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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

La maldición de Tutankamon y el radón.

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El 17 de febrero de 1923 en Egipto, en el Valle de los Reyes, Howard Carter y el Conde de Carnarvon descubrían para la humanidad uno de los secretos mejor guardados de Egipto: la tumba de Tutankamon. Los grandes acontecimientos casi siempre van unidos a las fábulas y éste no iba a ser menos. Dos meses después del descubrimiento Sir Carnarvon murió en el Cairo aquejado de neumonía y a la misma hora, en Londres, expiraba su perro más fiel. Sus supersticiosos ayudantes no dudaron en atribuir la muerte a una maldición que, según piensan algunos, ha acompañado al tesoro hasta nuestros días: La maldición de Tutankamon.

La maldición de Tutankamon fue una de las muchas amenazas con las que los antiguos constructores de tumbas pretendían alejar a las mentes codiciosas. Con el tiempo, una extendida literatura de ficción se ha encargado de alimentar el mito. No faltan historias en las que se describen tumbas faraónicas plagadas de esporas de hongos venenosos, sembradas de trampas diabólicas, signos mágicos y todo tipo de amenazas imaginables para este mundo y del más allá.

La ciencia, por definición no cree en esas cosas, pero, a veces, parece sumarse a toda esa cohorte de fantasmas. Hace 20 años unos investigadores de la Universidad de Sudbury, en Canadá, dirigidos por Jaime Bigu, en colaboración con colegas del Instituto de Energía Atómica del Cairo decidieron tomar ciertas medidas en una serie de monumentos del Antiguo Egipto. No iban acompañados cazadores de fantasmas ni exorcistas de ningún tipo; sus armas eran instrumentos científicos modernos: Detectores de radiactividad.

Siete fueron los monumentos investigados y, en tres de ellos, se detectaron niveles elevados, en algunos casos potencialmente peligrosos, de radiactividad. El nivel más alto se midió en el interior de la Pirámide de Sakhm Khat en Sagara, al Sur del Cairo. Allí los detectores marcaron 5809 becquerelios por metro cúbico. En los Túneles de Abbis el nivel fue de 1202 y en la Tumba de Serapeum fueron 816 becquerelios de radiactividad por metro cúbico ¿a qué se debía esa radiactividad? ¿acaso algún poderoso faraón tuvo en sus manos el secreto de la energía atómica cuatro mil años antes de su descubrimiento?

La verdad de la historia es que los investigadores que intervinieron en aquel estudio no buscaban descubrir supuestos conocimientos excepcionales en las civilizaciones antiguas. El origen de la radiactividad que investigaban existe de forma natural en cualquier lugar de La Tierra, desde las profundidades del planeta hasta en la alcoba de nuestro dormitorio. El culpable principal es un gas radiactivo: el Radón.

En las rocas de la corteza terrestre existe siempre una proporción, normalmente muy pequeña, de sustancias radiactivas, como el uranio o el radio. Las sustancias radiactivas se llaman así porque son inestables y con el tiempo los núcleos de sus átomos materialmente revientan y, al hacerlo, se convierten en otras sustancias diferentes. El radón es un producto natural, uno de los desechos que aparecen tras la desintegración radiactiva del radio. Lo que hace del radón una sustancia tan excepcional es que es un gas a temperatura ambiente. A medida que se produce va quedando aprisionado entre las rocas y, en cuanto se le da la menor, oportunidad escapa de la tierra y se mezcla con el aire. Una vez liberado, al ser más pesado que el aire, se va acumulando en los lugares bajos y mal ventilados.

