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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

El homínido corredor de fondo.

El homínido corredor de fondo. Podcast Ulises y la Ciencia - Cienciaes.com

Las pruebas de Atletismo que más entusiasman al público son las de velocidad. Aún recuerdo aquella famosa final de los 400 metros lisos de 2016 en Río de Janeiro. El sudafricano Wayde van Niekerk pulverizó el anterior récord del mundo corriendo la distancia en 43,03 segundos, a una velocidad media de 9,03 metros por segundo.

Después de ser testigo de la extraordinaria potencia de los atletas de la velocidad es difícil evitar la idea de que somos una especie muy veloz, pero… ¿realmente somos tan rápidos?… No tanto. Comparados con otros mamíferos, la verdad es que la hazaña de van Niekerk no parece muy importante. El campeón del mundo llegó agotado a la meta de 400 metros y su cuerpo no habría soportado ese ritmo unos segundos más, en cambio, un caballo, un antílope o cualquier otro especialista de la sabana puede alcanzar velocidades de 15 o 20 metros por segundo y mantener el ritmo durante varios minutos antes de agotarse. Visto así, parece que la carrera no es precisamente la mejor habilidad de los seres humanos.

Cuando nuestros primeros ancestros bajaron de los árboles y comenzaron a ocupar la sabana, la posición erguida se convirtió en una ventaja indudable. Andar sobre dos pies es más cómodo cuando uno se mueve entre altas hierbas y quiere, además, ver en la lejanía a los enemigos que se acercan. La postura erguida permitió, además, liberar las manos y favoreció el desplazamiento con un menor gasto de energía. Sin embargo, a la hora de emprender una rápida huida, lo más seguro es que los primeros bípedos recurrían a las cuatro extremidades. Así lo hacia, probablemente, el Australopitecus Afarensis, un ser simiesco de poco más de un metro de estatura, con el cerebro del tamaño del de un chimpancé que vivió en África hace tres millones y medio de años. Andaba erguido, pero su anatomía no estaba preparada para la carrera de velocidad. Los esqueletos fósiles de esas criaturas revelan que andaban con relativa facilidad, pero eran torpes corredores.

Sin embargo, aunque comparativamente hablando los humanos somos pobres esprinters, también es cierto que podemos decantarnos por otra fórmula: La carrera de fondo. Con preparación adecuada, cualquiera puede correr una maratón, aunque, por supuesto, hasta ahora, solamente un atleta, Eliud Kipchoge, ha logrado bajar de las dos horas en hacerlo.

¿Es esa marca importante al compararla con las de otros habitantes del reino animal? Comencemos la comparación con las especies más cercanas. Frente a los chimpancés y al resto de los primates nuestra aptitud para las carreras de fondo es única. Ningún otro simio es capaz de igualarnos. Si la comparación se hace con otros animales, también somos corredores bien adaptados a las distancias largas. Los caballos pueden soportar maratones a una velocidad moderada pero sus máximas prestaciones no son muy superiores a las de un atleta de maratón. Los lobos y las hienas son también, corredores avezados. Suelen recorrer grandes distancias, pero sus marcas son comparables a las nuestras.

La aptitud para ser buen corredor de fondo no puede ser casual. Estudios realizados por los investigadores Dennis Bramble, de la Universidad de Utah, y Daniel Lieberman, de la Universidad de Harvard, parecen indicar que la evolución ha favorecido de especial a los humanos capaces de recorrer largas distancias sin agotarse. La prueba de ello es que nuestras piernas son largas, con tendones y ligamentos especialmente adaptados para almacenar energía en el momento inicial del movimiento y liberarla al impulsar el cuerpo. Nuestro tendón de Aquiles y el arco del pie está especialmente adaptados para correr. Y los huesos, especialmente los de las extremidades inferiores han evolucionado de manera que soportan mejor los golpes a los que son sometidos al andar y correr. Todas esas mejoras, nos permiten correr con un buen aprovechamiento de la energía corporal. Ahora bien, ¿cuándo y por qué aparecieron estas mejoras en el camino evolutivo humano? Los restos fósiles que indican que la mayoría de estas ventajas anatómicas y fisiológicas no existían en nuestros primeros antepasados, los Australopitecos. Algunas de ellas han sido descubiertas en los fósiles del homínido que llegó después, el Homo Hábilis, pero la criatura que tiene ya todas las ventajas para correr maratones es, sin duda, el Homo Erectus, cuya aparición se produjo hace un millón ochocientos mil años.

Los fósiles encontrados hasta ahora indican que el Homo Erectus tenía unos dientes más pequeños, mayor tamaño y una capacidad craneal más grande que sus antepasados los Australopitecos. Pero esas mejoras tienen un coste. Tener un cuerpo y un cerebro más grandes implica una mayor necesidad de energía, un plus energético que solamente pudo conseguirse con una comida de mayor calidad: la carne. Pero lograr un aporte de carne en la dieta de forma continua exige algo más que conformarse con ser carroñeros de lo que otras especies cazan. Exige convertirse en cazador.

Según defienden los investigadores Bramble y Lieberman, aquellos lejanos ancestros nuestros lograron sobrevivir y prosperar porque eran corredores incansables, capaces de mantener un ritmo de carrera constante durante mucho tiempo. Gracias a su aptitud para las carreras de fondo y a su habilidad para cazar en grupo, podían perseguir a su presa a un ritmo sostenido hasta que caía vencida por el cansancio y la hipertermia.

Caminar erguido nos hizo humanos, pero la resistencia del corredor de fondo, unida a la capacidad para cazar en manada, fue la que, posiblemente, proporcionó a nuestra especie la gran ventaja que nos ha permitido sobrevivir, explorar y habitar todo el planeta.

Referencias:

Bramble, D., Lieberman, D. Endurance running and the evolution of Homo. Nature 432, 345–352 (2004). https://doi.org/10.1038/nature03052

Lieberman D.E., Bramble D.M., Raichlen D.A., Shea J.J. (2009) Brains, Brawn, and the Evolution of Human Endurance Running Capabilities. In: Grine F.E., Fleagle J.G., Leakey R.E. (eds) The First Humans – Origin and Early Evolution of the Genus Homo. Vertebrate Paleobiology and Paleoanthropology. Springer, Dordrecht. https://doi.org/10.1007/978-1-4020-9980-9_8

Ultra-endurance athletic performance suggests that energetics drive human morphological thermal adaptation. Evolutionary Human Sciences (2019), 1, e16, page 1 of 15 doi:10.1017/ehs.2019.13
Daniel P. Longman1* , Alison Macintosh Murray2, Rebecca Roberts3 , Saskia Oakley3, Jonathan C.K. Wells4 and Jay T. Stock3,5,6


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