El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Elegir al compañero ideal no es fácil, no existen normas aplicables a todos pero algunas reglas generales son respetadas por individuos de muy distintas especies. Una de esas reglas dice que no es buena la consanguinidad, es decir, la unión entre los miembros de la misma familia porque la mezcla de individuos con los mismos genes produce retoños más débiles y propensos a ciertas enfermedades. Otra regla dice que no es recomendable la unión entre individuos de distinta especie porque, o no da descendencia o, si la hay, tiene dificultades para reproducirse. Eso sucede entre el asno y el caballo, el descendiente, la mula, es un animal fuerte y útil para el trabajo pero estéril. Algunas de esas normas se aplican tanto a animales como a plantas pero otras no, como pueden escuchar en la entrevista que les ofrecemos hoy.
Seleccionar a la pareja adecuada o, más bien, rechazar a la que no interesa requiere un gasto de energía notable. Los animales pueden decidir entre el acercamiento o la huida, pero las plantas, que también son aficionadas al sexo, no pueden poner los pies en polvorosa ante un pretendiente poco recomendable.
Los científicos hace tiempo que se preguntaban: ¿Tienen las plantas alguna posibilidad de escoger a su "media naranja"? ¿Pueden rechazar a una pareja inadecuada?
La plantas que se reproducen mediante el sexo son las que tienen flores - se llaman angiospermas, una palabra que viene del griego "angi" significa "encerrada" y "sperma" significa "semilla"- pero, a diferencia de los animales, las plantas con flores tienen los dos sexos, son, a la vez, macho y hembra. La parte masculina de la flor está en los granos de polen, en cuyo interior va la célula reproductora masculina. Junto a los estambres, que contienen el polen, está situado el órgano reproductor femenino, el pistilo, una estructura en forma de botella de cuello alargado que contiene los óvulos en su interior.
Dado que las plantas no pueden desplazarse para buscar pareja, la naturaleza ha resuelto el problema de la fecundación dejando al polen en manos de los elementos, o sea, el viento o los insectos. Por supuesto, si todo depende del azar, el polen que tiene más posibilidades de conseguir su objetivo es el que se encuentra más cerca y, por definición, ése está en la misma flor. Pero la polinización de la flor a sí misma implica compartir los mismos genes, una posibilidad que quiebra la primera de las normas no escritas de la reproducción natural. ¿Existen mecanismos mediante los cuales las flores rechazan a su propio polen?
Un grano de polen acabará, con suerte, en la boca del pistilo, el órgano femenino de la flor, pero su odisea no termina ahí. El pistilo tiene forma de botella de cuello alargado y los óvulos están en el fondo, así pues, para salvar la distancia que lo separa de su objetivo, el grano de polen, inmóvil sobre la boca del pistilo comienza a generar un delgado tubo -tubo polínico- que avanza por el interior del cuello y desciende hasta el fondo en busca de los óvulos. Si el esfuerzo tiene éxito, por el tubo bajan las células reproductoras, generalmente dos, una se fundirá con el óvulo y generará una semilla y la otra dará lugar a la parte carnosa, el fruto.
Aunque aparentemente sea lo más fácil, si las plantas se fecundaran a sí mismas sería absurdo poner tanto inconveniente. Tiene que haber un mecanismo de rechazo a la autofecundación y eso es lo que descubrieron unos investigadores de la Universidad de Birminghan, en el Reino Unido.
Los científicos experimentaron con amapolas silvestres y descubrieron que las células que forman el tubo polínico y las que componen las paredes del pistilo se comunican entre sí mediante la segregación de ciertas proteínas. Las proteínas son generadas por genes y cuando los genes del polen son idénticos a los de las paredes del pistilo -lo que indica que pertenecen a la misma planta- se dispara un mecanismo destructivo llamado suicidio celular, las células que van formando el tubo mueren y el polen no puede conectar con el óvulo para fecundarlo. De esa manera, la flor rechaza su propio polen en el juego amoroso. En cambio, cuando el polen pertenece a otra planta, los genes son diferentes y el proceso de fecundación llega a buen término.
Ya lo ven, cuando llega la hora de elegir al mejor pretendiente, las plantas no necesitan poner tierra por medio, se bastan ellas solas. No obstante, la evolución les ha proporcionado otros mecanismos que las diferencian de nosotros, los animales, como nos explica nuestro invitado de hoy en Hablando con Científicos: D. Pablo Vargas Gómez, investigador científico en el Real Jardín Botánico, de Madrid, una institución que pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Escuchen ustedes la entrevista.
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