Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
Descubrir que la molécula de ADN es la portadora de la información genética no fue tarea fácil. La prueba es que desde que la molécula fue identificada por primera vez por el médico alemán Friedrich Miescher en 1869, hasta que Watson y Crick desentrañaron su estructura en 1953 pasaron 84 años de investigaciones. Ulises nos da hoy una visión general y aquí les contamos una de las muchas investigaciones que fueron tejiendo la historia.
Investigando al “Capitán de los soldados de la muerte”
Corría el año 1928, por aquellos tiempos no se habían descubierto los antibióticos y, entre las muchas enfermedades que azotaban a la humanidad, había una forma de neumonía que se había ganado el bien merecido siniestro nombre de “Capitán de los soldados de la muerte”. En Inglaterra, el investigador Frederick Griffith, se había empeñado en buscar una vacuna contra el Streptococcus pneumoniae, la bacteria causante de la enfermedad.
Griffith había estudiado las bacterias causantes de la infección, que pertenecen a la familia de los neumococos, y conocía la existencia de dos variedades con un comportamiento radicalmente distinto. Una variedad estaba formada por bacterias que se protegían del exterior con una cápsula de azúcar y eran las causantes de la enfermedad. Las otras no tenía cápsula y eran totalmente inocuas.
Durante mucho tiempo Griffith experimentó con ambas cepas en busca de la clave que le permitiera desarrollar una vacuna. Entre sus muchos experimentos hubo uno que proporcionó un resultado desconcertante.
Siguiendo procedimientos clásicos utilizados en la elaboración de vacunas, Griffith preparó un cultivo de bacterias virulentas, causantes de la neumonía, y las sometió a altas temperaturas hasta matarlas. El preparado de bacterias muertas lo inoculó en ratones de laboratorio y, como cabía esperar, ninguno de ellos padeció la enfermedad. En otro experimento, inyectó a un grupo de ratones un preparado con bacterias inocuas vivas, sin cápsula de azúcar y, como era de esperar también, los ratones se mantuvieron sanos.
El desconcertante experimento
La sorpresa surgió al inocular en un grupo de ratones un preparado que contenía ambos tipos de bacterias, es decir, bacterias virulentas muertas mezcladas con otras inocuas vivas. Aparentemente, la mezcla debía ser tan inofensiva como en los experimentos previos pero no fue así. Todos los ratones murieron presa de la neumonía. Cuando Griffith observó los tejidos de los pobres animales descubrió, desconcertado, que estaban llenos de bacterias con cápsula, es decir, virulentas ¿qué había sucedido?
El sorprendente resultado llevó a Griffith a pensar en dos posibles hipótesis, o las bacterias patógenas habían revivido o las que eran inocuas se habían transformado por completo y habían aprendido a fabricar las cápsulas que las convertía en virulentas.
El experimento fue repetido una y otra vez con idénticos resultados. En los años siguientes se descubrió que no era necesario utilizar ratones para lograr la transformación. Cuando a un tubo de ensayo con extractos de bacterias encapsuladas muertas se añadían bacterias sin cápsula vivas, éstas se transformaban en bacterias virulentas. Por si esto fuera poco, una vez conseguida la transformación, podían trasmitir la capacidad a sus descendientes.
Dado que no se conocía la causa, al fenómeno se le denominó transformación y al factor desconocido que la provocaba factor transformante.
Hubo que esperar hasta 1943, cuando, después de una década de paciente trabajo de aislamiento de las distintas sustancias que intervenían en la transformación, O. T. Avery de la Universidad Rockefeller logró aislar e identificar al factor transformante: el ADN. En experimentos subsiguientes, se pudo demostrar que el ADN podía llevar una variedad de factores genéticos de una bacteria a otra.
Así fue como se identificó a la molécula de ADN como portadora del material genético y se preparó el camino hasta la revolución que vivimos actualmente.
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