Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
Richard Wetheril era un profesor jubilado y un buen jugador de ajedrez, tenía una visión tan profunda del tablero que era capaz de prever ocho jugadas por delante. Un día descubrió que estaba perdiendo facultades y decidió visitar al neurólogo. El doctor le hizo pasar una batería de tests diseñados especialmente para sacar a la luz cualquier indicio de demencia senil, pero los resultados fueron negativos. Le dijo que siguiera con su vida y no se preocupara.
Dos años más tarde, Wetherill murió de repente. Como la causa de la muerte no estaba clara, el mismo neurólogo que le había hecho el chequeo años atrás decidió realizarle una autopsia. Al observar el cerebro de su antiguo paciente no pudo salir de su asombro: la materia gris estaba sembrada de placas seniles, un fiel indicador de la muerte neuronal que aflige a los enfermos de Alzheimer en estado muy avanzado. Con ese nivel de daño, cualquier otra persona habría sufrido importantes pérdidas de memoria, habría deambulado de un lado a otro desorientado, no reconocería a su mujer y a sus hijos o se habría comportado como un niño. Sin embargo, Wetherill había soportado el deterioro neuronal sin mostrar un ápice de confusión o demencia, tan sólo había perdido la capacidad para jugar al ajedrez a un alto nivel.
Los científicos llevan años sorprendiéndose ante casos como el del jugador de ajedrez. Por razones desconocidas, algunas personas, especialmente aquellas que tienen un mayor desarrollo intelectual, una mayor inteligencia o un nivel más alto de educación, parecen tener algún tipo de protección contra el deterioro mental típico de las edades avanzadas. No es que no sufran tales enfermedades, lo que sucede es que sus cerebros encuentran la forma de minimizar los daños. Por si esto no fuera suficiente, las personas con un alto nivel intelectual, no solo tienen ventajas frente al Alzheimer, también parecen resistir mejor otros problemas: heridas producidas por traumatismos cerebrales, alcoholismo, infarto o, incluso, el SIDA.
El cerebro del jugador de ajedrez no parecía físicamente muy distinto al de otros pacientes, al menos en el tamaño y cantidad de neuronas, pero obviamente sí que había diferencias marcadas por las conexiones que se habían ido generando o destruyendo a lo largo de sus vidas. Así pues, en la distinta forma de respuesta cerebral a las enfermedades degenerativas, como el Alzheimer, deben influir factores basados, no en el volumen del cerebro, sino en la “calidad” de las conexiones neuronales. Los científicos la han llamado “Reserva cognitiva” y parece existir en mayor medida en las personas que mejor han desarrollado sus capacidades intelectuales.
No parece que la naturaleza tenga un particular empeño en favorecer a los privilegiados dejando de lado a los que no han tenido oportunidades de adquirir cultura. Es más bien, una cuestión de alternativas. Existe una teoría denominada “espacio de trabajo global del cerebro” según la cual el cerebro se comporta como un ordenador en el que se asignan diferentes tareas a distintas áreas, pero en caso de necesidad, el cerebro puede trasladar una tarea de un lugar a otro. Dicho de otra forma, si sólo existe un camino para llegar a un lugar determinado, cuando ese camino se bloquea, se pierde toda posibilidad de comunicación. En cambio, si existe toda una red de caminos que comunica una ciudad con las poblaciones vecinas, siempre se puede encontrar una ruta alternativa para llegar, aunque sea más larga, cuando un camino se corta. Ese parece ser uno de los secretos de la Reserva Cognitiva.
Un estudio realizado por Marcus Richards del University Collage de Londres viene a demostrar que es posible aumentar nuestra reserva cognitiva, aunque la Naturaleza no nos haya tocado con la varita mágica de la genialidad. Richards encontró un archivo antiguo en el que se daban los resultados de un test de inteligencia aplicado a centenares de niños escoceses de 11 años de edad. Todos esos niños habían nacido en 1921 así que el investigador se las ingenió para buscar los supervivientes – que tenían ya más de 80 años – y pasarles un nuevo test de inteligencia. El estudio reveló que la mayoría de los que tenían un alto coeficiente de inteligencia a los 11 años, seguían teniéndolo a los 80, pero lo que llamó verdaderamente la atención fue que había un número reducido de casos en los que el coeficiente intelectual había aumentado considerablemente. La vida, el aprovechamiento de las oportunidades y el esfuerzo individual habían logrado aumentar la Reserva Cognitiva de esas personas.
Las frías estadísticas dicen que le riesgo de demencia se dobla cada cinco años a partir de los 65 ¿Podemos luchar contra ello?. Múltiples estudios indican que la lectura es un ejercicio intelectual que reduce la severidad de los síntomas asociados al Alzheimer y que la actividad física diaria también ayuda. En resumen, estas investigaciones apuntan a que el esfuerzo por mantener una actividad mental, un trabajo enriquecedor, el ejercicio físico diario y leer o hacer crucigramas, en lugar de estar sumidos en el sopor mientras se ve la televisión, son buenas ideas para vivir mejor en el presente y, sobre todo, para entrenar a nuestro cerebro para que busque estrategias alternativas mientras jugamos la gran partida de ajedrez de nuestras vidas.
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