Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
La ciencia se ha ido desarrollando paso a paso a lo largo de la historia de la humanidad. En un principio, los conocimientos eran confusos y estaban inseparablemente mezclados con creencias mágicas, al fin y al cabo, la magia era la única forma de explicar muchos fenómenos naturales incomprensibles. A pesar de la carga impresionante de fantasía, en los textos antiguos se descubren maravillosos retazos de cordura que muestran los conocimientos de las distintas épocas.
Hoy, Ulises comenta en el programa un ejemplo fantástico de la ciencia oculta entre la fantasía de una de las obras más extraordinarias de la literatura antigua: La Odisea. Aprovechando una pregunta sobre el origen de su nombre, nos invita a leer la genial obra de Homero, donde cuenta las aventuras del héroe Odiseo (Ulises) en su largo camino de vuelta a casa tras la guerra de Troya.
Un pasaje concreto de la Odisea captó la atención de nuestro Ulises, un párrafo que, tras hermosas palabras que narran fantásticas historias dioses y hombres, está cargado de ciencia. Ulises desgrana una a una la verdades ocultas en los versos. Como complemento al programa, les ofrecemos aquí el fragmento completo de la Odisea en el que se describe la partida de Ulises de la Isla de Ogigia, donde la ninfa Calipso lo ha retenido durante siete largos años.
Se piensa que La Ilíada y La Odisea fueron escritas en el siglo VIII a.d.C. Los hechos históricos que en ella se relatan (la guerra de Troya) se cree que sucedieron unos cuatro siglos antes, hace alrededor de 3.200 años.
Ulises parte de la Isla de Ogigia. (La Odisea, Homero)
Y le dijo el muy astuto Odiseo:
«Venerable diosa, no te enfades conmigo, que sé muy bien cuánto te es inferior la discreta Penélope en figura y en estatu¬ra al verla de frente, pues ella es mortal y tú inmortal sin vejez. Pero aun así quiero y deseo todos los días marcharme a mi casa y ver el día del regreso. Si alguno de los dioses me maltra¬tara en el ponto rojo como el vino, lo soportaré en mi pecho con ánimo paciente; pues ya soporté muy mucho sufriendo en el mar y en la guerra. Que venga esto después de aquello.»
Así dijo. El sol se puso y llegó el crepúsculo. Así que se diri¬gieron al interior de la cóncava cueva a deleitarse con el amor en mutua compañía.
Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, Odiseo se vistió de túnica y manto, y ella, la ninfa, vistió una gran túnica blanca, fina y graciosa, colocó al¬rededor de su talle hermoso cinturón de oro y un velo sobre la cabeza, y a continuación se ocupó de la partida del magnánimo Odiseo. Le dio una gran hacha de bronce bien manejable, agu¬zada por ambos lados y con un hermoso mango de madera de olivo bien ajustado. A continuación le dio una azuela bien pu¬limentada, y emprendió el camino hacia un extremo de la isla donde habían crecido grandes árboles, alisos y álamos negros y abetos que suben hasta el cielo, secos desde hace tiempo, rese¬cos, que podían flotar ligeros. Luego que le hubo mostrado dónde crecían los árboles, marchó hacia el palacio Calipso, di¬vina entre las diosas, y él empezó a cortar troncos y llevó a cabo rápidamente su trabajo. Derribó veinte en total y los cor¬tó con el bronce, los pulió diestramente y los enderezó con una plomada mientras Calipso, divina entre las diosas, le lleva¬ba un berbiquí. Después perforó todos, los unió unos con otros y los ajustó con clavos y junturas. Cuanto un hombre buen conocedor del arte de construir redondearía el fondo de una amplia nave de carga, así de grande hizo Odiseo la balsa. Plantó luego postes, los ajustó con vigas apiñadas y construyó una cubierta rematándola con grandes tablas. Hizo un mástil y una antena adaptada a él y construyó el timón para gobernarla. Cubrióla después con cañizos de mimbre a uno y otro lado para que fuera defensa contra el oleaje y puso encima mucha madera. Entre tanto, le trajo Calipso, divina entre las diosas, tela para hacer las velas, y él las fabricó con habilidad. Ató en ellas cuerdas, cables y bolinas y con estacas la echó al divino mar.
Era el cuarto día y ya tenía todo preparado. Y al quinto lo dejó marchar de la isla la divina Calipso después de lavarlo y ponerle ropas perfumadas. Entrególe la diosa un odre de ne¬gro vino, otro grande de agua y un saco de víveres, y le añadió abundantes golosinas. Y le envió un viento próspero y cálido.
Gozoso desplegó las velas el divinal Ulises y, sentándose, comenzó a regir hábilmente la balsa con el timón sin que el sueño cayese en sus párpados. Mientras, contemplaba las Pléyades, el Boyero, que se pone muy tarde, y la Osa, llamada Carro por sobrenombre, la cual gira siempre en el mismo lugar, acecha a Orión y nunca se baña en el Océano; pues habíale ordenado Calipso, la divina entre las diosas, que tuviera a la Osa a la mano izquierda durante la travesía.
Navegó durante diecisiete días atravesando el mar, y al decimoctavo aparecieron los sombríos montes del país de los feacios, por donde éste le quedaba más cerca y parecía un escudo sobre el brumoso ponto.Escuchen ustedes las explicaciones de Ulises.
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