Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
A fuerza de repetir los nombres de los planetas del Sistema Solar, nos parece que los dominios del Sol se acaban en Plutón, incluso antes, en Neptuno, ahora que Plutón ha perdido categoría. No es así. Más allá de las órbitas de los planetas se extiende un inmenso territorio inexplorado, cargado de billones de cuerpos helados que se mueven lentamente alrededor de nuestra estrella. Nadie los ha visto jamás, tan sólo recientemente se ha descubierto un puñado de candidatos que podrían tener allí su origen: Sedna, 2000 CR105, 2006 SQ372 y 2008 KV42 .
La teoría que aboga por la existencia de una extensa región de cuerpos helados más allá de los planetas se apoya en los cometas de largo periodo, unos cuerpos que, desplazados por causas desconocidas, se han aventurado hasta las regiones cercanas al Sol donde deambulan los planetas. En 1950, el astrónomo danés Jan H. Oort, calculó las órbitas de 19 de esos cometas (ahora se conocen más de 3.000) y se convenció de que procedían de la región lejana y fría que ahora lleva su nombre: la Nube de Oort. El término “nube” es exagerado, en realidad es una región inmensa de espacio vacío, con temperaturas cercanas al cero absoluto, donde cuerpos helados, remanentes del origen del Sistema Solar, se mueven separados por distancias enormes.
Si los cometas tienen allí su origen ¿qué los empujó a adentrarse por los poblados y peligrosos parajes cercanos al Sol? Oort llegó a la conclusión de que aquella lejana región se extiende muchísimo, tanto, que su frontera exterior alcanza una cuarta parte de la distancia que nos separa de la estrella más próxima, distante del Sol 50.000 veces más que la Tierra. Tan lejos están esos cometas durmientes, que algunas estrellas pueden acercarse lo suficiente como para perturbar su sueño.
Según los cálculos de los científicos, cada 36 millones de años por término medio, una estrella se acerca hasta 10.000 veces la distancia entre la Tierra y el Sol, lo suficiente como para atravesar la Nube de Oort, y cada 400 millones de años, una se acerca mucho más, a 3.000 veces esa distancia. Cuando eso sucede, la estrella visitante va perturbando los cuerpos helados como un proyectil que arremolina las motas de polvo a su paso. Cada estrella, además, puede llevar su propia cohorte de cuerpos helados que se mezclan y danzan con ellos.
No hay peligro de que alguna estrella choque con el Astro Rey, si lo hay, los científicos no lo han descubierto. A lo largo de la historia del Sistema Solar, lo más cerca que puede pasar una estrella, según los científicos, es 900 veces la distancia Tierra-Sol (UA). Es una distancia considerable (Plutón está sólo a 39 UA) sin embargo, el acercamiento tendría consecuencias terribles. Desplazados de sus órbitas, una lluvia de cometas caería hacia el interior del Sistema Solar y muchos de ellos acabarían impactando contra los planetas, Tierra incluida.
Ese escenario es un caso extremo pero en el pasado ciertas estrellas se han aproximado lo suficiente como para dejar su huella aquí, en la Tierra. Kenneth Farley y sus colegas del California Institute of Technology aseguran haber encontrado evidencias de ello. En los cometas existe un raro isótopo de helio, el helio-3, que escasea notablemente en la Tierra, pero que es más abundante en los objetos extraterrestres. Si hubo un bombardeo de cometas en alguna época pasada, los que cayeran a la Tierra habrían dejado una capa de sedimentos con una cantidad anormal de helio-3. Kennet analizó los sedimentos marinos de varias épocas y encontró lo que buscaba: los sedimentos de hace 36 millones de años, pertenecientes al periodo Eoceno, contienen una cantidad de helio-3 muy superior a lo normal. Se da la circunstancia que, en la misma época, se produjeron varios cráteres de impacto y muchas criaturas se extinguieron.
Dentro de 1,4 millones de años, una estrella enana roja conocida como Gliese 710 se acercará a 70.000 veces la distancia de la Tierra al Sol. Es una distancia suficiente como para que los objetos más externos de la nube de Oort, atraídos por ella, despierten de su monótono deambular alrededor del Sol. Algunos cambiarán de rumbo y saldrán despedidos hacia el espacio interestelar, otros comenzarán a caer hacia el Sol. Falta mucho para eso pero, si la humanidad ha sobrevivido para entonces, podrá disfrutar de una hermosa sinfonía de cometas. Esperemos que ninguno de ellos caiga sobre sus cabezas.
Ahora les invito a viajar con Ulises.
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