Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
Ulises cuenta la historia del Tío Gamarza y la teoría del pelo que se convierte en culebra. Es un relato basado en hechos reales que le sirve para introducir los conocimientos básicos sobre la molécula de la vida, el ADN. Decía que es una historia real porque, efectivamente, la creencia de que las culebras surgían de los pelos largos y fuertes de los rabos de los burros, mulas y caballos estaba muy arraigada entre los labradores del pueblo de mi infancia. Es imposible averiguar cómo nació tal teoría, pero, bien pensado, muchas ideas como ésta han formado parte del bagaje cultural de la humanidad desde el principio de los tiempos.
El origen de todas esas teorías, sean descabelladas o no, está en esta pregunta: ¿cómo surge la vida? La idea más antigua que conocemos, dejando de lado las interpretaciones religiosas, proponía que la vida surge por sí sola, por generación espontánea. Ahora nos parece una idea ridícula pero la lista de personas inteligentes que creían en ella nos muestra lo difícil que ha sido el camino del conocimiento.
Entre los seguidores de la generación espontánea se encuentran Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y, no se lo van a creer, el mismísimo Isaac Newton. Con estos antecedentes no es extraño que cualquier idea que se enfrentara a la generación espontánea sufriera más de un varapalo antes de triunfar. Uno de los primeros en ponerla en duda fue el médico italiano Francesco Redi y lo hizo con una de las armas más poderosas del Método Científico: el experimento.
En 1668, decidió comprobar si los gusanos de la carne se formaban espontáneamente. Colocó fragmentos de carne en una serie de tarros, cubrió algunos de ellos con una fina tela y dejó otros al descubierto al alcance de las moscas. Redi no tardó en comprobar que los gusanos no surgían de la carne en descomposición como por arte de magia, sino que lo hacían de los huevos que las moscas ponían en ella.
Una vez aceptado que cada ser vivo surge de otro a través de sus huevos, semillas o, en general, células, quedaba otra pregunta por responder: ¿Cómo estaba almacenada la nueva criatura en una semilla tan pequeña?. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII la única teoría aceptada era la “preformación”. Consistía en la creencia de que el animal completo, con todos sus órganos, estaba contenido, en miniatura, en el germen, preparado para abrirse como una flor.
Sin embargo, esa teoría tenía un grave inconveniente. Si era así, también los futuros hijos del embrión deberían estar contenidos en él; y los hijos de los hijos y así hasta el infinito. Resolvieron ese problema diciendo que estaban unos dentro de otros, como esas muñecas rusas.
En el caso del ser humano, muchos naturalistas creían que el germen estaba contenido en el óvulo femenino, pero cuando se descubrió el espermatozoide, la célula reproductora masculina, una escuela, denominada Espermicista, elaboró la hipótesis de que el germen estaba en el hombre. Como la imaginación no tiene fronteras, los defensores de la teoría espermicista dibujaban los espermatozoides con la figurita de un hombre dentro, a esa figurita la llamaban Homúnculo.
Ahora sabemos que no es así. No existe un ser humano en miniatura sino una molécula inmensamente larga y compleja que lleva codificada la información para generar un nuevo individuo: El ADN. Esa información es proporcionada a partes iguales por el macho y por la hembra.
El ADN es una molécula larguísima que, en el caso humano, contiene alrededor de 3.600 millones de letras químicas ordenadas siguiendo un orden exquisito, es muchísima información. Para hacernos una idea, si escribiéramos letra a letra la totalidad del mensaje contenido en el ADN humano llenaríamos una biblioteca de 4.000 volúmenes de 300 páginas cada uno.
Cada criatura tiene su propia biblioteca, en el burro el número de letras genéticas es similar al humano y en la culebra es algo menor pero, de todas formas, un número inmensamente grande. Esas bibliotecas son únicas para cada especie, salvando pequeñas diferencias entre individuos, es decir, un burro es burro en todas y cada una de sus células, hasta en el último pelo del rabo y una culebra es culebra hasta en la célula más extrema de su lengua bífida.
Ulises nos lo explica hoy en su historia del pelo-culebra. Les invitamos a escucharla.
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