no solo conocían el vino sino que tenían ya una larga experiencia en su conservación por lo que su origen puede remontarse a una época muy anterior. Toda esa información estuvo guardada durante 7.000 años en un simple trozo de cerámica.
Los restos arqueológicos que el tiempo no ha destruido son tan escasos que un descubrimiento da a sus primitivos dueños una fama que, en ocasiones, no merecen. Eso sucedió con el Faraón Tutankamon, que reinó en Egipto desde la edad de 9 años hasta su muerte, a los 18 años, en el año 1325 a.C. No fue un gran gobernante, pero su tumba le ha dado una fama que nadie le puede quitar.
Ulises nos habla esta semana de arqueología y cuenta la historia de aquel descubrimiento.
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