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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

Enseñanzas de la Antártida.

Enseñanzas de la Antártida - Ulises y la Ciencia - Cienciaes.com

¿Se imaginan que comenzara a nevar y todo lo que conocen, vivan donde vivan, quedara enterrado bajo una capa de 2000 metros de nieve? ¿Qué pensarían si la temperatura bajara de los 40 grados bajo cero y el viento soplara a más 300 kilómetros por hora? ¿Qué sentirían si vieran el sol dar vueltas sin apenas despegarse del horizonte en un día que parece no tener fin durante la mitad del año y permaneciera oculto durante la otra mitad? Así es la Antártida.

No es difícil hacerse una idea del continente antártico si ponemos un poco de imaginación por medio. Escojamos Europa, por ejemplo. Imaginad que, durante miles de años nieva sin descanso. La nieve se va acumulando hasta sepultar nuestras casas y continúa subiendo hasta cubrir por completo todos los edificios de la ciudad. La nevada es tan persistente que ciudades como Madrid, Londres, París o Moscú quedan sepultadas bajo el hielo, sin que en la superficie quede el menor rastro de ellas. La temperatura baja tanto que el Mediterráneo se congela y desaparece bajo el manto de nieve y lo mismo sucede con el Atlántico Norte y las Islas Británicas. La nieve sigue cayendo sin descanso y con el tiempo cubre las montañas más elevadas del entorno. De toda Europa, tan sólo los picos más altos, como el Mont Blanc con sus 4.800 metros de altura, emergen tímidamente por encima de la enorme capa de hielo.

Aunque sea ciencia ficción, lo que acabo de describir es tan solo una aproximación a la realidad del continente antártico. Allí, bajo una capa de nieve y hielo de 2000 metros de espesor por término medio, yace una extensión de tierra una vez y media más grande que Europa. En algunos lugares la capa helada alcanza los 4800 metros. Hay tanta agua helada que, si toda ella se fundiera, el nivel de los océanos se elevaría 70 metros.

La Antártida tuvo tiempos mejores en el pasado. Su historia comienza hace casi 200 millones de años, cuando en la Tierra existía un continente inmenso llamado Gondwana. Si hubiéramos vivido allí entonces el clima nos parecería tan estable como el de ahora, pero cuando el tiempo se mide en eones, todo cambia, incluso los continentes se mueven como islas flotantes que navegan a la deriva sobre en el mar de magma incandescente del interior del planeta. Gondwana se partió en varios trozos y cada uno de ellos comenzó a moverse en distinta dirección. Aquellos pedazos primitivos fueron la semilla de los continentes de hoy día. La Antártida solo fue un pedazo sin suerte, fue a parar al Polo Sur. Pero lo que entonces fue, permanece sepultado bajo el hielo. Investigaciones recientes revelan que bajo la capa de hielo se ocultan cordilleras, algunas de más de mil kilómetros de longitud, montañas con pendientes escarpadas, valles profundos excavados por el agua, llanuras extensas y cauces de ríos que en otros tiempos surcaron el continente. Los investigadores dicen que, si elimináramos todo el hielo de la Antártida, el paisaje resultante sería parecido al que ahora existe en Australia o África. Paisajes modelados fundamentalmente por agua líquida al que se suma en menor medida la erosión provocada por los glaciares que han surcado la Antártida durante los últimos 40 millones de años. De la enorme variedad de animales y plantas que habitaron el continente antártico en aquellos lejanos tiempos hoy solo queda carbón y fósiles sepultados bajo miles de metros de hielo. Algunos de esos fósiles primitivos asoman por los bordes del continente, donde la nieve desaparece en verano. Allí, un equipo de la Universidad de Washington encontró los fósiles de un arqueosaurio, un animal con aspecto de iguana, de metro y medio de longitud, que ha recibido el nombre de Antarctanax shackletoni. Antectanax significa “rey de la Antártida”.

Una vez separado de Gondwana, el continente antártico comenzó su deriva lenta pero inexorable hacia el Sur. Hace más de 100 millones de años el continente se encontraba ya en las cercanías del Polo y eso hacía pensar que el ambiente en gran parte de la Antártida sería muy frío y difícil para la vida. Sin embargo, nuevas investigaciones revelan que no fue así.

La historia de esas investigaciones comienza en febrero de 2017. Aquel año, un equipo internacional de investigadores, dirigido por geocientíficos del Instituto Alfred Wegener, se desplazó hasta el mar de Amudsen con una plataforma de perforación del lecho marino denominada MARUM-MeBo70. La plataforma estaba preparada para perforar el fondo y extraer unos cilindros de roca que contenían los sedimentos acumulados allí durante los últimos 90 millones de años. Los testigos de roca se transportaron a Alemania y durante los dos años siguientes fueron analizados por los científicos. Los resultados revelaron algo sorprendente. En las muestras, que habían sido depositadas hace 90 millones de años, había una gran cantidad de polen, esporas, plantas y una densa red de raíces. Así pues, en aquellos tiempos, la costa de la Antártida occidental albergaba bosques templados y pantanos donde la temperatura media anual debió ser de unos 12 grados Celsius, como la que ahora existe en Alemania.

