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Cuando yo era un niño, las noches sin Luna proporcionaban un espectáculo impresionante a cualquiera que elevara su vista al firmamento. Era tal la cantidad de estrellas que las constelaciones resultaban difíciles de identificar y la alargada mancha blanquecina de la Vía Láctea surcaba el cielo mostrándose con todo su esplendor. Nada de eso puede observarse ahora, a no ser que nos traslademos a lugares recónditos, muy alejados de la luz que desprenden los pueblos y ciudades. Los aficionados a observar el firmamento no son los únicos damnificados por el exceso de luz que ilumina las noches. Muchas personas sufren problemas para conciliar el sueño y un gran número de especies animales de hábitos nocturnos han visto disminuir de forma alarmante sus poblaciones, porque, al ser más visibles, son más fáciles de localizar por sus depredadores. Un equipo de investigadores, liderado por Alejandro Sánchez de Miguel, nuestro invitado hoy en Hablando con Científicos, ha dado a conocer un estudio que, utilizando las imágenes captadas por satélites y astronautas de la Estación Espacial Internacional, demuestra que el problema de la contaminación lumínica, lejos de mejorar, ha aumentado en amplias regiones de Europa durante los últimos años, un deterioro provocado por la utilización masiva de fuentes de iluminación LED.
Los últimos informes sobre la evolución del clima en la Tierra ponen especial interés en lo que sucede en los océanos y no es de extrañar porque, al fin y al cabo, el 71% de la superficie terrestre está cubierta de agua. Sacar conclusiones globales de lo que sucede en esa enorme masa líquida es muy complicado y queremos saber cómo se hace. Hoy hablamos con un investigador que se dedica a estudiar la evolución de la temperatura, la salinidad, la riqueza en oxígeno o los cambios de acidez de las aguas oceánicas. Denis Gilbert lleva años participando en el proyecto ARGO, un esfuerzo de investigación que ha desplegado por todos los océanos terrestres más de 3800 boyas, cargadas de sensores, que obtienen información continua sobre cambios que se producen en las aguas hasta 2.000 metros de profundidad.
El 25 de noviembre de 1915, Albert Einstein anunciaba ante los miembros de la Academia de las Ciencias de Prusia, en Berlín, la versión definitiva de su Teoría de la Relatividad General. Ha transcurrido más de un siglo de aquel acontecimiento histórico que proporcionó una nueva forma de entender el Universo y las leyes que lo gobiernan. Este capítulo de Ciencia y Genios forma parte de una serie de programas que intentan poner al alcance de todos distintos aspectos históricos, teóricos y experimentales de la Relatividad General. Los programas se han ido publicando en los podcast de “Ciencia y Genios”, “Hablando con Científicos” y “Vanguardia de la Ciencia” de CienciaEs.com. Hoy contamos las circunstancias y las dificultades que guiaron a Einstein en el camino que va desde la primera de sus teorías, la Relatividad Especial o Restringida, publicada en 1905, hasta la Teoría de la Relatividad General de 1915.
El Sol, la Tierra y el resto de los cuerpos que componen el Sistema Solar forman un equipo unido por la gravedad y expuesto, como es natural, a los designios de la estrella. Desde el Sol no solamente parte la energía que nos ilumina y nos calienta, además, de él surge un flujo de partículas cargadas que invaden el espacio como una brisa continua que se dispersa e interactúa con el resto de los cuerpos del sistema. De vez en cuando, junto al viento solar, emergen del Sol grandes llamaradas de energía y potentes expulsiones de masa que recorren el espacio e interaccionan con la Tierra y el resto de los planetas. Este flujo discontinuo de masa y energía provoca cambios en el espacio interplanetario y, si la dirección es apropiada, interaccionan con nuestro planeta. El estudio de las condiciones cambiantes en el espacio que rodea a la Tierra se conoce como “meteorología espacial”. De estas cosas hablamos hoy con Carlos Larrodera Baca, miembro del Grupo de Meteorología Espacial de la Universidad de Alcalá.
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