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Puede resultar sorprendente a muchos, y tal vez incluso injusto, que animales simples y casi sin inteligencia puedan crecer de nuevo una extremidad perdida, pero el ser humano, el más inteligente de la creación o de la evolución, según se considere, sea incapaz de hacer lo mismo. ¿Por qué? Los mamíferos hemos perdido nuestra capacidad regenerativa a lo largo de la evolución. ¿Toda? ¡No! Algunos órganos internos, como el hígado, poseen una extraordinaria capacidad regenerativa. Menos conocido es que los mamíferos, incluido el ser humano, somos también capaces de regenerar la punta de los dedos de manos y pies si esta resulta amputada.
Cuando la vida se desarrolla ante nuestros ojos, no siempre somos conscientes de todo lo que sucede a nuestro alrededor, si estamos concentrados en una actividad, hasta las cosas más llamativas pueden pasar totalmente desapercibidas para nosotros. Quizá el experimento más famoso que lo demuestra sea el de “El gorila invisible”.
El gen ASPM fue el primer gen involucrado en el crecimiento del cerebro que se descubrió. No solo eso, sino que también fue el primer gen involucrado en el crecimiento cerebral del que se demostró que una de sus variantes había sido positivamente seleccionada a lo largo de nuestra evolución. En las últimas dos décadas, se han descubierto otros genes que también han desempeñado una función importante en que algunos humanos puedan disfrutar de la capacidad llamada inteligencia. Tal vez uno de los más significativos sea el gen MCPH1, que produce la proteína llamada microcefalina, y que, como su nombre sugiere, posee variantes patológicas que causan microcefalia. Además del MCPH1, en los últimos veinte años se han descubierto al menos nueve genes que pueden ejercer algún efecto sobre la talla del cerebro o de determinadas regiones de este.
Algunas personas podrán sorprenderse de que la enfermedad parasitaria causante de la mayor mortalidad infantil del mundo carezca de vacuna. Existe una buena razón para ello: los parásitos del género Plasmodium son unos impresionantes maestros del disfraz y engañan una y otra vez al sistema inmunitario. Plasmodium falciparum cuenta con 60 variantes diferentes de un gen “Disfraz” y puede usarlas todas de manera correlativa, engañando así hasta 60 veces –como si de un vulgar político se tratara– al sistema inmunitario.
Recientemente, investigadores de la Facultad de Biología de la universidad de Saint Andrews, en el Reino Unido, han publicado que los delfines de nariz de botella son capaces de asociar diferentes vocalizaciones a los distintos individuos que conviven juntos en un mismo estanque. En otras palabras, los delfines se dan sus propios nombres. Los investigadores demuestran que los delfines se llaman entre sí y diferencian perfectamente su nombre de los nombres de los demás delfines. Por si esto fuera poco, un experimento ha demostrado que, después de años de ausencia, no ovidan el nombre de sus antiguos compañeros.
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