Investigaciones anteriores habían revelado que el Cretácico, hace entre 115 y 80 millones de años, además de ser la era de los dinosaurios, también fue un periodo extraordinariamente cálido en toda la Tierra. La temperatura del mar en los trópicos alcanzó los 35 grados Celsius y el nivel de los océanos estaba 170 metros por encima del actual. Sin embargo, sobre las condiciones climáticas en el Polo Sur no se sabía nada. Hace 90 millones de años, la Antártida ya se encontraba muy al Sur y la zona de la que se había extraído los testigos se situaba solamente a 900 kilómetros del Polo. Para que nos hagamos una idea de lo que eso significa, la estación rusa Vostok, que se sitúa a 1.300 kilómetros del polo, tiene una temperatura media de 55 º C bajo cero y registró en 1997 la temperatura más baja jamás medida, 91º C bajo cero. Además, a esa latitud, en invierno, las noches duran cuatro meses, es decir, las plantas de entonces debían sobrevivir a cuatro meses de oscuridad cada año.

Los investigadores simularon el clima antártico de aquellos tiempos con modelos paleoclimáticos. Las simulaciones revelaron que los restos de plantas encontrados en los sedimentos solo pudieron existir si hace 90 millones de años el continente antártico estaba cubierto de una densa vegetación y no había capas de hielo permanentes. Los análisis de la atmósfera atrapada en los sedimentos de aquella época revelaron un dato más: la concentración de dióxido de carbono en el aire era muy elevada, entre 1120 y 1680 ppm, más alta de la que se suponía hasta ahora para el periodo Cretácico y, por supuesto, mucho mayor que la que existe ahora, que se sitúa en 416 ppm. Así pues, aunque hubiera cuatro meses seguidos sin luz solar en la zona, debido a que la elevada concentración de dióxido de carbono, el clima alrededor del Polo Sur era templado y sin masas de hielo. Esto es un índice de la enorme potencia del dióxido de carbono como gas de efecto invernadero.

Los resultados de estas investigaciones no solamente explican la enorme capacidad de variación del clima en el pasado, sino que nos enseña los distintos derroteros que puede seguir el clima en el futuro, si continuamos aumentando la concentración del dióxido de carbono en la atmósfera. El dióxido de carbono atrapa la radiación solar y eleva la temperatura media del planeta, una elevación que tiene consecuencias para la enorme masa de hielo que existe en La Antártida. Los datos más recientes son poco tranquilizadores. Los glaciólogos distinguen tres regiones de la Antártida que se comportan de distinta manera. En la Antártida occidental, dominada por glaciares que desembocan en el mar, se han registrado pérdidas de hielo cada vez mayores durante los últimos años. Si en 1992 se perdían 53 mil millones de toneladas anuales, en 2017 la cifra fue tres veces superior. En la Península Antártica, la región que apunta hacia Sudamérica, debido, en gran parte, a que han disminuido de tamaño las plataformas de hielo flotantes que se sitúan frente a algunos glaciares, el hielo fluye más rápido y las pérdidas han pasado de siete mil millones a 33 mil millones de toneladas anuales. Y la tercera región, la Antártida oriental, que se encuentra esencialmente fuera del océano y va acumulando nieve, es la única región que ha mostrado cierto crecimiento. Pero las ganancias son pequeñas comparadas con lo que se pierde.

Los datos más recientes son aún más preocupantes porque revelan que el volumen en las grandes masas de hielo del planeta, no solamente se reducen, sino que su pérdida se están acelerando. Las consecuencias se están haciendo visibles en las variaciones del nivel medio de los océanos. Impulsado por el aumento de la temperatura media del planeta, el nivel medio mundial del mar aumentó entre 11 y 16 cm durante el siglo XX, pero las previsiones para este siglo XXI son mucho peores. Incluso en el caso de que se lograran hacer recortes bruscos e inmediatos de las emisiones de dióxido de carbono, el nivel del mar podría aumentar medio metro en este siglo y, en la peor de las estimaciones, si se produjera una inestabilidad temprana de la capa de hielo antártica, el aumento podría acercarse a los 2 metros ¿Cómo afectarían esos cambios a la población humana que vive en regiones costeras?. Un cálculo realizado por los investigadores Kulp y Strauss y publicado en Nature Communications indica que, en el mejor de los casos, con una subida de medio metro en el nivel del mar, 190 millones de personas, que ocupan tierras que están por debajo del nivel que alcanza la marea alta, se verían afectadas. En el caso más extremo, el número de afectados podría elevarse a 630 millones de personas.

No son noticias que animen al optimismo, todo lo contrario. En un momento en el que la humanidad se enfrenta a retos desconocidos, lo más sensato debería ser olvidar rencillas territoriales y enfrentamientos inútiles para pensar en el futuro y aprender de las enseñanzas de la Antártida. Porque, independientemente de nuestras ideas, lenguas, religiones o culturas, tenemos algo en común: El Planeta Tierra.

Angel Rodríguez Lozano 17/10/2020


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