Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
En 1793, el científico italiano Lazzaro Spallanzani decidió investigar cómo los animales nocturnos encuentran su camino en la oscuridad. Capturó varios murciélagos en el campanario de la Catedral de Pavía, los dejó totalmente ciegos y les devolvió la libertad. Varios días más tarde volvió a capturar a los animales ciegos, éstos no sólo habían encontrado el camino de regreso al campanario sino que, además, no habían tenido ninguna dificultad para alimentarse, sus estómagos estaban repletos de insectos voladores recién capturados.
Ya que los animales no podían ver, Spallanzani llegó a la conclusión de que debían utilizar un sentido distinto al de la vista para orientarse y diseñó toda una batería de experimentos para averiguarlo. Uno a uno fue destruyendo los sentidos de los murciélagos. Extrajo la lengua de algunos ejemplares, taponó los orificios nasales de otros para evitar que utilizaran el olfato, cortó las orejas, taponó los oídos, etc. Pronto descubrió que el sentido del oído jugaba un papel fundamental. Cuando un ejemplar era obligado a volar con los oídos taponados perdía por completo el sentido de la orientación y chocaba con los obstáculos que encontraba en su camino.
El descubrimiento planteó otro dilema al investigador italiano. Si el oído era la clave de la orientación de los murciélagos, éstos debían emitir algún sonido mientras volaban pero, por mucho que se esforzó no logró escucharlo. En aquellos tiempos nada se sabía de la existencia de los ultrasonidos, así que Spallanzani conjeturó sobre la posibilidad de que los murciélagos tuvieran algún tipo de habilidad paranormal, la telepatía era una posibilidad muy en boga en aquella época.
Los experimentos de Spallanzani llegaron a oídos del naturalista Georges Cuvier, uno de los más grandes científicos de la época, y mostró su desacuerdo en un demoledor artículo que desacreditaba por completo al científico italiano. Declaró : “… para nosotros, el sentido del tacto basta para explicar todos los aspectos del comportamiento de los murciélagos”. Es cierto que las alas de los murciélagos están equipadas por una enorme cantidad de terminaciones nerviosas capaces de detectar frío, calor o contacto, pero ni Cuvier, ni sus seguidores llevaron a cabo ningún experimento para demostrar que los animales llegaban a tocar los objetos al volar. No obstante, la gran autoridad de Cuvier como científico tuvo más peso que las razones de Spallanzani.
Un colega de Spallanzani decidió probar la teoría de Cuvier. Pintó de blanco las paredes, techo y suelo de una habitación cerrada, seleccionó unos murciélagos y cubrió los extremos de las alas con una sustancia negra semejante al hollín para que al menor contacto de las alas con las paredes al volar dejara una marca en ellas. Ningún animal rozó la pared durante el vuelo. A pesar de la evidencia, las explicaciones de Cuvier se dieron por buenas hasta bien entrado el siglo XX.
En 1920 el investigador británico Hartridge , que había colaborado en el desarrollo del primer sonar durante la Primera Guerra Mundial, publicó lo siguiente: “ Sugiero que los murciélagos emiten durante el vuelo ráfagas de sonido de onda corta que son reflejadas por los objetos situados en la vecindad… Si el murciélago es capaz de hacer uso de esos sonidos, es probable que pueda estimar, con considerable exactitud, la posición de un objeto situado delante de él”.
Mucho después, en 1938, los investigadores Pierce y Griffin descubrieron experimentalmente que los murciélagos emiten un sonido intenso de frecuencia cercana a los 50.000 herzios, muy por encima de la capacidad auditiva del ser humano. Por fin, el enigma de los murciélagos quedó resuelto y la ciencia devolvió la razón a Spallanzani.
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