El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Desde tiempo inmemorial el ser humano ha manipulado los alimentos que consume. Hace miles de años descubrió que la sal y el salitre ayudan a mantener la carne fresca (así nació el jamón), las verduras se conservan mejor en vinagre, la levadura hace crecer el pan y los bizcochos, etc. Con el paso de los siglos, el número de aditivos que se añadían a los alimentos fue aumentando: sustancias que espesan las salsas, colorantes que dan a los alimentos un aspecto más apetecible, edulcorantes que añaden dulzor a los pasteles y tartas, antioxidantes, aromas, etc. Todos esos productos tenían como objetivo hacer los alimentos más seguros, sanos y apetecibles.
Con el aumento de la población, los aditivos pasaron de la cocina a la industria y se hizo necesario un control que permitiera corregir posibles abusos y proteger al consumidor. Inicialmente, los fabricantes se limitaban a dar una información genérica de los aditivos utilizados pero en los años 80 entraron en vigor nuevas, y más exigentes, normas de etiquetado. A partir de ese momento los envases incluyeron largas listas de nombres químicos identificados por un sistema de numeración que garantizaba que los aditivos habían pasado los controles de seguridad para su uso dentro de la Unión Europea. Por desgracia, el exceso de información tiene efectos no deseados y muchos consumidores sintieron temor ante la larga lista de nombres químicos y números incomprensibles.
Aún hoy no podemos evitar ese sentimiento de desasosiego, como muestra bien vale un botón: cuando estaba preparando este programa decidí acercarme a la cocina y comprobar la información existente en algunos productos. Escogí una lata de refresco. La lista de ingredientes rezaba así: “agua carbonatada, colorante E-150d, edulcorantes E-952, E-950 y E-951, acidulantes E-338 y E-330 y aromas (incluyendo cafeína). Contiene una fuente de fenilalanina”. Para echar a correr.
Sin embargo, muchos de esos productos no son más que los aditivos de toda la vida. Lo podrán comprobar ustedes al escuchar la entrevista con Don Miguel Calvo, profesor del Area de Tecnología de los Alimentos en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza. En Europa, la mayor parte de los aditivos alimentarios cuentan con el prefijo “E”. Así, la serie 100 se refiere a colorantes, la serie 200 a conservantes, la serie 300 a antioxidantes y la serie 400 a emulsionantes, espesantes y gelificantes.
La función de los aditivos alimentarios es la de siempre: contribuir a la conservación, hacer posible la disponibilidad de alimentos fuera de temporada, aumentar o mantener el valor nutritivo, asegurar la salubridad, potenciar la aceptación o facilitar la preparación. Como sucede con muchos asuntos relacionados con la alimentación, antes de dejar que el miedo, o el desconocimiento, nos lleve a hacer juicios precipitados, es importante mantener cierta objetividad y asegurarse de que cualquier información que consultemos sobre aditivos alimentarios sea exacta y esté actualizada.
Les invitamos a escuchar la entrevista con D. Miguel Calvo Rebollar.
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