Buscando "Evolución"
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Hace más de veinte años se debatía con cierta intensidad el asunto de si los recuerdos que vamos almacenando conforme pasa la vida pueden ser controlados conscientemente. Unos interesantes experimentos realizados por entonces indicaban que Freud estaba en lo cierto cuando postuló la existencia de recuerdos reprimidos. Fueron experimentos, en mi opinión, bastante educativos sobre cómo debe funcionar la ciencia. A continuación, visitaremos brevemente la situación actual del tema, que también nos va a ofrecer la oportunidad de echar un vistazo al funcionamiento de la ciencia y de la formación de tribus de científicos, tribus que, lejos de ser salvajes, están formadas por personas de lo más educadas que la humanidad puede ofrecer, pero que no dejan de ser tribus, a fin de cuentas.
Hasta ahora se estima que se han nombrado científicamente alrededor de 2 millones de especies. Cada una de ellas tiene un nombre compuesto por dos palabras en latín o latinizadas. Pero detrás de esas dos palabras se esconden muchas otras historias que tienen que ver, no con la criatura sino con la persona que describió la especie y le asignó un nombre. El que nombra puede ser un fanático de la mitología, como el que puso Dinastes hercules a un fuerte escarabajo, o la literatura, como quien dio a una babosa marina el nombre de Quijote cervantesi, incluso los hay que llevan en su nombre la marca de héroes del cómic como el escarabajo Trigonopterus asterix (hay otro llamado Trigonopterus obelix) y no faltan los superhéroes como la cigarra Euragallia batmani que lleva un dibujo en el cuerpo que recuerda a sello de Batman. Así bajo los nombres científicos de muchas criaturas se esconden, estrellas de rock, lugares exóticos o, incluso, palabras malsonantes y con connotaciones sexuales. Son historias magníficamente contadas en el libro ‘El arte de nombrar la vida’, cuyo autor, Carlos Lobato, esta hoy en Hablando con Científicos.
Cuando las bacterias patógenas infectan una de nuestras células se ponen en marcha una serie de mecanismos de defensa que la evolución ha ido diseñando con exquisito cuidado. En un reciente trabajo, publicado en la revista Science, nuestra invitada, Eva Nogales y un nutrido conjunto internacional en el que participan científicos de la Universidad de California y el Howard Hughes Medical Institute en Berkeley y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España han logrado visualizar, utilizando el microscopio electrónico, cómo ciertas proteínas del sistema inmune se unen a una proteína existente en los flagelos de las bacterias y desencadenan una cascada de reacciones que culminan con el suicidio de la célula infectada y la destrucción de los patógenos.
¿Qué es esto de la guerra de semen? Se trata de una competición defensiva, en la que un semen depositado en una hembra se defiende de otro semen que pueda llegar al mismo sitio con posterioridad. El semen del chimpancé, tras ser eyaculado en bastante cantidad, tiene la propiedad de solidificarse en el interior de la vagina de la hembra cubierta impidiendo el paso a otro que venga después. Esta propiedad no la posee en tan alta medida el semen del hombre, y en absoluto el semen del gorila. Cabe preguntarse ¿por qué estas diferencias tan notables en las propiedades del semen de especies tan relacionadas? Un inicio de respuesta a esta pregunta lo encontramos al analizar el comportamiento sexual de chimpancés, humanos y gorilas. Hoy Jorge Laborda comenta lo que se ha averiguado sobre las guerras de semen durante las últimas décadas.
Durante la evolución de las especies, debido a la dificultad de conseguir comida, el cerebro desarrolló un mecanismo regulador del apetito, que el gran escritor y divulgador científico estadounidense Isaac Asimov denominó el “apestato”. El “apestato” detectaba mucho más frecuentemente disminuciones de peso corporal que aumentos del mismo, y daba las órdenes necesarias para estimular la búsqueda de alimento. Hasta finales del siglo XX no comenzó a comprenderse cómo funcionaba el “apestato”. Para ello, fue fundamental el descubrimiento de la hormona leptina, llamada así a partir de la palabra griega “lepto”, que significa delgado, ligero. Ahora, un nuevo trabajo de investigación coliderado por Ana Domingos, del Instituto Gulbenkian de Ciencia, en Oeiras, (Portugal), y por Jeffrey M. Friedman –uno de los descubridores de la leptina– de la Universidad Rockefeller, de Nueva York, revela que la leptina actúa sobre el propio tejido adiposo blanco que la produce a través del sistema nervioso.
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