Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
En los lejanos y fríos parajes de la cara oculta de la Luna, el cielo es permanentemente negro y salpicado de infinitas estrellas. Allí existe un cráter viejo, roto por miles de impactos menores, cuyas paredes se elevan majestuosas a más de seis mil metros de altura. Desde aquel lugar no es visible la Tierra, el planeta azul que fue cuna y sueño de un ser humano extraordinario que ahora le presta su nombre al cráter: Ibn Firnas.
El cráter Ibn Firnas está situado cerca del ecuador lunar y fue creado por el impacto de un enorme asteroide o un cometa. El choque violentísimo abrió el suelo y dejó a nuestro satélite marcado con una cicatriz circular de 89 kilómetros de diámetro. Tan grande es que podría albergar en su interior a la ciudad de Ronda y toda su serranía; cuidad y paisaje que dominaron la infancia de Abbas Ibn Firnas, astrónomo, astrólogo, alquimista y músico.
Cuando Abbas Ibn Firnas nació, en el año 810, iba a cumplirse un siglo desde la conquista de la península ibérica por sus antepasados bereberes. En Ronda, su ciudad natal, era fácil mirar el mundo desde las alturas. La urbe está magníficamente situada sobre una alta meseta rocosa partida en dos por el Tajo, una profunda hendidura de paredes verticales labrada por las turbulentas aguas del río Guadalevín. Desde lo alto del Tajo, Ibn Firnas pasaba las horas muertas observando el paso vertiginoso de las golondrinas y, posiblemente, fue allí donde concibió las ideas que le llevaron a ser el primer ser humano que imitó el vuelo de las aves.
Abbas Ibn Firnas fue un hombre polifacético que dominaba por igual las artes y las ciencias. Tañía el laúd con admirable destreza, era músico, poeta, médico, conocía a la perfección la física, la astronomía, la alquimia y la magia de su época. Viajó hasta tierras lejanas, fue ingeniero en Florencia y acabó sus días en Córdoba hasta donde, conocedor de su valía, lo llevó el gran Abderramán II para que iluminara la Corte con su sabiduría. Córdoba era por aquellos tiempos, durante los siglos IX y X, la capital de Al-Andalus y el centro más importante de la cultura y ciencia europeas.
Muchos fueron los inventos de Ibn Firnas durante su estancia en Córdoba. A él se debe la construcción de un reloj anafórico: una complicada máquina que abre y cierra el paso del agua con una serie de válvulas y sirve para dar la hora tanto de día como de noche. Inventó una nueva fórmula para la fabricación del cristal y, gracias a ella, se hizo famosa la industria del vidrio en Córdoba. Construyó un “planetario” dentro de una esfera de vidrio en cuyo interior se encontraban representados el cielo, los astros, las nubes, y en la que no faltaban efectos visuales y sonoros que recordaban a los rayos y truenos. Construyó esferas armilares para realizar cálculos y observaciones astronómicas. Pero su hazaña más conocida consistió en volar imitando a las aves, seiscientos años antes de que Leonardo da Vinci diseñara sus máquinas voladoras.
Se cuenta de él que su primer intento de vuelo consistió en lanzarse desde lo alto del minarete de la mezquita Aljama, la mayor de Córdoba, sujeto a una lona a modo de paracaídas. Pero aquello fue sólo una prueba de lo que después se convertiría en una verdadera estructura capaz de volar. Utilizando un armazón recubierto de seda y plumas, construyó unas alas articuladas de un tamaño acorde a su envergadura. Como un ave extraña, a sus 65 años de edad, se lanzó desde un alto del Valle de la Ruzafa de Córdoba ante la mirada incrédula de cientos de cordobeses. Según las crónicas, el osado Ibn Firnas logró planear durante varios minutos pero al aterrizar no consiguió maniobrar adecuadamente y sufrió un serio accidente en el que se fracturó ambas piernas. Después del accidente aseguró que no había tenido en cuenta que las aves utilizan su cola para estabilizar el aterrizaje y su invento carecía de ella.
Abbas Ibn Firnas sobrevivió al accidente y su fama es recordada hoy en Ronda, Córdoba, Bagdad y, mucho más allá, en la Luna. Tal vez, el espíritu del viejo Ibn Firnas se suba de vez en cuando a las laderas del cráter que lleva su nombre para contemplar, a vista de pájaro, aquellos extraños parajes, como hacía durante su niñez cuando observaba el mundo desde lo alto de las murallas de Ronda.
Hoy Ulises nos habla del viejo anhelo del ser humano: volar.
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