Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
Descubrir, a partir de unos cuantos de huesos rotos fosilizados, el aspecto físico y las costumbres de un ser desaparecido hace millones de años, mas parece labor de detectives que de científicos. Ulises nos lo va a demostrar hoy y para ello no ha dudado en viajar hasta la Inglaterra de principios del siglo XX con el fin de contactar con el detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes.
El primer factor, y fundamental, necesario para comparar un caso policíaco con el que afronta un paleontólogo es el tiempo. Un detective investiga, en la mayoría de los casos, un suceso acontecido pocas horas antes, a lo sumo días, cuando las huellas aun están frescas. Un paleontólogo en cambio, analiza hechos que tienen desde miles hasta cientos de millones de años de antigüedad ¿Se imaginan en qué condiciones llegan las pruebas de aquellos lejanos acontecimientos?
Cuando se produce un homicidio, el muerto es un ser humano, dicho de otra manera, el detective centra sus pesquisas en una sola especie. La investigación paleontológica no se centra en una única especie, ni siquiera en una de las decenas de millones de especies que actualmente pueblan la Tierra. Un paleontólogo se enfrenta a un reto descomunal: su campo de acción abarca las decenas de miles de millones de especies que han existido en la Tierra desde que nuestro planeta comenzó a albergar vida.
A los ojos de un paleontólogo, los muertos no descansan en paz. Con el paso de los eones los continentes se mueven, la corteza terrestre se arruga, los fondos marinos se elevan hasta las cimas de las montañas y los meteoros, el viento y el agua, liman las montañas hasta deshacerlas por completo. Luego los restos son arrastrados y depositados formando capas o estratos, que a su vez se arrugan y rompen de nuevo.
Cada estrato guarda los detalles del ambiente en el que se formó: cenizas, polen, trozos de plantas, conchas, huesos… Aun en el caso de que la capa permanezca estable durante millones de años, los restos que alberga no permanecen intactos. Con el tiempo, algunos restos son disueltos y dejan un hueco que luego es rellenado por minerales. Así, lo que un día fue un ser, después se convierte en una piedra que conserva la misma forma externa. En otros casos, como sucede a los troncos fósiles, la materia orgánica se sustituye molécula a molécula. En algunos casos la reproducción es de tal exactitud, que se conservan hasta los anillos de crecimiento del árbol original. Gracias a esos y otros procesos químicos, hoy podemos contar con hojas, huesos, huellas, huevos y restos de heces que no habrían podido llegar hasta nosotros a no ser por su transformación en roca. Son los fósiles.
A los ojos del paleontólogo los fósiles no son sólo restos de criaturas ancestrales, son las letras con las que la naturaleza escribe el Libro de la Historia. Pero las hojas de ese libro están rotas y dispersas, la mayor parte se han perdido para siempre y los fragmentos que se conservan carecen de continuidad y sólo contienen unas pocas frases inconexas. Es labor de los paleontólogos descubrir y descifrar el contenido de esos pocos fragmentos para reconstruir, a partir de ellos, la historia original.
Decididamente, esa labor no tiene nada de elemental, mi querido Watson.
Escuchen ustedes a Ulises.
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