Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
La confianza es esencial en la sociedad humana. Sin confianza no hay amor, no existe la amistad, no son posibles los intercambios comerciales, los acuerdos sociales y la elección de personas para cargos de responsabilidad. Hasta ahora este tipo de sentimientos habían sido materia de estudio sociológico pero, como sucede en muchas otras pautas del comportamiento humano, la confianza también es química en su sentido más básico, sustancias químicas que interaccionan dentro del cerebro. No es extraño, pues, que algunos neurólogos, es decir, especialistas en el estudio del sistema nervioso, estén dispuestos a encontrar las conexiones cerebrales que gobiernan la confianza en los demás.
En el interior del cerebro de cualquier criatura hay decenas de miles de millones de neuronas extraordinariamente ramificadas e interconectadas entre sí. Entre las neuronas existe una comunicación química y los científicos intentan desentrañar el complejísimo mundo de acciones y reacciones que esas moléculas provocan. Cierta hormona, denominada “oxitocina”, tiene tiene una historia singular.
La reloj del parto
Fue a principios de los años 50 cuando los científicos descubrieron que la oxitocina se genera en una región del cerebro llamada hipotálamo. Una vez fabricada, la hormona salta a la sangre y llega hasta el útero y las glándulas mamarias. Así fue como se descubrió que la oxitocina juega un papel importantísimo durante el parto y, posteriormente, durante la lactancia. Aquellos hallazgos permitieron averiguar que la administración de la oxitocina en mujeres a punto de dar a luz induce las contracciones del parto. Ahora, gracias a la hormona, un buen número de los niños no nacen cuando la naturaleza lo manda sino cuando los médicos lo deciden.
De infanticida a madre amantísima
En el año 1979 los científicos se dieron cuenta de que la oxitocina no sólo influye en el parto y en la lactancia sino que, además, juega un papel inesperado en el cerebro de los mamíferos. Un investigador de la Universidad de Carolina del Norte, llamado Kurt Pedersen escogió un grupo de ratas blancas para hacer un experimento de laboratorio. Pedersen sabía que las ratas vírgenes suelen tener muy mal carácter con los críos de su misma especie. Su antipatía por los pequeños llega hasta tal punto que, si molestan demasiado, se los comen. Sin embargo, cuando se quedan embarazadas, su conducta cambia completamente. Después de 20 días de embarazo, poco antes del parto, si se le ponen crías cerca, una rata puede llegar a aceptarlas como suyas y las trata con cariño de madre.
El cambio de comportamiento de las ratas durante el embarazo hizo sospechar a Pedersen que la oxitocina podía estar implicada en el asunto. Fue entonces cuando se le ocurrió inyectar oxitocina en el cerebro de una hembra de rata virgen para ver que sucedía. En una hora solamente, la rata, que poco antes se había comido a una cría sin pestañear, se transformó en una madre amorosa cuando los investigadores pusieron otra cría cerca. Así fue como surgió la leyenda que identifica a la oxitocina como la “hormona del amor”.
Los efectos beneficiosos para las relaciones materno filiales de la oxitocina quedaron demostrados en otros experimentos. En uno de ellos, la doctora Kertin Uvnas Moberg del Instituto Karolisca de Estocolmo, observó que la madre ratita suele lamer a las crías mientras las amamanta. Estudió el cerebro de las crías y descubrió que los continuos contactos de la madre con el hijo inducen la liberación de oxitocina en el cerebro de los recién nacidos. Al parecer, la liberación de la hormona combate el estrés, relaja a los lactantes y favorece la relación afectiva entre madre e hijo.
La hormona del amor
Otras investigaciones con animales de distintas especies permitieron comprobar que los efectos de la oxitocina van más allá de las relaciones materno-filiales: Favorece el acoplamiento de las parejas, mejora las relaciones sexuales y potencia el acercamiento entre individuos y la habilidad para establecer relaciones sociales.
Ante tales ejemplos, el científico Michael Kosfeld, de la Universidad de Zurich, se preguntó si la oxitocina juega también algún papel en las relaciones de unos seres humanos con otros. Para comprobarlo diseñó un experimento cuyos resultados se publicaron en 2005 en la revista Nature.
El elixir de la confianza
Kolsfeld y su equipo decidieron comprobar los efectos de la oxitocina en una de las cualidades humanas más características: La confianza. Y como no hay nada que genere más desconfianza que el dinero, diseñaron un juego de economía real y convencieron a 194 estudiantes para que tomaran parte en él. El juego consistía en lo siguiente: A un grupo de estudiantes, los “inversores”, se le dio una cantidad de dinero. Otro grupo, los “agentes financieros”, recibían dinero de los inversores para obtener beneficios con ellos. Estos últimos podían recibir más o menos dinero de los inversores en función de la “confianza” que despertaran en ellos.
Para que el juego se pareciera más al mundo real, los experimentadores entregaban a los agentes una cantidad extra, a modo de ganancia, en función del dinero que recibía del inversor. Así pues, al final, cada agente financiero se encontraba con un capital aportado por los inversores más unas ganancias aportadas por los científicos. El punto más interesante venía después. Los agentes podían decidir si devolvían o no el dinero invertido a los inversores y si los hacían partícipes de las ganancias. Hubo de todo, desde los que se quedaron con inversión y ganancias hasta los que entregaron a los inversores la totalidad de lo invertido y ganado. Real como la vida misma.El juego de la economía
El juego se organizó de esta manera: Los inversores se entrevistaban una sola vez con los agentes y decidían cuánto dinero querían arriesgar. Sabiendo los investigadores que la oxitocina puede llegar al cerebro desde las mucosas de la nariz, suministraron a todos los inversores un spray nasal. La mitad de los sprays llevaban oxitocina y la otra mitad un placebo.
Las transacciones se fueron haciendo con normalidad y pronto pudieron comprobar los científicos que la oxitocina tenía efectos claros entre los inversores. El 45 por ciento de los inversores que inhalaron oxitocina se jugó la totalidad del dinero mientras que entre los que tomaron el placebo tan sólo lo hizo un 21 por ciento. Así pues, la oxitocina había mejorado notablemente la confianza de los inversores en sus agentes financieros.
En una sociedad como la nuestra la confianza de unos seres humanos en otros es fundamental. Existen personas que sufren enfermedades que provocan el aislamiento, como el autismo, otras experimentan todo lo contrario, como los niños con el Síndrome de Willians, quienes, debido a un raro desorden genético, no tienen límites en sus relaciones externas y se acercan a los extraños sin temor alguno y de forma indiscriminada. Existe la posibilidad de que las investigaciones sobre la oxitocina puedan abrir puertas a nuevos tratamientos para estos enfermos. Pero también existe la posibilidad, nada desdeñable dado el mundo en el que vivimos, de que algunas personas malintencionadas sueñen con aprovechar estos descubrimientos para generar en sus relaciones una confianza que no merecen. Crucemos los dedos y confiemos que no suceda.
Historia de la criptografía.
Como complemento a las palabras de Ulises, les ofrecemos una entrevista sobre la historia de la criptografía, hablamos con Don José María Amigó García, Catedrático de Estadística, Matemáticas e Informática en la Universidad Miguel Hernández.
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