El radón más común en la atmósfera, el 222, es radiactivo y, como el resto de los elementos de su clase, se desintegra. Una forma habitual de desintegración radiactiva consiste en expulsar un pedazo de núcleo, una partícula alfa, que sale disparada a toda velocidad. Por suerte para nosotros, las partículas alfa tienen muy poco poder de penetración, una simple hoja de papel basta para detenerlas. Si un átomo de radón revienta en el exterior de nuestro cuerpo, las capas de células muertas que recubren nuestra piel la detendrán sin ningún problema. Sin embargo, si se inhalan átomos de radón al respirar la situación cambia como de la noche al día. En ese caso, la partícula alfa es liberada en el interior de nuestros pulmones y va chocando y rompiendo moléculas de las células que encuentra a su paso. En circunstancias normales el cuerpo repara los daños y no sucede nada, pero en casos excepcionales, una partícula puede dañar el ADN de una célula pulmonar con tan mala suerte que la vuelve loca. Esa célula, se olvida de su cometido en el organismo y comienza a reproducirse sin control poniendo en peligro la estabilidad del ser vivo: Así nace el temido cáncer.

Aquellos resultados revelaban la existencia de radiactividad en los monumentos, pero ¿hasta qué punto el nivel de radiación es peligroso para las personas que los visitan? Para saber cómo afecta la radiactividad a una persona no se debe utilizar como unidad el becquerelio porque éste indica tan sólo cuántas desintegraciones atómicas tienen lugar cada segundo, sin tener en cuenta si se han producido fuera o dentro del cuerpo humano, ni durante cuánto tiempo, en su lugar se utiliza otra unidad, el sievert, que mide el efecto sobre la salud de los niveles de radiación ionizante en el cuerpo humano a lo largo de un periodo de tiempo. Eso es lo que han hecho ahora los investigadores egipcios Salama y Ehab, utilizando un novedoso detector personal desarrollado en el Centro Helmholtz de Munich, en Alemania. Equipando a personas que trabajaban en el interior de las tumbas egipcias junto a la pirámide de Saqqara han averiguado que los trabajadores que realizan allí habitualmente su labor pueden recibir anualmente 140 milisieverts de radiación cuando el límite anual establecido por la Comisión Internacional de Protección Radiológica es de 20 milisieverts anuales, en vigilantes de las tumbas del Valle de los Reyes en Luxor, donde está la tumba de Tutankamon, se han medido exposiciones de 66 milisieverts. Los guías turísticos, en cambio, que son personas que entran y salen de las tumbas, reciben solamente 15 milisieverts y los visitantes, que solo permanecen unos minutos en el interior de las tumbas, no reciben niveles apreciables.

Ahora podemos comprender el origen de la radiactividad de los monumentos Egipcios que mencionamos al principio. Aquellas estancias, hechas de piedra y con galerías profundas y agrietadas con el paso del tiempo, han permanecido cerradas o mal ventiladas. El radón que se ha ido creando en las paredes y el que se ha ido filtrando por las fisuras a lo largo de cientos de años se ha ido acumulando. Aunque la desintegración eliminaba átomos continuamente, su proporción permanece alta porque los átomos eliminados han sido sustituidos por otros. Por esas razones, la cantidad de radón es mucho más elevada de lo que sería conveniente cuando una persona pasa allí mucho tiempo. Así, la radiactividad se ha unido como una amenaza real a las maldiciones de los constructores de tumbas.

El ejemplo de lo sucedido en los monumentos del País del Nilo sucede, aunque en menor medida en nuestras propias casas. Según las Agencias de Protección Radiológica, el radón que se acumula en las viviendas mal ventiladas es la segunda causa de muerte por cáncer de pulmón después del tabaco. ¿Cómo se puede disminuir semejante peligro? Existen varias reglas elementales: La más barata y efectiva consiste en abrir las ventanas durante unos minutos al menos una vez al día para que las corrientes de aire arrastren el radón. Otra consiste en poner sistemas de ventilación en los sótanos y sellar las grietas que puedan producirse en la vivienda para impedir el paso al radón acumulado en las profundidades del suelo. Son reglas simples con las que podemos paliar los efectos de una maldición que es más peligrosa para nosotros que para los moradores de las Pirámides.

Ángel Rodríguez Lozano. (20/08/2020)

Referencias:

El radón y sus efectos en la salud

E.Salama, M.Ehab & W.Rühm Radon and thoron concentrations inside ancient Egyptian tombs at Saqqara region: Time-resolved and seasonal variation measurements Nuclear Engineering and Technology Volume 50, Issue 6, August 2018, Pages 950-956


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