El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Es el Año Internacional de la Astronomía y, disculpen la insistencia, es un momento ideal para mirar al firmamento, descubrir estrellas, constelaciones, y pensar, por qué no, en el lugar que ocupamos en el Universo. Así lo hace el que mira el firmamento por primera vez y el astrónomo que se pasa toda la vida observándolo.
La primera mirada nos empequeñece. Salvando la Luna, el único objeto que cambia de forma evidente, y los planetas que lo hacen en menor medida, cada noche se ven las mismas estrellas. Todas guardan las mismas posiciones unas respecto a otras, todas igualmente brillantes. No es de extrañar que hasta los primeros años del siglo XX todo el mundo pensara que el Universo ha existido siempre.
Si el Universo hubiera existido imperturbable durante una eternidad, lo veríamos ahora de una forma muy distinta. Si las estrellas hubieran estado iluminando el cielo durante un tiempo infinito, el Universo se habría ido calentando poco a poco hasta alcanzar, todo él, la temperatura de una inmensa estrella que lo ocuparía todo. El cielo sería brillante como el Sol, miráramos donde miráramos. No habría noche, no habría estrellas.
El cielo oscuro, y los puntos de luz que lo adornan, nos hablan, pues, de un Universo finito. Algo debió suceder en el pasado, algo extraordinario que creó las estrellas y les concedió, como nos concede a nosotros, un tiempo para brillar y un tiempo para morir. Las estrellas que vemos cada noche nos ofrecen una fotografía fija, un momento de su larga, pero perecedera, vida.
Galileo no pudo sospechar nada de eso aquel lejano día de 1609 en el que apuntó al cielo el primer telescopio. Él, siendo uno de los hombres más sabios, quedó perplejo ante los cráteres de la Luna, observó boquiabierto las lunas de Júpiter y descubrió que las estrellas seguían siendo puntos de luz, inaccesibles, como siempre. Pero hizo algo distinto, comenzó a pensar por cuenta propia, comenzó a dudar de las explicaciones al uso y abrió el camino a una nueva visión del Universo.
Ahora es fácil creer. Las dudas de Galileo han dado su fruto. Ahora sabemos que las estrellas cambian porque otros galileos han seguido pensando, porque otros galileos han construido más potentes y sofisticados telescopios, porque todos nosotros, con el simple hecho de mirar al firmamento, tenemos la mirada de Galileo.
400 años después de la experiencia de Galileo, seguimos descubriendo, sorprendidos, los secretos del Universo. Observen la imagen, la estrella más brillante de la izquierda, de nombre Pismis 24, según los datos recopilados por los científicos era extraordinariamente grande, tanto que no se lo podían creer. Se hicieron múltiples observaciones, se utilizaron los telescopios de todos los tamaños y, por fin, a finales del 2006, una serie de fotografías tomadas con el Telescopio Espacial Hubble, desvelaron el enigma, Pismis 24 no es una estrella, son, como mínimo, tres. Aquella investigación fue llevada a cabo por un grupo de astrónomos entre los que se encuentra nuestro invitado de hoy Jesús Maíz Apellaniz investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía. Escuchen ustedes la historia de una estrella insólita.
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